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Laicismo, componente de la paz social y la libertad individual

El crepúsculo de los ídolos ha sido pospuesto. Durante más de dos siglos, desde las revoluciones americana y francesa hasta el colapso del comunismo soviético, la vida política de Occidente giró en torno a cuestiones eminentemente políticas. Discutíamos sobre guerra y revolución, clase y justicia social, raza e identidad nacional. Hoy día hemos progresado hasta tal punto que nos enfrentamos de nuevo a las batallas del siglo xvi: sobre revelación y razón, pureza dogmática y tolerancia, inspiración y consentimiento, obligación divina y decencia común. Estamos inquietos y confusos. Nos parece incomprensible que las ideas teológicas sigan inflamando las mentes de los hombres, agitando pasiones mesiánicas que llevan a las sociedades a la ruina. Suponíamos que esto ya no era posible, que los seres humanos habían aprendido a separar los asuntos religiosos de los políticos, que el fanatismo había muerto. Estábamos equivocados”.

Mark Lilla. El Dios que no nació. Religión, política y el Occidente moderno.

Hace unos cinco años, Augusto Pareja Carazo publicó el llamativo texto Largo camino hacia el laicismo. Ahora el autor, en la misma línea de trabajo, hace una nueva entrega: Religión, laicidad, secularización. Las dos publicaciones son esfuerzos económicos personales que denotan el compromiso con el tema que se ha convertido en su pasión de investigación.

Los dos textos, minuciosos, mantienen su criterio histórico, compilador y divulgador, aunque la gran apuesta es por el pluralismo en el marco de la democracia. El segundo trabajo anuncia la inclusión de la sociología para entender el papel de la religión en el mundo contemporáneo, apertura que obviamente abre el espectro del laicismo como puntal de apoyo para la construcción de los ideales de paz social y libertad individual. Además el tema interesa a la filosofía política en cuanto a los alcances del poder estatal, los derechos y los límites, el papel del ciudadano participante en un modelo deliberativo. Los trabajos exhiben una interesante, abundante y variada cartografía para los librepensadores, académicos, generadores de opinión, legisladores y diseñadores de políticas públicas en cuanto expone el intrincado mapa de conceptos y categorías asociados al laicismo. El esfuerzo no logra la depuración que puede esperar el lego quedando entonces servida la plataforma para los análisis, debates y acciones.

El filón de la sociología de la religión que propone en el segundo libro, deja claro que cada persona en su intimidad mantiene la autonomía para creer o no, en tanto que en el amplio escenario de la polis deberá, por lo menos, tolerar al otro que piensa, cree y se expresa diferente.

Estos breves comentarios se cimentan en la enriquecedora lectura en claves de emancipación, derechos humanos y democracia. Entiendo el contenido como una propuesta para fortalecer el pluralismo y los derechos individuales y socavar el denso pilar católico que implantó la cultura hispánica unanimista que nos dominó por muchos siglos, junto a las columnas de lengua y raza. Aunque Pareja se cuida de expandir sus reflexiones o proponer conclusiones contundentes, tal vez para no caer en reduccionismos en tema tan espinoso, es plausible señalar que sus obras rezumen anhelos de autonomía, democracia inclusiva y tolerante, diversidad cultural y religiosa, aunque cubiertos con el velo pesimista de cuan lejanos están esos objetivos y cuánto trabajo arduo se avizora, para concitar tácitamente la perseverancia de muchos en este intento.

Los dos libros de Augusto Pareja contienen un extenso recorrido histórico y jurídico, nacional e internacional, soportado con rigor en un variado listado de autores y textos[1]que sirven de ganchos para afianzar la construcción del laicismo, desde la lectura, la reflexión, el debate, el complemento y, sobre todo, la acción.

El título del primer libro no afirma que se trata de una meta conquistada sino una advertencia para los optimistas porque el laicismo consagrado en el proceso constituyente 1990 – 1991 en los artículos 18 y 19 de la Constitución Formal[2], en la Ley Estatutaria 133 de 1994 y la no obligatoriedad de la educación religiosa en los colegios públicos. Como consecuencia se recompusieron formalmente las relaciones estatales con el Vaticano, se reconoció la unión marital de hecho, se despenalizó parcialmente el aborto y la muerte asistida, mojones de envergadura que aportan cierta confianza en que el alejamiento del poder eclesiástico de las instituciones civiles es real y que el laicismo en Colombia ganó un puesto del que será difícil destronarlo. No hay tal, ese mundo feliz está distante; la línea de la vida social es sinuosa, se altera cada día en este mundo posmoderno y el laicismo es una asignatura pendiente en el mundo actual. El imperativo es revalidar cada día el laicismo formal para convertirlo en laicismo real.

Coincido con lo sustancial del planteo de Mark Lilla que sirve de epígrafe a esta nota, en cuanto los ideales emancipatorios y la laicización han sido pospuestos. Propongo que constituyamos un armonioso consorcio para avanzar en el largo y estrecho camino de separar las cosas del César y de Dios. Frente a los pasos vacilantes para conquistar el laicismo y la democracia en Colombia y en Occidente, la penetración religiosa da cuenta de un proceso a la inversa; mientras pocos tratamos de ganar en laicismo, muchos trabajan intensamente por los fanatismos religiosos y por enlazar, nuevamente, religión y política. Ya bastantes problemas tenemos con el paradigma dominante de la economía capitalista que no alcanza a satisfacer las necesidades de los pobres y que doblega a gobiernos y estados para imponer su acerada ideología utilitarista. Ya hartas dificultades tenemos con los nacionalismos obtusos y los gobernantes que se quieren perpetuar. Ya suficientes bretes tenemos con los coletazos de las peleas por la geopolítica mundial.

Desde el cine, la literatura, las artes, la historia y la cultura en general, busquemos nuevas referencias para definir las dos orillas: la del laicismo y la de los que apoyan un estado confesional. El Olimpo Radical en el siglo 19 hizo lo suyo y en su tarea de hacer de la educación un espacio de construcción ciudadana, se desató la llamada Guerra de las Escuelas[3] que terminó a favor de la Iglesia con el triunfo de la Regeneración en el texto constitucional de 1886 y el Concordato de 1887.

Clarence Darrow[4] dijo para la posteridad que el hogar de un hombre es su castillo constitucional. Parafraseándolo podremos decir que cada individuo  manda en su intimidad y los demás carecemos de derecho alguno para incidir en sus creencias, pero la sociedad la construimos todos y ahí cobra la máxima importancia el tema que Augusto Pareja ha abrazado como su centro de interés para construir la paz colectiva y la libertad individual con espacios suficientes para creyentes de toda índole[5], nihilistas, escépticos, anticlericales, deístas y no deístas, relativistas, agnósticos, ateos, anarquistas, liberales y conservadores.

Mi conclusión la formulo como una gran cuestión: ¿el laicismo, el libre albedrío, la tolerancia, la diversidad religiosa y moral, la mayoría de edad y la secularidad han ganado espacio real en el actual mundo líquido[6]? Cada uno en su comunidad evalúe sociológicamente la situación.

En tiempos de fanatismos es válido asumir el criterio del escritor Paul Auster: “Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión”, y los librepensadores son capaces de asumir ese compromiso.

César Eduardo Camargo Ramírez


[1] A los clásicos como Nietzsche, Locke, Voltaire, Diderot y Rousseau vincula a Víctor Hugo, Benito Juárez, Alfonso Reyes, Vicente Rocafuerte, entre otros.

[2] La libertad religiosa incluye el derecho de profesar un credo o ninguno (libertad de conciencia) y el derecho de realizar los actos que la creencia imponga o abstenerse de ellos (libertad de cultos). Ob cit. de Guillermo Cabanellas, Tomo V, págs. 181 y 185.

[3] Figueroa Salamanca, Helwar Hernando. Tradicionalismo, hispanismo y corporativismo. Editorial Bonaventuriana, Universidad de San Buenaventura. Bogotá, 2009. Págs. 50 a 53.

[4] Abogado estadounidense defensor de los derechos civiles, que en 1925, en el Juicio del Mono defendió al maestro de Tennessee John Thomas Scopes, juzgado por «enseñar una teoría que niega la historia de la Creación Divina del hombre tal y como la expone la Biblia, y enseña en cambio que el hombre desciende de un bajo orden de los animales». El acusador y testigo principal fue el fundamentalista William Jennings Bryan, quien cuando fue interrogado por Darrow, aceptó que no se podía interpretar el relato bíblico de la creación en seis días de 24 horas sino como seis períodos indeterminados de tiempo. Darrow demostró el desvarío de la interpretación literal bíblica y la necesidad de enseñar las teorías científicas. Aunque el juez condenó a Scopes a una multa de 100 dólares, fue un triunfo para Scopes, pues sus enseñanzas se expandieron.

[5] Aprendamos de la múltiple vida espiritual en la India que permite deidades personales, deidades del pueblo, abarcando unos trescientos millones de divinidades, que incluyen ríos, montañas, la tierra, animales y plantas.

[6] Nominación realizada por Zygmunt Bauman en Modernidad líquida.

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