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La tolerancia ante la violencia estructural machista

Se apagan los focos, las cámaras y la mayoría de artículos sobre el 25 de noviembre, el 25-N, -por si alguien aún no lo sabe Día Internacional contra la Violencia Machista-. Un año más oímos buenas intenciones políticas, programas televisivos especiales, reivindicaciones en las calles… cada año un poco más. Seguramente aumenta esto que decidimos llamar ‘sensibilización’; como si fuera una enfermedad a la que hubiera que combatir, como un enemigo externo, como si no estuviera inoculada en cada uno de nosotros y también de nosotras.

A menudo me preocupa cómo esta gran visibilidad pública que se centra en ‘los días especiales’ (8 de marzo y 25 de noviembre) puede dar cobertura al mantenimiento del sistema como tal y como corremos el riesgo de que se estén produciendo cambios solo cosméticos que faciliten la perpetuación de las estructuras más rancias del sistema. Hay mucho ruido y, sin embargo siguen ocurriendo hechos ‘sorprendentes’ que están arraigados en lo más profundo de nuestro modelo de convivencia y de Estado.

Iglesia y violencia sexual infantil

Recientemente hemos oído al  flamante portavoz de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, negando la posibilidad de cambio de sexo, poniendo como condición imprescindible la heterosexualidad y a la vez el celibato para entrar en la Iglesia –un oxímoron evidente-, los varones para ser varones, deben ser heterosexuales, obviamente también negando la posibilidad a las mujeres de entrar en la jerarquía eclesiástica porque no son varones, simplemente. Todas estas lindezas infringen claramente, como mínimo, dos leyes: la ley contra la LGTBfobia y la ley de igualdad. Por no entrar en uno de los aspectos más vergonzosos y criminales de la Iglesia católica a lo largo de siglos: la violencia sexual hacia niñas y niños. Una de las violencias machistas más dramáticas ejercidas desde el abuso de poder más absoluto.

Esto es violencia estructural, la más sibilina y profunda, porque, además de atentar contra las libertades individuales adoctrina, y no solamente a las personas que se definen como profundamente católicas, sino también a todas aquellas educadas en una sociedad que, presumiendo de aconfesional, basa su modelo sociocultural en los valores judeocristianos. Este modelo judeocristiano machista vigente es el que explica, después de expresar Argüello tales barbaridades en público,  porque ni el Gobierno -su portavoz- ni el Estado en si mismo han trazado una línea roja. ¿De verdad que la ciudadanía tiene que seguir recibiendo un mensaje de legitimidad hacia estas instituciones que se saltan leyes y muestran impunemente su machismo? ¿No les parece que esta conducta se parece demasiado a aquellos casos en los que sabemos o sospechamos que una mujer sufre violencia y no hacemos nada? ¿Cómo pretendemos transformar nada mientras estemos inmersos en sociedades donde la violencia estructural está tan normalizada que puede convivir -con una naturalidad pasmosa- con las manifestaciones feministas y los lazos lilas en las solapas de los políticos?

Gemma Altell

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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