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La verdad sexual según los obispos

El arzobispado de Valencia ha decidido «iluminar la sexualidad de los adolescentes con la luz del Evangelio».

Así, ha encargado sus propios manuales de educación sexual que se impartirán bajo el título “la verdad sobre la sexualidad”.

Su primera recomendación para emprender una vida sexual sana es la abstinencia. Empezamos bien. Continúan arremetiendo contra la homosexualidad y concluyen asegurando que “la masturbación aleja de Dios”.

Se supone, siguiendo el esquema católico que el Altísimo ha revelado su voluntad a través de la Biblia. Curiosamente, las Sagradas Escrituras no mencionan la masturbación. Ni una vez. Pero ahí están los obispos, en su labor de apuntadores celestiales, corrigiendo los fallos de memoria divinos.

Por otra parte, estos defensores de la estrechez sexual rara vez son personas de corazón amable, como puede comprobarse por su eterna cópula con el poder político y económico, por no hablar de su amor al militarismo y las dictaduras en tiempos pasados.

De hecho, como aseguraba el inmortal Bertrand Russell, uno se siente tentado a pensar que esa forma de “moral” es tan solo un pretexto para causar dolor.

Sí, la moral supersticiosa católica se ha constituido durante siglos en una fuente de sufrimientos. En primer lugar, si los padres no estaban casados, el hijo sufría un estigma de por vida.

Anatemizados los métodos anticonceptivos, las familias de recursos escasos se hundían en la pobreza, desnutrición y, no pocas veces, el incesto. Muchos de aquellos infelices se hallaban condenados a morir prematuramente. Pero como ya eran seres formados, y no amasijos de células, los “defensores de la vida” miraban hacia otro lado.

En realidad, el destino de las víctimas aztecas conllevaba menos sufrimiento que el de aquellos niños nacidos en entornos miserables, contagiados a menudo de venéreas y sin más horizonte que un espinazo tronchado.

Si entonces la superstición católica era, en gran parte, culpable de aquellos millones de destinos tronchados, hoy, desde la impotencia, pretenden recuperar terreno.

Lejos de contemplar la sexualidad como un acto natural y libre, pretenden domesticarlo en algo que, además, llaman “sacramento del santo matrimonio”. Y en sus catecismos enseñan que no ceñirse a esta conducta constituye un “pecado” cuyas consecuencia es el sufrimiento eterno.

Por lo general, los obispos ocultan estas enseñanzas. Pero forman la base de su doctrina por más que, en pleno siglo XXI, cueste creerlo.

Por supuesto, la práctica de la homosexualidad representa otro “pecado” con eternas consecuencias de suplicio, concretamente de “llanto y crujir de dientes”. La masturbación, como ya se dijo, “aleja de Dios”, si bien Éste olvidó referirla.

Ignoro hasta dónde puede llegar la enseñanza de “la verdad sexual” por parte de los obispos. Me asusta pensar en las personas que viven en constante tortura mental a causa de estos disparates.

Pero, sobre todo, me aterra lo que puede perpetrarse, a plena luz del día, incluso en un país democrático, si se permite actuar a los fanáticos, si ellos se sienten apoyados por fuerzas políticas y, lo más grave, si el Estado, en dejación de funciones, no imparte una auténtica educación sexual a los adolescentes.

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor

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