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Laicidad del Estado

Uno de los argumentos que el gobierno español esgrime a la hora de perfilar parte de su línea política es la laicidad del estado. Si entendemos por ?laico? todo aquello que es independiente de cualquier organización o confesión religiosa, sin más aditamentos a la palabra y su significado, comprendemos que, detrás de dicho significado no debería existir ninguna intención antirreligiosa. Simplemente, se define la no existencia de vínculos con la religión.

Uno de los argumentos que el gobierno español esgrime a la hora de perfilar parte de su línea política es la laicidad del estado.

Si entendemos por “laico” todo aquello que es independiente de cualquier organización o confesión religiosa, sin más aditamentos a la palabra y su significado, comprendemos que, detrás de dicho significado no debería existir ninguna intención antirreligiosa. Simplemente, se define la no existencia de vínculos con la religión. Por ejemplo: ¿Un comunista es laicista? Sí. ¿Un liberal que se denomine ateo, es laicista? Sí. ¿Cual es la diferencia entre ambos?

Partiendo de las definiciones de uno y otro, ambos son laicistas, por no tener ni querer vínculos con ninguna religión. Pero el matiz, la diferencia que crea un abismo entre ambas formas de ver el laicismo es la intención hacia las creencias y los creyentes. Mientras el comunismo e ideas afines no solo no desean ningún tipo de asociación con la religión y, en la mayoría de los casos, fomentan el alienamiento o aniquilamiento de los creyentes, el liberalismo defiende el derecho del ser humano a creer y practicar aquello que crea más conveniente.

¿Si afinamos un poco más con otra pregunta, un liberal creyente puede ser laicista? No solo puede, sino que debe serlo.

Es decir; un liberal que sea ateo, agnóstico, judío o que profese la creencia de cualquiera de las confesiones cristianas, o budista, o de cualquier otro credo, debe estar dispuesto a defender y compartir el derecho del ser humano a creer en lo que desee. Para mí, este principio es parte fundamental del verdadero liberalismo. El que respeta la libertad de ideología, de pensamiento y de fé y precisamente por ese motivo, por pretender respetar a todos los ciudadanos, no propugna que una religión tenga dominio ni mayor influencia sobre otras en el funcionamiento de un estado.

Por tanto: ¿se puede ser creyente, practicante y laicista? Absolutamente sí. Es posible practicar una religión y defender también la existencia de un estado verdaderamente laico.

Es perfectamente compatible – y creo que es absolutamente aconsejable – que cualquier religión, mayoritaria o no entre la población, esté al margen del funcionamiento del estado, evitando así posibles influencias o interferencias, caso de que se dieran. Con esto no estoy diciendo que ningún servidor del estado pueda profesar una religión. Simplemente defiendo que ningún servidor del estado ocupe su puesto por causa de su credo o que ejerza en su trabajo algún tipo de influencia hacia ciudadanos u organizaciones, orientado por su credo. ¿Significa esto que ser laicista es lo mismo que ser antirreligioso?. No. Pero para quienes disfrazan así su fobia hacia la religión, es condición sinequanon para ser verdaderos laicistas.

Curiosamente, el contaminado laicismo que pretende imponer el gobierno del PSOE – y, en concreto, algunos de sus líderes con especial empeño – poco tiene que ver con el verdadero laicismo. En España, durante mucho tiempo, se ha acusado a los creyentes (insisto que no solo me refiero a los católicos, aunque estos sean mayoritarios) de fanáticos y reaccionarios, mientras que cierta tendencia que se denomina a sí misma como laicista, ha cometido crímenes y desmanes tan abominables como aquellos de los que acusó a quienes pretendió perseguir. Hoy asistimos al resurgir de este “laicismo” extremista, que dice defender las libertades de todos, cuando los resultados de sus acciones muestran precisamente la imposición de medidas coactivas, siempre dirigidas hacia los mismos colectivos.

Este último comentario no es partidista. Me remito a los hechos, visibles para cualquiera. No considero un comportamiento laico el pretender prohibir la representación del nacimiento de Jesucristo en los colegios de nuestros hijos, con la excusa de no ofender a los no cristianos – supuesta ofensa que yo nunca he escuchado en palabras de padres extranjeros – y permitir abiertamente que en España ciertas prácticas religiosas fomenten el machismo más rancio o el desprecio y el odio hacia lo occidental, apoyado además con ciertas viñetas en algún manual de Educación para la Ciudadanía. O peor aún. Fomentar prácticas que atentan contra la vida del inocente, como el aborto indiscriminado o la libre disposición de la vida de los enfermos terminales, sustentando la idea de que todo buen laicista debe ser antirreligioso y, en consecuencia, atacar cualquier principio defendido por los creyentes.

Las consecuencias del resurgir de este “laicismo” extremista las tenemos ya a las puertas. Y las puertas están completamente abiertas. Se modificarán los significados de algunas palabras, habrá uso y abuso de eufemismos, se procurará avergonzar a quien defienda ciertos principios, como la vida y las libertades del individuo. Se hará lo imposible para cambiar el aspecto de lo que es horrible, para presentarlo como algo bueno y recomendable.

Es una indigna manera de “matar dos pájaros de un tiro” Pretender imponer ideas por la fuerza de la coacción y la descalificación, a la vez que polemizar sobre ciertos principios para que no prestemos tanta atención a la gravedad de esta crisis innombrable que arrasará como una plaga de langosta.

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