Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

Laicismo: libertad de pensamiento

El artículo de Javier García Rull publicado en Ideal el pasado 8 de julio con el título “Laicismo: el que piensa pierde”, es de entrada muy notable porque no menciona el laicismo más que en el título. (Ganas me han dado de enviar yo otro sobre “computación cuántica” o sobre alguna otra rama del frondoso árbol de mi desconocimiento.) Pero vayamos al contenido del artículo. Básicamente es una queja por la falta de libertad de expresión, en nuestra sociedad, de quienes defienden que “la única forma de convivencia conyugal que es verdaderamente de interés social y merecedora de protección jurídica es el matrimonio entre un varón y una mujer”, y me parece entender que también de quienes se oponen al aborto…

            Como vemos, menciona posturas muy defendidas por la Iglesia católica, así que podríamos pensar que la Iglesia tiene problemas de libertad de expresión en España. Pues no los soluciona muy mal, porque uno ve cómo se patrocinan pública y reiteradamente esas y otras ideas católicas de muchas maneras: en los diarios y telediarios (donde tenemos muy a menudo a los obispos), en manifestaciones multitudinarias, en extensos programas religiosos en las televisiones públicas, en las tertulias radiofónicas incluso menos coperas… Además, recordemos que la Iglesia tiene a su merced durante muchas horas, y a lo largo de años, a los niños que asisten a las clases de religión católica. Por otra parte, contamos con un partido político, el PP, que suele adherirse a las tesis de la Iglesia –con lo cual llegan al Parlamento-, y otro, el PSOE, que aunque se adhiera menos o no se adhiera a alguna de esas tesis, no se queda atrás a la hora de ganarse el cielo concediendo privilegios muy terrenales a la Iglesia… incluidos los que tienen que ver con la expresión de sus ideas: llega al extremo de permitir el adoctrinamiento infantil hasta en los centros de enseñanza públicos, como señalaba antes.
            ¿De qué se queja entonces García Rull? Nos ofrece par de episodios personales de desamparo universitario. En el primero, insinúa (no queda claro) que en un Colegio Mayor de Granada –público por más señas- se le censuró. Si fue así, si hubo censura ideológica, pues muy mal, pero quiero llamar la atención del más que curioso hecho de que, si no me equivoco, hay trece Colegios Mayores en Granada dependientes de la Universidad y sólo uno es público; el resto están ligados, vaya por Dios… a la Iglesia. Me gustaría saber en cuántos (que aunque sean católicos, o precisamente por eso, “los pagamos entre todos” en buena medida) podría alguien “exponer, y por tanto discutir, determinada concepción antropológica y racional de la sexualidad”, a saber, la favorable a una ley del aborto… y a los matrimonios entre homosexuales.
            El segundo episodio consistió en que en un acto donde García Rull actuaba como ponente, en una Escuela Universitaria de Granada, un alumno le dijo que era un “peligro social”. No creo que esto limitara mucho la libertad de expresión del ponente, pero los términos empleados le recuerdan la Ley de Peligrosidad Social del franquismo y el estatus de los homosexuales en esa época. Es una comparación digna de aquel chiste: “¡vaya día llevamos, a ti se te muere tu padre, a mí se me pierde el bolígrafo…!” Es muy llamativo que García Rull traiga aquella ley a colación sabiendo que ¡quien más alentaba el trato discriminatorio a los homosexuales era… la Iglesia! Como sigue haciendo ahora. Y reparemos en algo más: García Rull ha sido Fiscal de Protección de Menores en Málaga y hoy es Fiscal dela Audiencia Provincial de Granada; tenemos pues a alguien muy relevante y activo en el ámbito jurídico que, si no lo he entendido mal, es contrario a algunos derechos conquistados por nuestra democracia, como los del aborto y los del matrimonio entre homosexuales… ¿no sería esto lo que le resultara preocupante a aquel alumno?
            En definitiva, resulta chocante que García Rull se queje, por esos episodios, de que no se pueden expresar y discutir ideas católicas en la Universidad de Granada, cuando vemos exponer y debatir muy a menudo estas ideas en cursos, charlas y debates en el ámbito universitario. Y, por si hay dudas con la posición de nuestra Universidad respecto a la Iglesia, recordemos que, siendo una Universidad pública, acoge a toda una Escuela Universitaria de Magisterio de titularidad privada; ¿adivinan quién tiene la titularidad?
            Volvamos ya al título del artículo de García Rull. Parece colegirse de él que su denuncia sobre los obstáculos para expresar y discutir públicamente sus pensamientos la convierte en una denuncia del laicismo: el laicismo como censor de ciertas ideas (religiosas). ¿Cómo se puede sostener eso? La hipótesis más compasiva es que es por desconocimiento: “el que piensa pierde” es más bien el lema de las ideologías dogmáticas, y en la España reciente la más dañina ha sido el nacionalcatolicismo que aún colea. Por el contrario, el laicismo tiene precisamente como su principal guía la defensa de la libertad de conciencia (y por tanto de pensamiento), que va más allá -porque las incluye- de la libertad religiosa y de la libertad de expresión. Se puede ser laicista y creyente religioso o laicista y ateo… El laicismo no va contra ninguna religión o ideología, sino contra los privilegios públicos de cualquier religión o ideología; y resulta que hoy en España “el que no cree pierde” (el que no cree religiosamente, claro), porque tiene muchos menos privilegios que la mayoría de los que creen. El laicismo lucha para que el Estado no interfiera con las creencias y convicciones de cada cual, para que el Estado proteja el derecho de cada individuo a tenerlas y expresarlas, sin adherirse a ninguna el propio Estado. Un laicista simpatiza con la frase atribuida apócrifamente a Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero me batiría hasta la muerte por tu derecho a decirlo”. (Si además el laicista estuviera dispuesto a batirse… sería un laicista héroe.) No cabe imaginar una verdadera democracia si no es laicista. Por todo ello, invito a García Rull a que, siendo coherente con su deseo de que no pierda quien piense, se deshaga desde hoy de equívocos y se declare él mismo laicista (no hace falta que sea del tipo heroico).
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Artículo al que se contesta:

Laicismo: El que piensa pierde

Javier García Rull

Sabemos que ahora se cumple el 60 aniversario de la publicación de la famosa obra de Orwell "1984", y para nosotros, como expone el filósofo Alfredo Cruz, al que voy a hacer eco, la idea de un aparato político que controla la vida entera de los hombres y que castiga despiadadamente las más ligera desviación respecto de la ortodoxia oficial puede parecer algo que pertenece al pasado, una imagen que no consigue alarmarnos, pues se nos antoja imposible que pueda volver a cobrar realidad.
Pero si nuestra atención no se detiene en lo más aparatoso de la narración y se fija en lo que en el fondo constituye para Orwell lo más esencial del totalitarismo podremos descubrir que "1984" sigue teniendo no poca actualidad. Por encima de cárceles, brutalidad policial o dirigismo implacable, lo que convierte a un sistema político en verdaderamente totalitario es el empeño por eliminar la verdad, el proyecto de hacer desaparecer de la mente de los hombres la diferencia entre lo verdadero y lo falso, lo real y lo irreal, lo sucedido y lo inventado. Quizá, la frase más lograda y emblemática de "1984" es la que su protagonista, Winston Smith, escribe en su diario clandestino: "La libertad es poder decir abiertamente que dos y dos son cuatro". Puede parecer poco. Se trata, ciertamente, de una verdad elemental y completamente inocua. Pero se trata precisamente de eso, de una verdad: de una afirmación incontestable e innegociable, que no admite acomodaciones ni componendas, que no se deja instrumentalizar. Pero la hostilidad a la verdad, el cuestionamiento escéptico de que pueda haberla realmente, y el esfuerzo por ampliar el campo de la manipulación, y perfeccionar sus métodos, nos acompaña todos los días. ¿Quién se atreve hoy a decir abiertamente que lo concebido por una mujer solo puede ser otro ser humano porque, de lo contrario, ella misma tampoco lo sería?
¿Quién se aventura a sostener que todo ser humano es varón o mujer antes de tener orientación sexual alguna; o que la única forma de convivencia conyugal que es verdaderamente de interés social y merecedora de protección jurídica es el matrimonio entre un varón y una mujer? Podría objetarse que afirmaciones de esta naturaleza no son, ni mucho menos, tan claramente verdaderas como la proposición "dos y dos son cuatro"; lo cual es completamente cierto. Es perfectamente razonable asumir la posibilidad de que ideas como éstas fueran falsas, y que un debate riguroso sobre ellas pueda acabar demostrándolo. Pero, por desagracia, no es éste el problema que nos afecta. El peligro que corre quien afirme tales cosas no consiste en que sus afirmaciones puedan ser discutidas. El peligro está en que ni siquiera se admitirá entrar en discusión. Y no admitir la discusión supone no admitir, por principio, la posibilidad de que una cosa resulte a la postre verdadera.
La mera afirmación de determinadas cosas, la sola propuesta de abrir el debate sobre algunos lugares comunes, es un delito que acarrea a quien lo comete la más completa y unánime descalificación. A la osadía de tratar de introducir ciertas ideas en el discurso público, solo se responde con denigraciones y gestos de afectada indignación, que no tiene otro objetivo que el de atemorizar y disuadir a potenciales insurrectos.
Para muestra dos botones: me sorprendió que en un determinado Colegio Mayor de esta Universidad, público por más señas, es decir que lo pagamos entre todos, no se pudiera exponer, y por lo tanto discutir, determinada concepción antropológica y racional de la sexualidad. Parece que todos tienen que pensar lo mismo y el que no, es apartado de algo tan universitario como es el intercambio y debate de ideas, dentro de una mentalidad crítica.
Otro: en una conferencia celebrada en un centro docente también de nuestra Universidad, en concreto en una Escuela Universitaria, al señalar el ponente las ventajas sociales y psicológicas del matrimonio sobre la mera convivencia, en el tumultuoso coloquio posterior uno de los alumnos, quizá porque no tenía otros argumentos más racionales, a voz en grito afirmó: "¡Usted es un peligro social!". En ese momento, quizá sin saberlo, estaba usando un concepto típicamente franquista, como es el de "peligro social" recogido en la Ley Sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970, la cual consideraba peligrosos socialmente, entre otros, a los homosexuales. Con lo cual se ve que, si antes los homosexuales eran un peligro social, ahora lo son los que tienen la osadía de sacar al debate universitario determinados temas, confiados en la idea de que la Universidad es el territorio del debate, de la discusión y de la crítica y no el que pensamiento único está imponiendo basado en la barrilada de los jueves, la descalificación, el amordazamiento y el "apartheid" intelectual.
En cuanto lo que importa no es si una idea es verdadera o falsa, sino si es progresista o conservadora, de izquierdas o de derechas, crítica o dogmática, feminista o machista, u otras cosas por el estilo, el factor más sutil y genuino del totalitarismo, que Orwell supo reconocer acertadamente, ya ha empezado a instalarse entre nosotros. Pero esa amenaza siempre ha de ser combatida como Winston Smith comprendió: «Todo el secreto estaba en pasarse de unos a otros la doctrina secreta de que dos y dos son cuatro»
Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share