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Laicidad, nuestro patrimonio

Frenar el impetuoso impulso con el que algunos sectores asumen que sus creencias religiosas por ser suyas, deben ser consideradas como parámetros generales para tomar decisiones en esta nación, que hasta la última vez que supe aún era laica.

Acorde con la más reciente moda legislativa, la semana pasada se propuso en el Congreso del estado declarar a la Procesión del Silencio que se realiza cada Viernes Santo en la capital zacatecana como Patrimonio cultural de la humanidad.

La propuesta, en voz  del presidente de la Comisión de Turismo, arguye a su favor que la Procesión del Silencio de nuestra ciudad es una de las prácticas religiosas más importantes de México, y que atrae a miles de turistas. No se presentan estudios que lo comprueben, ni registros del número de visitantes que llegan a nuestra entidad para ver tal evento; mucho menos se da cuenta, que fue justamente una procesión del silencio, la del año 2011, el momento explosivo del sentimiento de inseguridad que permeaba en el ánimo social, y que fue éste en gran medida el que alejó al turismo de nuestro territorio. Aquella procesión que más bien parecía pamplonada, pasó a la historia porque la sensación permanente de peligro nos jugó una mala pasada y provocó estampidas humanas sin que a la fecha haya quedado claro cuál fue el detonante.

El argumento de la importancia turística se desmorona pronto, una breve googleada basta para darse cuenta que la Procesión del Silencio que se hace en el vecino San Luis Potosí desde 1954 es mucho más importante que la realizada en Zacatecas, y por cierto, fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad el 24 de octubre del año pasado.

Se dice también que la Procesión del Silencio de Zacatecas data de 1559, lo que la convertiría en la más antigua del país. Sin embargo, uno de los historiadores más importantes del estado, José Enciso Contreras, desmintió esto, y apuntó que desde su perspectiva, se trata más bien de una tradición surgida ya avanzados los años 80, lo cual sería congruente con la difundida suposición de que tal celebración surgió como respuesta de los sectores conservadores al Festival Cultural que tiene lugar en Semana Santa, y cuya primera edición fue en 1987; mismo que consideraron como una falta de respeto por romper con el tono solemne y luctuoso de la muerte de Cristo que de acuerdo a sus creencias se conmemora en dichas fechas.

Aunque se antojaba un interesante debate histórico provocado por las palabras de Enciso Contreras, sólo hubo decepción. A toda su autoridad intelectual no hubo forma de responderle más que invitándole a que se incorpore a las reuniones de trabajo donde se elaborará el dictamen.

Además de exponer lo que José Enciso consideró “falsedades históricos”, la iniciativa reventó el silencio que algunos sectores habían guardado ante las continuas violaciones al Estado laico por parte de los gobiernos locales y federales de los últimos quince años. En conferencia de prensa convocada por el Foro Macondo el pasado domingo, Enciso reseñó los frecuentes coqueteos de gobernantes (en esa investidura) con la religión, desde gobernadores que encabezan peregrinaciones, hasta los regalos zalameros a sacerdotes.

La lista no fue exhaustiva, faltó el arrodillamiento de un presidente frente a la máxima autoridad del Estado Vaticano, la bienvenida a autoridades religiosas con el lema “Bendito el que viene en nombre del señor” a un lado del logotipo de Gobierno del Estado, o la utilización de Palacio de Gobierno para colgar pendones de temática religiosa. Sumemos a todo ello, la bipolaridad de nuestros políticos que mientras se ven empujados con fervor a comulgar frente a la prensa, han encontrado la forma de mantener sus convicciones religiosas del tal forma que no les estorben “en la auto concesión de abultados bonos”, o en el manejo caprichoso del erario.

No faltará quién asuma que la posible declaración de la procesión del silencio como patrimonio de la humanidad por parte del congreso carezca de relevancia, (por principio porque las declaraciones de ese tipo que realmente importan son las que otorga la Unesco), o quien considere que no está en juego algún acuerdo faccioso entre la Iglesia y el poder civil, sin embargo, guardar silencio en este asunto podría traer por consecuencia que se considere como normalidad, lo violatorio de la ley, y por tanto, que tengamos posteriores dificultades en frenar el impetuoso impulso con el que algunos sectores asumen que sus creencias religiosas por ser suyas, deben ser consideradas como parámetros generales para tomar decisiones en esta nación, que hasta la última vez que supe aún era laica. Más vale dejarlo claro, el llamado no es antirreligioso, sino en pos de la libertad de creencias, para lo cual es necesario que el ente responsable de ella se mantenga laico.

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