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La vacunación del señor Álvarez

El Obispado de Tenerife ha confirmado que su titular, el señor Bernardo Álvarez, ha sido vacunado contra el coronavirus, aunque no está muy claro si solo ha recibido la primera inoculación o las dos que incluye el tratamiento inmunizador. En otras regiones se han dado casos semejantes, es decir, jerarcas de la Iglesia Católica que se han vacunado aunque su caso no esté incluido en los protocolos de las autoridades sanitarias, casos que han sido objeto de escándalo, indignación y crítica. Huelga decir que en las ínsulas baratarias el obispo tinerfeño no ha tenido que escuchar ni una palabra desagradable al respecto. Un amigo lo explicó rápidamente: “Todo el mundo sabe que el Señor es su pastor y que nada le falta. Vacunas tampoco”.

Recuerdo que la Iglesia Católica consideraba en su doctrina que los obispos no habían venido para ser servidos, sino para servir, y que el buen pastor debía estar dispuesto a dar incluso su vida por sus ovejas. Estos fatigosos símiles agropecuarios son tan verosímiles como una campaña electoral o los conocimientos en materia económica de Román Rodríguez, pero se supone que deben ser principios rectores del gobierno pastoral de los obispos. Más allá de las consideraciones internas, alguien debería explicar en virtud de qué razones disfrutó de la vacunación reservada, en un primer tramo, a los ancianos de las residencias geriátricas y al personal sanitario que los atiende. Igual el obispo tenía un despacho en el Hogar Santa Rita, la macrorresidencia abierta en Puerto de la Cruz con más de 700 clientes, donde han muerto más de 20 a causa de la pandemia, lo que está siendo objeto de diligencias preprocesales de investigación por la Fiscalía de la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife. Igual se nos ha escapado algún protocolo médico que estipula que deberá ser vacunado todo aquel que se sepa de memoria la primera página del libro De Vita et Miraculis Patrum Italicorum et de aeternitate animarum de Gregorio Mango. Por cierto, que Gregorio, que llegó a papa y fue canonizado y todo, escribió una Regula pastoralis, manual de moral destinado a los obispos, donde se les insiste mucho en que desdeñen ya no los placeres, sino incluso el bienestar de su cuerpo, esa miserable y fugaz cárcel de la que el espíritu terminará liberándose para unirse con Dios Padre, puro amor y misericordia. Igual, simplemente, el señor Álvarez es muy simpático, en contra de la opinión de la mayoría de quienes lo han tratado, y convenció solo con su gracia natural y su sentido del humor a algún médico del Servicio Canario de Salud. Siempre ha demostrado cierta capacidad para sorprender a las masas. Pueden revisarse, por ejemplo, sus particulares opiniones sobre algunos casos de abusos sexuales a menores allá por el año 2013.

Mientras el obispo tiene la amabilidad de informar sobre su casi milagrosa vacunación no estaría mal que casos como los de la consejera de Sanidad del Cabildo de La Palma tuvieran un final lógico, que no puede ser otro que su dimisión y su expulsión de su partido, el PSOE, que por el momento no le ha exigido nada y solo le ha abierto un expediente informativo. En la nota de prensa sobre el asunto el PSOE subrayaba que lo de la señora Susana Machín “no puede empañar la labor de tantos responsables públicos están llevando para gestionar la pandemia”. Pero claro que la empaña. La empaña que da asco. Procedan ustedes de una vez.

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