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Laicismo

La lucha laicista es una lucha por la emancipación jurídica y política del poder de la religión. ¡De todas las religiones!. De la idea misma de “religare” (ligar entre sí, relacionar…) las cosas humanas con ideas metafísicas, sobrehumanas, incomprobables mediante la razón experimental. El ideal laicista no impone nada, si no que hace posible la más extensa libertad de la conciencia en su visión más radical.

La expresión libertad religiosa, implica en sí la existencia de una creencia religiosa, marginando manifiestamente a todo humanista ateo o agnóstico. Precisamente los que tratan de defender los verdaderos “laicistas” frente a la marabunta de intoxicadores “progres”, como estos del gobierno español actual, que permiten actuar a imanes fundamentalistas, toleran ramadanes en cárceles y hospitales, facilitan subvenciones a profesores católicos e islámicos (nunca a budistas, evangelistas, confucionistas o de otras confesiones…) mientras aparentan criticar el monopolio católico en pequeñas revisiones legales, pero muy dolorosas para la “sensibilidad” del más rancio catolicismo carpetovetónico. Como la ley del divorcio, la defensa de la investigación con células madres embrionarias o la tolerancia a las uniones de hecho o la adopción por homosexuales. Confunden laicismo y anticatolicismo.

La supremacía de la religión se manifiesta – también – en la guerra de las palabras. Guerras de significados para acallar la libertad de las ideas.

La libertad religiosa es una libertad particular, como lo es la atea o la agnóstica. La única libertad que engloba estas tres libertades es la libertad de conciencia.

No es justo que un ciudadano, de iguales derechos a otro, tenga que definir su opción de conciencia como la negación de otra, y por ello marcarla con tintes negativos, como ocurre en los impresos escolares y en otros formularios que preguntan por la opción de conciencia, es decir, de religión (¡volvemos a las confusiones intencionadas!) empleando términos negativos en cuanto a negación de algo y no positivos en cuando a elección de, por ejemplo de un humanismo ateo.

La tradición judeo-cristiana se arroga el surgimiento de los derechos humanos, no reconociendo el nacimiento y conquista de estos derechos a través de la lucha de los hombres y mujeres en su mayoría libre-pensadores que fueron en su día capaces de liberarse de la opresión ideológica de las iglesias. ¿Cultura cristiana son las cruzadas, la inquisición, la condena de la ciencia, el index de libros prohibidos por la iglesia hasta 1962?

Si la cultura es un proceso dinámico, de distanciamiento crítico de sí mismo y de la colectividad por el que se puede llegar a la libertad de conciencia, al surgimiento de los derechos de los hombres y mujeres, a la conciencia de la propia dignidad como ser independiente, persona con conciencia de sí, la cultura como tradición paralizadora del dinamismo social es oscurantista y lleva a la exclusión del que no participa de ella.

El estado laico reconoce seres humanos que eligen su opción de conciencia, ajena al estado. ¡Que ni siquiera tiene por qué conocer!. Las leyes, pues, habrían de formular lo que vale para todos, y no lo que es particular de cada ser humano. Defender todas las opciones incluidas en la esfera pública es el estado que se defiende desde el laicismo. Cuando el gobierno francés legaliza la píldora del día después, la jerarquía de la iglesia católica francesa se pronuncia diciendo que “deberían haber sido consultados antes”. Del matrimonio gay opinan que es “intolerable” legislar contra los católicos, como si todos los católicos fueran no-gays.

Cuando una iglesia – o mezquita – pretende ejercer su poder sobre la esfera pública, muestra sus intereses y presión frente a los poderes políticos y jurídicos. De la ablación del clítoris o del uso del pañuelo (o el turbante de los sijs, o la cofia de las monjas universitarias españolas…) en algún país europeo “laico”, siempre salen sectores de la iglesia musulmana o cualquier otra que defiende que ‘es su cultura’: se le llama cultura a una mutilación física, sexual y personal de una niña, o a mostrar clara y ostensiblemente signos manifiestos de tratar de hacer manifiesto, incluso de imponer, la visión de una costumbre, un hábito, un estilo de vida, un rezo, un horario o una comida. Y se pretende la falsedad de que hay que dejar que cada pueblo y religión practique sus ‘ritos culturales’.

El laicismo no llama cultura a lo que es imposición a personas, o tolerancia frente al oscurantismo. En un país laico, todas las religiones son iguales con tal de que respeten al estado y de que no quieran imponerse a las leyes. Todas las religiones son libres, mientras que en un país religioso sólo la religión oficial, o cualquier religión es libre, ¡salvo el no tener religión ni querer tener relación alguna, mediante impuestos o mediante ritos públicos, con ninguna de ellas!.

Desde el laicismo se tiene la convicción de que, para sacar al mundo de las guerras de religión hay que defender el ideal laico que nos une a todos en cuanto seres humanos, alrededor de los valores humanistas. Y desde ese punto de vista. La lucha por que la Constitución europea, que se presentará a referéndum en 2005, y la pelea del Vaticano por que recoja la “herencia religiosa cristiana’ no está exento de intencionalidad de imposición frente al resto de opciones de conciencia. Como tampoco es indiferente que se admita o no en Europa, o se establezcan “relaciones preferenciales” con países mayoritariamente islámicos (Turquía, Bosnia, Kosovo). ¿No tendría sentido introducir una mención sobre el librepensamiento ateo? ¿Y sobre el racionalismo agnóstico? ¡Igual somos mayoría, entre escépticos, agnósticos, indiferentes o ateos militantes! En la última encuesta seria sobre el tema religioso en España, sólo el 19% de la población se declara clara y manifiestamente religioso!

Rafael Gallego. Granada Laica

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