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La tragedia del Estado laico y la crisis de la democracia

Estamos en una etapa álgida de la vida social-política del país y el mundo. Si bien durante toda la historia la violencia ha tomado formas aberrantes -de crueldad extrema- hoy por fin estamos saliendo de las sombras, porque lo que antes se había naturalizado ahora se extingue en las llamas de su propia violencia.

La sociedad chilena está despertando, gritando con euforia que nos dejen ser libres, porque ha costado 40 años zafarse de una dictadura cívico-militar, porque se han arrebatado vidas, se nos ha arrebatado la dignidad. Han pasado 26 años desde que hemos vuelto a tener la capacidad de votar, dijeron que nos habíamos ganado la democracia. Yo me pregunto qué democracia se ha ganado, si no creemos en ningún político; sabemos que hay delincuencia de cuello y corbata, que nos han saqueado hasta el último peso, sabemos que el Estado se ha encargado de quitarnos hasta la última cuota de dignidad en una sala de espera de cualquier hospital público, en nuestras pensiones o en nuestra educación. ¿Qué democracia se ha ganado? Votamos por el que pensamos que nos robará menos que el anterior, votamos por promesas políticas que sabemos que son imposibles y discursos aprendidos de memoria. ¿Qué democracia se ha ganado? Sí, podemos votar, pero ¿de qué sirve cuando no tenemos libertad de tomar decisiones?

¿Estamos ante una crisis de la democracia? No tengo la seguridad, pero sabemos que durante las últimas décadas se ha producido un fenómeno que se está repitiendo en todo el mundo y en Chile: la capacidad de voto que tanto ha costado ganar se ha visto prisionera de un profundo sentimiento de agonía, como si algo dentro de la democracia hubiera muerto para siempre y aún así la intentáramos despertar, revivir. La sentimos como una democracia vacía.

Una democracia vacía es un ambiente propicio para la exaltación de la violencia institucional, esa que intenta llenar la falta de argumentos con mano dura y el uso de los medios de comunicación, la misma que intenta deslegitimar cualquier movimiento social por una determinación “natural de las personas”; es aquí donde convergen la mayor parte de los conflictos de la sociedad contemporánea. El laicismo que estuvo bajo la contienda de la Revolución Francesa siempre tuvo como fin llenar la ideología del Estado -porque no existe Estado sin ideología, siempre existirá una dialéctica entre los grupos políticos en el poder- con una que respetara la libertad de culto en todas sus formas y que asegurara la neutralidad del Estado frente a ellas. Actualmente -e históricamente- el laicismo en Chile ha tenido un discurso político formal como tal, pero que siempre ha sido llenado sustancialmente con la ideología de los grupos conservadores dominantes, con la socialización perpetua de los valores y la legitimación de sí mismos. Hoy esta es una barrera hacia una verdadera democracia, una legítima en la que se puedan tomar las decisiones libremente, sin embargo esta está siendo destruida lentamente. El Estado, con una democracia meramente formal, vacía en sustancia, está siendo llenado con la ideología de los grupos dominantes, los que tienen el poder económico, los que se escudan en la fuerza socialmente organizada para mantener sus privilegios y la socialización que ha durado durante décadas en Chile y el mundo; una visión determinada del ser humano, inequívoca, estática, que es la razón de toda la violencia en sus múltiples formas.

Hoy se ha vuelto evidente una violencia en particular: la violencia de género. Esta se ha visto reforzada por las profundas doctrinas que arremeten en conceptos como los de familia -asignando roles de género- y naturaleza humana (que en países en vías de desarrollo suele tener una influencia directa o indirecta teológica), los que son principalmente adoptados por la ideología dominante. En el caso particular de la Constitución Chilena esta ideología está institucionalizada mediante la adopción de una “democracia protegida” (llamada democracia autoritaria de Pinochet) durante la dictadura, consistente básicamente en pensarla desde la guerra como defensa al comunismo internacional (y que el comunismo en Guerra Fría estuviese asociado al feminismo), rechazando y reemplazando la voluntad popular y de la mayoría por la idea de “voluntad nacional”, que encuentra su soberanía parcialmente en los ciudadanos y también mediante las autoridades elegidas y burocráticas, haciendo uso efectivo de la hegemonía cultural a través de una minoría política y de las armas que entrega el Estado. En este punto debemos aseverar que uno de los teóricos más importantes de la dictadura, Jaime Guzmán, era un ferviente religioso -esto puede servir de principio reactivo de la hegemonía cultural de la minoría en cuanto a la Constitución como medio de socialización- lo que puede ser observado no sólo en sus escritos personales, sino también en las actas de la Comisión Ortúzar. Por otro lado, debemos confiarle el término “democracia protegida” a Guzmán y su origen en el marco filosófico a varias encíclicas papales, que a pesar de no corresponderse con el neoliberalismo las adoptó restrictivamente para lograr sus fines.

En Chile la historia de lucha de la mujer por el acceso al mercado laboral, así como también los derechos jurídicos y políticos, se torna reciente. La primera mitad del siglo XX ha sido considerada una época en la que cualquier grupo femenino que intentara velar por sus derechos era tachado de libertino y falto a la moral. En este contexto es cuando el grupo MEMCH (Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile), fundado el 15 de Mayo de 1935, lidera las demandas de igualdad de género civiles y políticas, obteniendo mediante distintas presiones el sufragio femenino universal -promulgado el año 1949 durante el gobierno de Gabriel González Videla-. En este grupo nos encontramos con personas de ideologías totalmente variadas y de diferentes credos religiosos, sin embargo posteriormente fue vinculado a la izquierda, siendo desprestigiado debido a varios factores, entre ellos el incremento del “anticomunismo” y la relación que se le asignó también al ateísmo -idea defendida por la Iglesia de aquel entonces: Juan XXIII el 4 de Abril de 1959 mediante respuesta de Santo Oficio y Pablo VI en su primera encíclica “Eclessiam suam”-. Lo que menciono es especialmente importante por el hecho de que, si bien Chile es declarado un Estado laico desde la Constitución de 1925 mediante la libertad de culto ratificada en la Constitución de 1980, aún existen claros instrumentos constitucionales y burocráticos que tienden a una religión en específico: hablo, por ejemplo, del Himno Nacional y el Te Deum, entre otros. Hoy, líderes como Camila Vallejo han participado en esta separación institucional con una negativa popular que ha llegado al extremo de ridiculizarla, sin embargo cualquier intento de bajarle el perfil a esto contribuye una vez más afirmar que quienes reciben nuestros fondos públicos van a seguir actuando a nuestro nombre antidemocráticamente y que, más aún, es natural y necesario para la justicia ser feminista y el feminismo es intrínsecamente ateo -y el ateísmo es intrínsecamente empoderación política-.

Que se entienda con esto que no es menos válido el tener un pensamiento religioso, sino que como grupos de presión naturales en la dialéctica institucional, estos no pueden entrometerse en la ideología del Estado sino en el dialogo democrático que corresponde a todos los grupos de presión -a excepción de las Fuerzas Armadas, por su naturaleza obvia-, no como un ente privilegiado, sino en la discusión, como todos: una discusión libre, sin ataduras socializantes, libre, en donde podamos tomar nuestras propias decisiones, libre, una democracia libre, legítima.

Entonces, ¿qué se puede hacer para frenar este uso reactivo del Estado para la generación perpetua de legitimidad a través de una determinación de valores cristianos, propia del grupo dominante? Ya no se puede pensar en el Estado como laico: el laicismo podría estar actualmente en crisis. La autoridades ya no son intachables, se sabe que hay corrupción, delitos que antes no se consideraban -porque o no existía la tipificación, o no era considerado socialmente como un daño- hoy son perseguidos, el Estado -público por naturaleza- es una convergencia de fines privados particulares, de interés monetario, de acumulación de poder y riqueza por grupos reducidos. Esa ideología laica que se intentó llenar sustancialmente, ha sufrido los golpes de la codicia, ahora es solo discurso pero en la práctica sabemos que es inexistente. Sabemos que el conflicto en Europa y Medio-Oriente es un conflicto de naturaleza religiosa, por Estados que han llenado sus ideologías con tendencias pasivo-agresivas positivas y neutrales; es ahí en donde podemos darnos cuenta de que el Estado siempre ha estado presente en el juego de las religiones. La solución a esta dialéctica se escurre sobre sus bases, el Estado debe tomar partido, no dentro de la cancha sino afuera, como árbitro. La historia no ha tenido las suficientes experiencias de Estados declarados ateos -y las experiencias constitucionales que sí han sido declaradas han estado mermadas por el contexto político-, pero el inicio de uno como tal podría consagrar completamente la autonomía de las instituciones de este y escapar de esta especie de “segunda Guerra Santa” que la experiencia europea nos ha traído mediante sus noticiarios y -¿por qué no?-  dejar en limpio la identidad nacional, sea cual sea que descubramos, sin los garabatos que los grupos (mal llamados clases) dominantes han escrito sobre ellos.

Se necesita valentía para recuperar la democracia, no esa que le venden a los países en vías de desarrollo junto a envases de Coca-cola o Pepsi; se necesita una democracia en la que la gente en libertad sea capaz de tomar sus propias decisiones porque tienen educación, porque tienen salud, porque los medios de comunicación no los manejan dos grupos económicos. Se necesita esa democracia en la que la gente quiera ir a votar porque cree en sus candidatos. No necesitamos esa falsa democracia en la que los que te quieren representar estén ahí porque un par de partidos de poca monta deciden lanzarlos para organizar las ganancias del próximo año; se necesita valentía para proteger el Estado de derecho. Posiblemente me digan “¡Claro, ese Estado de derecho que defiende los intereses de los ricos y de los poderosos, dejando libres a los delincuentes!” Entonces responderé: sí, se necesita valentía para proteger el Estado de derecho porque se necesita hacer de nosotros este país, se necesita recuperar la libertad, no solo la tuya o la mía sino la de los que no son capaces de entenderla o verla, la de las clases más vulnerables, esa que es tan preciosa como cualquiera, esa libertad que va a cambiar Chile.

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