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La virgen y los servidores públicos

Granada Laica cuestiona la participación de autoridades y cargos públicos en las ceremonias religiosas en honor a la virgen de las Angustias. Cree que no se debe privilegiar a ninguna confesión religiosa.

Como ocurre últimamente cada año, en septiembre tienen lugar en Granada numerosos actos religiosos en honor a la virgen de las Angustias, patrona de la ciudad. El día 15 se realiza una ofrenda floral seguida de una misa, el último sábado del mes una misa solemne, y el día siguiente una procesión por las calles. Durante todo septiembre se suceden rendiciones de honores corporativas en la basílica de las Angustias.

Desde el punto de vista laicista no habría problema con todo esto, de no ser por la involucración de personas y entes públicos (de varios ámbitos de la Administración) en los eventos. Habitualmente participan en ellos y los promueven los principales representantes y autoridades civiles y militares de la ciudad y la provincia, y no falta una representación del Rey (el teniente general jefe del MADOC). Además, bomberos, soldados, guardias civiles y policías de a pie (aunque algunos vayan a caballo) intervienen desfilando, tocando música y rindiendo honores. Quienes los tienen, van con sus correspondientes uniformes de gala. Los bomberos traen un camión grúa para elevar a una concejala con flores. Cuando hay presupuesto —este año no— algunos militares arrojan flores desde un helicóptero de la base militar de Armilla.

En definitiva, vemos cada año cómo cargos, autoridades o meros trabajadores públicos, participan con fervor en unos actos netamente religiosos, y aplauden cuando se interpretan en honor a la virgen los himnos de Granada, Andalucía y España. Todos ellos son, o mejor dicho, deberían ser, servidores públicos que, sobra decirlo, podrían participar en esos actos a título privado, pero nunca institucional, pues así identifican al Estado con una creencia y discriminan —e incluso, en sus declaraciones, ningunean o desprecian— a los ciudadanos que no la siguen.

Esta involucración de personas públicas, y de dinero no menos público, en actos religiosos era una de las características reprobables del nefando nacionalcatolicismo franquista. Que hoy, décadas después de la aprobación de una Constitución que declara la aconfesionalidad del Estado, continúen esas actitudes, es una burla a esta Constitución, a la democracia y, lo que es más grave, a los ciudadanos, y cabe interpretarlo como una añoranza de aquella deplorable alianza entre la Iglesia católica y el Estado español.

Peor aún, pues ha ido a más, ya que en vida de Franco ni siquiera se producía la ofrenda floral institucional. Esta ofrenda, que ahora se proclama tan “tradicional”, no comenzó hasta 1982, aunque la humillación confesional de los representantes públicos, comenzando por los del Ayuntamiento, no se afianzó y extremó hasta los años del “tripartito” (la coalición de PSOE, IU y PA entre 1999 y 2003), cuando estos partidos se esforzaban en no enemistarse con la Iglesia ni perder el voto de los católicos, aunque fuera a costa de sus principios. Hay que felicitarse al reconocer que en la actualidad IU se ha desmarcado de aquella forma de populismo y clientelismo. En cuanto a los socialistas, las ocasionales declaraciones laicistas de los dirigentes nacionales raramente se traducen en acciones para terminar con el confesionalismo estatal. En Granada capital, además de colaborar como los que más en los fastos septembrinos, participan en los solemnes votos anuales al cristo de san Agustín (por protegernos de la sequía), a la propia virgen de las Angustias (por librarnos de los terremotos), y a la virgen del Rosario (no sabemos por qué). (Compruébelo aquí el lector incrédulo). ¿Al socialismo mediante la superstición?

De todas formas, el culmen del ataque local a la laicidad lo lleva a cabo, como era previsible, el PP. Recuerden las declaraciones del concejal de Cultura (¡!), Juan García Montero, según las cuales no se es un “granadino de raza” si no se acude el viernes santo al cristo de los favores; o el discurso del alcalde, José Torres Hurtado, con motivo de la vergonzante entrega de la medalla de oro de la ciudad a la virgen de las Angustias, cuando repetía, además de la devoción a ella de “todos” los granadinos, que esa virgen hizo llover un día para que se le rindiera homenaje en otra fecha en el interior de la basílica, que es lo que ella quería. Unas astracanadas que a buen seguro poco satisfarán a muchos creyentes católicos.

Pero no menos hiriente es la transgresión confesional de los representantes de las Fuerzas Armadas y cuerpos de seguridad del Estado. Nos rememoran la vieja y funesta alianza entre la cruz y la espada, que alcanzó su último gran episodio de terrible esplendor en el franquismo. ¿Y qué decir de la participación de altos cargos de la Judicatura? ¿No entienden que su comportamiento público debiera ser ejemplar, pero que están escenificando una predilección (damos por hecho que inexistente) de la Justicia por los creyentes católicos y por su Iglesia? Preocupante parcialidad respecto a los ciudadanos, que deben y quieren confiar en aquellos.

La intromisión de la Administración municipal en las creencias y convicciones de los vecinos no se limita a las presencias personales, sino que se extiende con apoyo logístico de diverso tipo, regalías económicas, concesiones de honores (títulos, medallas, varas de mando, fajines), y con patronazgos y días festivos de carácter religioso. No es de recibo que algunos años sea fiesta oficial de Granada el “día de la Virgen”, como si la ciudad fuera católica, sobre todo cuando es a costa de otras fechas en que se conmemora algo común a todos, como el recuerdo de Mariana Pineda.

La exhibición confesional del septiembre granadino no es sino la culminación de un verano en el que en la inmensa mayoría de los municipios de la provincia (y de los barrios de la capital) se ha repetido lo mismo: cargos y autoridades civiles y militares, y funcionarios, contraviniendo la Constitución, atentando contra la igualdad de los ciudadanos en materia de creencias y convicciones.

Estas autoridades y cargos públicos están obligados, por ley y por decencia democrática, a dejar de postrarse públicamente ante vírgenes, cristos y santos (o lo que corresponda en otras creencias), y de privilegiar a ninguna organización religiosa. Obligados a cumplir su deber sirviendo por igual a todos los ciudadanos, cualesquiera que sean las fes o las increencias de unos y otros.

ofrenda flora virgen Angustias Granada 2014

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