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Laicidad no es multiconfesionalismo

Iglesia católica, la comunidad musulmana, ortodoxa, adventista, anglicana, mormona, evangélica, bahái, budista… Esos “colectivos” nunca se ven satisfechos y su norma es la más implacable voracidad

Hace escasos días el alcalde y la vicealcaldesa de Zaragoza han asistido a un encuentro con los representantes de las distintas confesiones religiosas de la ciudad; representantes de las comunidades religiosas entre las que se encuentran la Iglesia católica, la comunidad musulmana, la ortodoxa rumana, la adventista, la anglicana, la mormona, la ortodoxa rusa, la evangélica, la bahái, la budista, y, para más inri, los testigos de Jehová. Es curioso que todas ellas afirman que su dios es el único y el verdadero, y que los otros dioses son herejías a perseguir y exterminar. Ahí es nada. Como para salir corriendo y no parar ante tanta secta.

El alcalde, Pedro Santiesteve, manifestó, como conclusión de esta negociación, que después del verano, en septiembre, el consistorio zaragozano empezará a trabajar para atender las necesidades de estos colectivos religiosos. Supongo que no habrá reflexionado mucho antes de emitir esa afirmación que hizo. “Trabajar” para esos colectivos es ardua tarea. Podría pasar veinte vidas dedicadas en exclusividad a “trabajar” para esos colectivos y nunca vería su final, porque esos “colectivos” nunca se ven satisfechos y su norma es la más implacable voracidad. “Tarea le mando”, como reza la sentencia popular castellana. Y, lo que es peor, “trabajar” para esos colectivos es directamente proporcional a reducir los derechos civiles y humanos, porque, como todos sabemos, o deberíamos saber, las religiones son las grandes propagadoras de la intolerancia y de la tiranía, y son las grandes opositoras al pensamiento democrático y a los derechos humanos.

Esta mesa de diálogo pretende promover la convivencia y la tolerancia “como medida de prevención”, así como atender las necesidades de las distintas comunidades religiosas. Es como si los representantes públicos se sintieran obligados a tener contentas a las religiones para que no la líen. Es como si hubiera que agasajar a los que propagan la tiranía, como si hubiera que ser infinitamente generosos y tolerantes con los que difunden y expanden el odio y la intolerancia. “Promover la convivencia” entre los que promueven la exclusión, la intransigencia y el fanatismo suena un poco como dar de comer al ogro para que esté satisfecho y no salga de su cueva.

La representante de la comunidad budista de Zaragoza, que ha participado en este encuentro, ha manifestado su satisfacción por el hecho de que las “minorías espirituales” tienen que tener su sitio en el espacio público, porque -literalmente- “eso se traduce en el respeto público a todo tipo de religión”. Mi argumento es que la sociedad española profesa un respeto desmedido a la religión, tanto que dona once mil millones de euros a la católica todos los aós sólo en los PGE, mientras muchos españoles malviven en la miseria. Si tuviéramos que financiar a todas el país estaría en la más miserable ruina. Las preguntas serían ¿Las religiones respetan a la sociedad? ¿Las religiones respetan a las personas y a su libertad? ¿Respetan la diversidad? ¿Acaso los ateos, los agnósticos, los laicistas, los que hemos leído y nos hemos informado sobre la realidad tenemos algún tipo de financiación pública por nuestras ideas, por cierto, mucho más respetuosas que las ideas religiosas porque provienen del conocimiento y no del adoctrinamiento? Que nos lo cuenten. Exigen privilegios aquellos que cercenan la libertad ajena y exigen respeto aquellos cuyas ideas se basan en coaccionar a los demás.

Someter a la infancia, por ejemplo, al adoctrinamiento en ideas irracionales y excluyentes de alguna manera es vulnerar sus derechos. Recordemos que diversos estudios desvelan que la adhesión a la religión a partir de cierto grado es una sociopatía, es decir, una enfermedad mental. “En el futuro el fanatismo religioso será tratado como una enfermedad mental”, dice la psicóloga Katleen Taylor, neurocientífica e investigadora de la Universidad de Oxford.

¿De qué estamos hablando? Los representantes públicos deben estar informados, deben saber, como poco, lo que es la laicidad. Parece que muchos no lo saben. Su obligación a ese respecto es respetar y exigir respeto a la asepsia confesional del Estado y de lo público. De eso se trata. No se trata de satisfacer las demandas voraces de todas las religiones y sectas que se asienten en el país, no se trata de financiarlas ni de atender sus “necesidades”; no se trata de destinar recursos públicos para promover supersticiones privadas. Se trata justamente de lo contrario; de defender a la sociedad del pensamiento totalitario religioso, de exigirles a las confesiones respeto a la diversidad social y se trata de impedir que promuevan el fanatismo, siempre, por supuesto, respetando las creencias personales y el derecho de todos a tenerlas en libertad. No se puede confundir la laicidad con un multiconfesionalismo que supone el sometimiento del Estado no a una sola religión, sino a varias. Una locura inasumible para un país que pretenda ser democrático. Porque, como decía el filósofo Karl Popper, lo que debemos reclamar en nombre de la tolerancia es el derecho y el deber de no tolerar a los intolerantes. Y los políticos, en lugar de agasajar a las religiones y sectas tendrían que pensar, parafraseando a Chomsky, en incluir en los contenidos del currículo educativo herramientas de defensa intelectual.

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