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La temperada racionalidad del ateísmo

No puedo imaginar a un Dios que recompense y castigue a sus criaturas, o que tenga una voluntad parecida a la que experimentamos dentro de nosotros mismos.

Ni puedo ni querría imaginar que el individuo sobreviva a su muerte física […] Yo me doy por satisfecho con el misterio de la eternidad de la vida y con la conciencia de un vislumbre de la estructura maravillosa del mundo real, junto con el esfuerzo decidido por abarcar una parte, aunque sea muy pequeña, de la Razón que se manifiesta en la naturaleza. Albert Einstein (1934), El mundo tal como yo lo veo.

El libro más letal del planeta, ahora mismo, no es el Corán, sino la Biblia. En la fe de los cristianos evangélicos está que el mundo está a las puertas del fin. Lo que no ven es que podríamos estar a las puertas del fin a causa de su fe

Terry Eagleton, “Contra los valores familiares”

Nadie discute que la gente obtenga bienestar y consuelo de la religión. Si un ser querido muere, por supuesto que es alentador sentir que está en alguna parte interesándose por uno y que algún día lo volveremos a ver. Pero lo que es alentador no es necesariamente cierto, y es una especie de cobardía intelectual decir:”Debemos dejar que la gente se revuelque en sus ilusiones, porque eso los consuela”. Creo que eso es ser condescendiente.

Richard Dawkins.

Con la utopía pasa en nuestras sociedad, en última instancia, lo mismo que con el ateísmo, a saber: que como el significado de la palabra lo establecen los que mandan (en el Estado, no necesariamente en la Academia de la Lengua), uno no puede ser, ni proponiéndoselo, lo que quiere ser.

Francisco Fernández Buey (2007), Utopías e ilusiones naturales

1. Ateísmo, agnosticismo

Un excelente periodista, antiguo director si no ando errado de SAIDA, aquella inolvidable revista de la izquierda comunista que se publicó durante los primeros años de la transición política española, nos suele regalar diariamente un sustantivo e inteligente -aunque (¡ay!) breve- artículo en las páginas de Público.

Ciudadanos que hasta hace pocos años desayunábamos diariamente con la columna de Eduardo Haro Tecglen a nuestro lado, mirando el mundo con su letra y casi siempre con su música, lo hacemos ahora con “El dedo en la llaga”. El nombre, en este caso sí, es parte de la cosa. El dedo del admirado escritor y editor2 suele señalar con acierto la llaga esencial. A veces, claro está, nuestras propias llagas.

Por eso sorprendió la columna que Javier Ortiz publicó el 1 de noviembre de 2007. Contaba el periodista donostiarra que un amigo de su juventud se ponía de los nervios cuando él se proclamaba agnóstico. “No puedes demostrar la inexistencia de Dios”, le gritaba. Ortiz, con algo de sorna, sabiamente, le respondía: “Y tú no puedes demostrar que en este momento no haya un habitante de una lejana galaxia, de 30 cm de largo, por 0,2 m de ancho y de color verde pistacho, que no esté tatareando el primer movimiento de la 5ª sinfonía de Beethoven”. ¡Qué tontería!, replicaba su interlocutor. No más que lo tuyo, respondía nuevamente Ortiz.

Desde su infancia, concluía el periodista donostiarra, siempre había pensado que la idea de Dios era tan sólo un refugio mental y que quien consiguiera albergue en ella bendito era desde luego.

Los agradables ecos spinozianos son patentes.

Ortiz señalaba a continuación que en Derecho ese procedimiento argumentativo que él había criticabo tenía un nombre: invertir la carga de la prueba. Si alguien sostiene una afirmación que dista de ser evidente, es a ese alguien a quien corresponde demostrar que su creencia, la posición que él defiende, tiene fundamento razonable.

Magnífico, muy entrado en razón. Una concepción consistente con las teorías contemporáneas de la argumentación.

Lo sorprendente, más allá de la elección del primer movimiento de la 5ª en lugar del tercero de la novena3, a todas luces mucho más mozartiano y más en la cumbre de la música de Beethoven, es que Ortiz construya esa argumentación para defender…su agnosticismo, no su ateísmo. ¿Pero no habíamos quedado en que el agnosticismo era la suspensión del juicio en asuntos de divinidades, al señalar que no puede probarse ni la existencia de Dios ni su inexistencia, presuponiendo con ello que haya que probar siempre inexistencias? ¿No conlleva entonces el desarrollo de la posición de Ortiz que es necesario demostrar la inexistencia de Dios para poder colegir el ateísmo en contra precisamente de los supuestos aceptados en su propia argumentación?

La situación, en mi opinión, no es una simple inadvertencia, un improbable ocultamiento o una posición singular de Ortiz4. En las dos últimas décadas, la izquierda, la izquierda española cuanto menos, ha pasado de transitar sin sectarismo5 por las esferas del ateísmo a caminar mayoritariamente por el ámbito más aceptado del agnosticismo. Fernández Buey lo ha señalado así6:

Efectivamente, de la misma manera que el ateo sólo puede ser agnóstico (pues, por definición de los que mandan en esto, el sin-dios es un imposible metafísico dado que el sin-dios es siempre un buscador de dios, etc) así también al utópico solo le dejan ser una de estas dos cosas: o un realista político a la fuerza, que simultáneamente cree en las calendas griegas, o un receptor de palmaditas en el hombro derecho que afirma que la utopía no es de este mundo

Pero ¿qué cabe entonces entender por ateísmo? Tomemos, a título de ilustración, dos aproximaciones razonables -moderadas por lo demás, sin apenas arista política- del gran filósofo analítico Daniel Dennett7.

1. “El árbol de la vida ni es perfecto ni infinito en el espacio o el tiempo, pero es real, y si no es lo que pensaba San Anselmo, “un ser más grande que todo lo que uno pueda concebir”, es seguramente un ser que es mayor que cualquier cosa que cualquiera de nosotros concebiría en un detalle merecedor de su detalle. ¿Es algo sagrado? Sí, afirmo con Nietzsche. Yo no puedo rezarle pero puedo apoyar la afirmación de su magnificencia. Este mundo es sagrado”.

2. “Si lo que considero sagrado no es una suerte de Persona a la que se le puede rezar, o que pueda ser considerado un receptor apropiado de gratitud (o de furias, como cuando un ser querido es estúpidamente asesinado), en mi opinión usted es ateo. Si por razones de lealtad a una tradición, de diplomacia o de mero camuflaje autoprotector (que es muy importante hoy día, especialmente para los políticos8), desea negar lo que es, ése es su problema -pero no se engañe-“.

En lo que sigue pretendo argüir la temperada racionalidad de un ateísmo9 así entendido, no sectario políticamente, que no niega desde luego el admirable compromiso político de cristianos de base y de otras organizaciones religiosas10, pero que entiende, consistente herencia ilustrada, que la creencia religiosa puede ser, ha sido y puede continuar siéndolo en el futuro un ámbito de oscuridades, prejuicios y trampas.

2. Pistas y creencias

Los asuntos teológicos son a veces un buen material para excelentes e inocentes bromas filosóficas. Un ejemplo. Cuando a Bertrand Russell, el autor de Por qué no soy cristiano, le preguntaron qué le diría al Altísimo si se lo encontrase cara a cara en las puertas del paraíso, respondió con envidiable rigor metodológico: “Oh, Señor, ¿por qué no nos dio más pistas?”11.

Desde luego: no toda la temática religiosa presenta aristas tan amables como esta magnífica ocurrencia de aquel gran pacifista que fue lord Russelll12. Una ilustración de ello. Aunque la desolación ocasionada fue probablemente mayor y la respuesta de la Administración Bush13 fue seguramente aún más inepta y clasista de lo que suele afirmarse, el huracán Katrina provocó la muerte de más de 1.000 personas, decenas de miles de ciudadanos perdieron todos sus bienes y más de un millón tuvieron que ser desplazados. Una encuesta del Washington Post realizada poco después del desastre revelaba que el 80% de los supervivientes afirmaban que lo sucedido no sólo no había disminuido su fe, su creencia en Dios, sino que, milagrosamente sin duda, la había reforzado14.

Otros datos complementarios, en ningún modo incoherentes con el anterior. El 22% de los ciudadanos norteamericanos estaba convencido o totalmente convencido en fechas muy recientes, sin resquicio para la duda, de que Jesucristo volverá a la Tierra algún día de los próximos 50 años; otro 23% cree que el retorno de Jesús no es seguro pero que es, en cambio, muy probable. Un 44% cree literalmente, y las consecuencias políticas de esta creencia son fácilmente deducibles, que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos15. Sólo un 28% de la población usamericana acepta la teoría de la evolución y un 68% cree en la existencia de Satán. Unos 120 millones de estadounidenses creen, sin apenas espacio para la metáfora, que Dios creó a Adán del barro hace 10.000 años16.

Las estimaciones tienen sus derivadas culturales y electorales. El 87% de los ciudadanos norteamericanos afirman no dudar jamás de la existencia de Dios y más del 50% tiene una opinión negativa o muy negativa de las personas que no creen en Dios. El 70% cree que es muy importante que los candidatos a la presidencia de USA sean personas firmemente religiosas. Según una encuesta de Newsweek, sólo el 37% de la ciudadanía norteamericana votaría a favor de una persona que fuera atea para la presidencia de su país17, y menos del 10% de los estadounidenses se identificarían públicamente como ateos.

Estas fuertes creencias religiosas no tienen traducción inmediata en el ámbito de la caridad, la austeridad o la lucha contra la pobreza o la desigualdad extrema. En Estados Unidos, donde el 83% de la ciudadanía cree, sin atisbo para la ensoñación literaria, que Jesús resucitó entre los muertos18, la diferencia de salarios no ya entre grandes ejecutivos y trabajadores industriales o de servicios, sino entre aquéllos y el salario de los empleados medios es de 475 a 1. En la era de la codicia, la diferencia sigue incrementándose de forma acelerada19.

Veamos la situación en España20. Según un estudio del CIS de 200221, el 80% de los ciudadanos españoles seguía declarándose católico y sólo un 12% se declaraba no creyente. El 42% creía firmemente en la existencia de Dios y una 31% tenía también esa convicción pero con menos intensidad22. El 64% seguía prefiriendo el matrimonio católico23, un 56% pensaba que la enseñanza de la religión era algo importante para la educación de sus hijos y un 80% pensaba bautizarlos en su caso. Sin embargo, en sentido muy alejado de las anteriores afirmaciones, el 75% de las personas nacidas desde 1970 se declaraban poco o nada religiosas24.

En España, como es sabido, hemos tenido en épocas recientes como ministros a miembros activos de organizaciones religiosas sectarias, secretas y fundamentalistas; la futura autoridad máxima de un Estado constitucionalmente aconfesional convirtió un asunto privado en acontecimiento público, contrayendo matrimonio en y por la Iglesia católica; las recientes declaraciones de algunos obispos y arzobispos hielan la sangre democrática, por diluida que ésta sea, lanzando desde su emisora proclamas conspirativas de extremísima derecha movilizada; y las presiones, manipulaciones y engaños sobre la enseñanza de la religión católica en nuestras escuelas e institutos, y su lucha sin techo visible para lograr una mayor financiación pública de sus asuntos privados, y un mayor trato de privilegio en asuntos impositivos, merecen un lugar destacado, alcanzado ya sin duda, incluso superado, en la historia universal de la infamia y del despropósito. En la parte opuesta, acaso habría que señalar una excesiva claudicación civil en ocasiones frecuentes25. La prudencia, la excesiva prudencia, ha causado mermas sustantivas en nuestro coraje de antaño26.

3. Existencias y argumentos

Cuando Florence Nightingale leyó la Physique sociale de Quetelet, que él mismo le regaló en 1872, anotó todas sus páginas27. Las regularidades que Quetelet había descubierto en delitos, suicidios y casamientos las interpretó como una confirmación de su creencia de que la estadísticas revelaba las leyes divinas. El ensayo de Quetelet era una obra religiosa, una revelación de la verdadera Voluntad de Dios.

Nightingale creía, pues, que la estadística revelaba la relación de Dios con el hombre, al igual que su carácter. No su esencia en cambio. Su carácter esencial era el de ser un Ente universal que era Ley. Sus leyes, las leyes del mundo físico y las que regían también al ser humano podían descubrirse por nosotros a través de la experiencia o de la investigación, en la que se incluía de manera destacada el estudio estadístico al cual ella era tan aficionada. Florence consideraba que la humanidad tenía obligación de hallar esas leyes para poder actuar así de acuerdo con el plan divino y contribuir de este modo a alcanzar la perfección.

El caso de Florence Nightingale no es único pero es muy singular. No es dato representativo

A pesar de lo señalado en el punto anterior, a pesar del resurgimiento de la creencia religiosa en numerosas sociedades contemporáneas, parece razonable pensar, como ha señalado Daniel Dennett28, que el papel de Dios en la explicación global de la existencia humana, en los grandes cambios históricos o en la misma formación y origen del Universo se ha visto empequeñecido a lo largo de los siglos en una parte considerable de las comunidades humanas29. De la inicial afirmación de un Dios directamente creador de Adán, y también de Eva a partir de una costilla adánica, o explicaciones afines con algunas notas en si-bemol intercambiadas, se ha pasado a sostener que el verdadero y casi único papel de Dios fue haber puesto en marcha el largo proceso de la evolución. Pero, comentaba el autor de La peligrosa idea de Darwin, “ahora ni siquiera necesitamos a este Dios -el dador de la ley-, porque si tomamos estas ideas de la cosmología seriamente, entonces hay otros sitios y otras leyes, y la vida evoluciona donde puede”.

¿Está demostrada, pues, la inexistencia de Dios? ¿Se impone el ateísmo a toda persona que pretenda guiarse, conducirse y construirse racional y espiritualmente, sin prejuicios o con el menor número de ellos, con información contrastada y sin cultivo acrítico de una tradición por definición inalterable? Aceptemos que las creencias, también las religiosas, como señaló Manuel Sacristán en un célebre artículo30, o las finalidades políticas por lo demás, no pueden ser objeto de demostraciones apodícticas, asentadas e indiscutidas para siempre. Si lo fueran, si pudieran serlo, no existiera debate, lucha cultural o política en torno a ellas. Pero ello no es obstáculo para que existan numerosas y prudentes razones que justifiquen la racionalidad del ateísmo y no es éste un mal momento para dar nuevamente vueltas sobre ellas.

El ateísmo, propiamente, no es una filosofía del ser o de la vida, no es tampoco una concepción global del mundo, de la Nada o de nada. No es ni siquiera una opinión metafísica sobre la existencia o atributos de la realidad31. Es, en palabras de Sam Harris32, una posición en torno a las creencias humanas que rechaza negar lo que, en su opinión fundamentada, cree evidente. “El ateísmo no es más que la protesta manifestada por la gente razonable en presencia del dogma religioso”.

Bien mirado todos los seres humanos bordeamos el ateísmo. Lo somos respecto a la mayoría de las otras religiones que existen o han existido. Como ha apuntado Dawkins33, casi todos los seres humanos niegan hoy la existencia de Zeus y Thor. Somos ateos en lo que respecta a estas creencias, aunque podamos creer en otras.

¿Pero existe alguna demostración convincente del ateísmo? ¿Puede apuntarse alguna prueba inapelable de su racionalidad?

No es necesaria una justificación de ese tipo. Como también señaló Sacristán en un reconocido y transitado paso34, siguiendo por lo demás observaciones analíticas del propio Bertrand Russell, diversas vulgarizaciones del marxismo y, en general, de concepciones filosóficas materialistas amigas de la ciencia35 han usado laxamente conceptos como demostrar, probar y refutar para referirse a las argumentaciones plausibles propias de las concepciones filosóficas o políticas. Sacristán se quejaba de la inepta frase de que la marcha de la ciencia había demostrado la inexistencia de Dios. No era ni es así. La ciencia no puede demostrar ni probar nada referente al universo como un todo. Las ciencias empíricas no pueden probar la existencia de un ser llamado Abracadabra abracadabrante (el groucho-marxiano ejemplo es del propio Sacristán), pues ante cualquier informe positivo que declarase no haberse topado con tal entidad, cabría siempre la respuesta de que el ser abracadabrante está por completo fuera del alcance de nuestros instrumentos de experimentación, o incluso que no es perceptible en absoluto. O incluso que ni siquiera es pensable por la razón humana. Es otro tipo de entidad, otra forma de Ser36.

¿Cuál es el papel entonces de los conocimientos científicos, artísticos y afines en asuntos de creencias? Lo que la ciencia y otros saberes contrastados pueden fundamentar es la afirmación de que la suposición de la existencia de seres abracadabrantes “no tiene función explicativa alguna de los fenómenos conocidos, ni está, por tanto, sugerida por éstos”37. Por lo demás, la afirmación sobre la demostración de la inexistencia de Dios presupone la tarea de demostrar o probar inexistencias. Pero, siguiendo a Sacristán, las inexistencias no se prueban, se prueban sólo las existencias. La carga de la prueba compete, efectivamente, al que afirma existencia, no al que duda o niega tal posibilidad.

El malogrado Hanson Russell38 transitaba por camino afín en dos de sus artículos, inicialmente publicados en una revisa de teología. En su opinión, sólo hay dos posturas consistentes en estos asuntos: la del creyente, que por diversas razones (o sinrazones) cree en la existencia de Dios o dioses, y la del ateo que niega la validez y justificación de esa creencia sobre existencias. Si el teísta, deísta o afín tiene un argumento convincente, se impone la creencia en Dios; si no lo tiene, se infiere la no creencia, es decir, el ateísmo. No tiene sentido aquí, en opinión de Hanson Russell, situarse en posición intermedia, apelar a un agnosticismo vergonzante, no tiene sentido permanecer en un supuesto e inexistente justo medio arguyendo, salomónicamente, que no existen demostraciones convincentes de existencia pero tampoco de inexistencia.

La razón es básica, simple. No solemos conducirnos de ese modo en otras situaciones. No se suele creer en la existencia de un fantasma vestido con prendas rojas que entona “La Internacional” los días pares y el “Himno de la II República” los impares, escondido en el armario del despacho que usaba la Pasionaria en el Congreso de Diputados. Y no se suele se portador de tal creencia fantasmal porque no hay indicio alguno que apunte en esa dirección, sin que nadie haya exigido hasta la fecha prueba de inexistencia del simpático y enrojecido fantasma. Por la misma razón, exactamente por la misma línea argumentativa, señalaba el autor de Patrones de descubrimiento, debemos asumir como creencia39, provisional y revisable si se quiere, como casi todas las creencias no dogmáticas, la inexistencia de Dios al no haber pruebas empíricas o apriorísticas, tipo argumento anselmiano40, de su existencia.

Coincidiendo con Hanson Rusell y Sacristán, Luis Vega Reñón41 también sostiene que son las afirmaciones de existencia las que tienen la carga de la prueba. De forma análoga, admitimos razonablemente que hay que probar la culpabilidad o la atribución de un hecho a alguien, no la inocencia. La no existencia de una determinada entidad no puede establecerse en términos parejamente razonables, salvo, obviamente, que pueda derivarse de una demostración de la imposibilidad de dicha existencia. De este modo, la no existencia de un círculo de radio menor que el diámetro –y aquí sí que hay demostración lógica de inexistencia- se deriva de su imposibilidad interna.

Las cuestiones de imposibilidad son, pues, otra cosa. La imposibilidad de que algo exista sí debería demostrarse, sí hay que lidiar entonces con la carga de la prueba, por contraste con la creencia en la no existencia, donde tal requisito no debería ser requerido.

De hecho, algunos autores sostienen esa posibilidad demostrativa en asuntos teológicos: la no existencia de Dios estaría probada directamente porque Dios, en alguna de sus caracterizaciones, es una entidad imposible, y lo es porque la noción que lo envuelve, si lo envuelve, la de un ser que reúne en grado sumo todas las perfecciones, es tan inconsistente como la de un triángulo equilátero con cuatro ángulos desiguales. No es posible, no es concebible racionalmente, que algo o alguien pueda ser a la vez omnipotente, omnisciente, sumamente bueno, justo, compasivo y providencial respecto de los demás seres libres42. Vega Reñón apuntaba un posible, aunque por la demás infrecuente, desliz teológico:

¿No se les habrá ido la mano a los teólogos que hablan de un Dios en términos absolutos y positivos, frente a los místicos y teólogos negativos, que se limitan a negarle las imperfecciones e impurezas del mundo e incluso las relaciones con él?.

Existen, desde luego, otros planos de aproximación crítica con más relevancia moral, más anclados en la historia, en la inquietud existencial, y, si se quiere, algo más laxos epistémicamente. Primo Levi43, por ejemplo, ha apuntado el siguiente.

En una conversación con Ferdinando Camon, sostenía:

F.C.: Es decir, Auschwitz es la prueba de no existencia de Dios.

Levi: Existe Auschwitz, por lo tanto, no puede haber Dios.

En el texto mecanografiado de la entrevista, recordaba Ferdinando Camon, Levi había agregado a lápiz:

No encuentro una solución al dilema. La busco pero no la encuentro.

4. Creación y diseño

Sin embargo, la situación de la creencia religiosa y los modos de argumentar a su favor y el mismo papel político de la creencia presentan nuevas y pujantes aristas. Recordemos algunos datos de la situación en Estados Unidos44.

Aun cuando la enseñanza religiosa está prohibida en las escuelas públicas estadounidenses y en la Constitución americana se postula una neta separación entre Iglesias y Estado, los creacionistas convirtieron en una batalla política y constitucional la inclusión de lo que denominan -en un impúdico alarde de creación lingüística- “ciencia de la creación” en el currículum científico de las escuelas norteamericanas. El darwinismo es una teoría, sostienen, pero es una teoría entre otras. No menos, admiten a regañadientes, pero tampoco más.

De hecho, en 1981, los Estados de Arkansas y Luisiana aprobaron leyes para que ambas teorías, la evolucionista y la “teoría” creacionista, recibieran un tratamiento horario idéntico. La “American Civil Liberties Unión” emprendió una acción legal contra el consejo de Educación de Arkansas que llegó al Tribunal Supremo. El recientemente fallecido Steven Jay Gould45 fue citado a declarar en el juicio en calidad de experto:

Si el juez Scalia tuviera en cuenta nuestras definiciones y nuestras prácticas, comprendería por qué el creacionismo no puede acreditarse como ciencia. De paso, también percibiría la emoción de la evolución y sus evidencias; ninguna persona sensata podría mantenerse indiferente ante algo tan interesante.

Theodore Dobzhansky lo había señalado años antes: en biología nada tenía sentido si no es a la luz de la teoría evolucionista.

La sentencia final resolvió prohibir las enseñanzas, financiadas con dinero público, de todo tipo de ciencia de la creación o afín en las escuelas de Arkansas. Argumento central de la resolución: el creacionismo es una concepción religiosa, no científica. Desde entonces, muchos creacionistas han creado escuelas e instituciones donde poder impartir su “ciencia creativa”. Pero de nuevo, en agosto de 1999, el consejo de Educación de Kansas decidió convertir la religión en una asignatura optativa de acuerdo con los criterios establecidos para la enseñanza de las disciplinas científicas. La evolución, por tanto, dejó de estar incluida en las pruebas de todos los estudiantes del Estado norteamericano. Del mismo modo, en Kentucky se suprimió la palabra “evolución” y se la sustituyó por la expresión “cambio a lo largo del tiempo”.

Pero algo más tarde, el 20 de diciembre de 2005, el juez federal John E. Jones III emitió una importante sentencia en donde declaraba inconstitucional la decisión de un consejo escolar de Dover, Pennsylvania, por la que los alumnos de una escuela pública de secundaria deberían estudiar el "diseño inteligente", en pie de igualdad con la teoría de Darwin en las clases de Biología46. El juez recordó que la Constitución norteamericana prohibía que el Estado hiciera militancia religiosa. La “teoría” del "diseño inteligente" era asunto de fe, era religión, y no debía ser enseñada en clases de ciencias.

La actual, masiva y neoconservadora apuesta por la “teoría” del diseño inteligente presenta nuevos matices respecto a la anterior oleada creacionista. Sus prendas ya no están marcadas con el “made anticientífico”. No se pretende refutar la evolución en términos generales (¡Dios les libre!) sino que simplemente sugieren que algunos procesos biológicos son demasiado complejos para haberse organizado del modo propuesto por Darwin47 o por el darwinismo.

Se trata de un renacimiento, más o menos sofisticado, del antiguo argumento de William Paley48, un filósofo y teólogo utilitarista británico que vivió en la segunda mitad del XVIII y murió tres años después de la publicación en 1802 de su Teología Natural. Sucintamente, su argumento central puede ser expuesto como sigue. Cuando inspeccionamos un reloj percibimos algo que no descubrimos en una piedra; sus diversas partes están proyectadas y ensambladas con un propósito, producir un movimiento regulado para señalar las horas del día. La deducción es inevitable: el reloj tiene que haber tenido un artífice que le diera forma para servir al propósito para el que sirve. Del mismo modo, las señales del diseño planificado son demasiado evidentes en la Naturaleza para que puedan ser ignoradas. Un ejemplo entre muchos otros: el babirusa, un cerdo salvaje de las Indias Orientales, señalaba Palley, tiene dos dientes curvados de casi medio metro de longitud, que crecen hacia atrás, ésta es su singularidad, desde la mandíbula superior. No tienen estos dientes una función defensiva ya que ese servicio lo prestan dos colmillos que salen de su mandíbula inferior. Puesto que no los usa para defenderse, ¿son entonces esos dientes una superficialidad, un estorbo, un accidente? En absoluto: el babirusa duerme de pie y para sostener su cabeza engancha sus colmillos superiores en las ramas de los árboles. No son innecesarios, no son ningún estorbo. El diseño natural se impone .

Otro ejemplo de Daniel Dennett49. Analicemos el desarrollo del ojo. ¿A quién se le puede ocurrir, preguntan exitosos los “diseñadores”, que esa maravilla ingenieril pueda ser producto de una serie de imperceptibles pasos no planificados como sostiene el neodarwinismo? Sólo un diseñador inteligente, señalan, puede haber sido capaz de crear la brillante disposición adaptativa del cristalino, la apertura variable del iris y un tejido sensible a la luz de una exquisita sensibilidad, todo eso ubicado, encima, en una esfera capaz de cambiar de objetivo en una centésima de segundo y de enviar megabites de información a la corteza visual cada segundo, de manera continua y durante años y años. Así, pues, hay diseño. Todo diseño presupone un diseñador. Ese diseñador tiene que haber sido una poderosa mente racional. Esa mente es Dios.

Los partidarios del diseño o designio inteligente sostienen50 que el Universo, la vida y el origen del hombre son el resultado de acciones racionales emprendidas de forma deliberada por uno o más agentes inteligentes. Se trata, afirman, de una propuesta científica legítima, capaz de sustentar un programa de investigación metodológicamente riguroso.

Veámoslo con algo más de detalle. “¡Vaya timo!” es una colección de la editorial Laetoli dirigida por Javier Armenia, astrofísico, director del planetario de Pamplona y miembro del consejo editorial de la revista El Escéptico. La colección cuenta con el apoyo de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico y pretende desenmascarar timos, falsas creencias presentadas como profundos saberes no atendidos por “la ciencia oficial”, pseudoverdades asentadas en falsedades oceánicas que llevan en su máscara la etiqueta “conjeturas atrevidas”, manipulaciones de libro, timadores que ocultan sus cartas tramposas y, en ocasiones, sus rentables negocios. Se han publicado hasta ahora cinco volúmenes en la colección.

Ernesto Carmena ha publicado en esta colección El creacionismo, ¡vaya timo!. Carta a un crédulo51. El autor es un joven y brillante científico de pluma ágil y descarada, miembro de la sociedad para el avance del pensamiento crítico. El tema al que se enfrenta tiene dos caras, sin duda interrelacionadas: el propio creacionismo y la teoría, digámoslo así, del diseño inteligente. Los creacionistas, los creata en un indiscutible logro nominal del autor, un movimiento político-religioso que sigue extendiéndose en Estados Unidos y en otros países no muy lejanos, defienden su tesis de la creación del mundo y de las especies vivientes amparándose en una lectura literal de la Biblia, después de señalar con angustia la neta contradicción entre el libro “sagrado” y los desarrollos y conjeturas de las arrogantes ciencias humanas.

El diseño inteligente es una teoría algo mas sofisticada que cuenta con algunos, muy pocos, científicos entre sus filas, los IDiots (de ID, Intelligent Design) los llama el autor en otro logro nominal no menos destacable. El bioquímico Michael Behe, famoso por su noción de la complejidad irreducible, es uno ellos52. Dios, según esta teoría, ya no es inicialmente creador ex nihilo, o no llegamos a ese atributo siguiendo los postulados bíblicos, sino que es el gran ordenador de lo existente, el Norman Foster del Universo. Como no se entiende, o no se quiere entender, que la selección natural es una razonable explicación de la evolución, los partidarios del diseño sostienen que la naturaleza, el universo, no puede explicarse por sí mismo y necesita para su explicación de su Ser singular y habilidoso, no identificable con ninguna instancia natural. Esa entidad ordenativo es nada más y nada menos que el Dios de las tradiciones religiosas, el divino arquitecto, el omnisciente e ilimitado Ser que ha diseñado toda la armonía natural existente.

No importa, o no se quiere aceptar, como señalaba recientemente Francisco J. Ayala, el reconocido profesor de biología evolutiva de la Universidad de California, que los seres vivos tengamos una arquitectura bastante mediocre. El canal de la natalidad de las mujeres no es suficientemente grande para que pase el niño sin dificultades ya que la cabeza de los bebés se ha ido expandiendo a través de la evolución y como consecuencia, aparte de otras razones sociales médicas, millones de mujeres han muerto (y siguen muriendo) en el parto hasta fechas recientes y también millones de niños, que no han cometido pecado alguno voluntario, más allá de la pesada herencia del pecado original, mueren antes de nacer. Ayala concluía que alguien que hubiera diseñado de ese modo, un diseñador que llevara a la muerte de tantos fetos, sería calificado de abortista impío o de cosas mucho peores. El diseño inteligente, señalaba, implica que Dios es el principal abortista del mundo.

Pura herejía sin duda, pero fundamentada en un argumento bastante contundente apuntado por un autor que, por lo demás, apuesta por una convivencia apacible entre ciencia y religión, negándose a que la ciencia traspase sus estrictas demarcaciones, tesis, como es sabido, no compartida por autores como Sam Harris o Richard Dawkins que defenderían un ensanchamiento del espacio crítico de los saberes y logros científicos.

Carmena ha escrito un delicioso e informado libro de diecisiete breves capítulos, que no sólo critica y falsea argumentos esgrimidos por defensores del creacionismo o del diseño inteligente y denuncia manipulaciones textuales, sino que aclara y explica nociones centrales de la teoría neodarwinista no siempre bien entendida. Pondré algunos ejemplos de ello. Antes cabe citar una de las más conocidas manipulaciones de los creata que bebe en fuente darwinista.

Creacionistas y diseñadores suelen defender sus posiciones con esta cita de Darwin: Suponer que el ojo, con todos sus inimitables artificios para ajustar el foco a distintas distancias, para admitir distintas cantidades de luz y para la corrección de la aberración esférica y cromática, pudo haberse formado por selección natural parece, lo confieso libremente, absurdo de todo punto. Punto, aquí finalizan la cita. Empero, señala Carmena, inmediatamente después, Darwin añadió: Y sin embargo la razón me dice que, si puede mostrarse que existen numerosas gradaciones desde un ojo perfecto y complejo a uno muy imperfecto y simple, siendo cada grado útil para su poseedor, si además el ojo varia ligeramente, y las variaciones son heredadas, lo cual ocurre ciertamente, y si alguna variación o modificación en el original ha de ser útil, entonces, aunque insuperable por nuestra imaginación, la dificultad para creer que un ojo perfecto y complejo puede haber sido formado por selección natural apenas puede considerarse real.

Manipulación, engaño, falsedad, como prefieran. Un escándalo, todo un escándalo. Así van las cosas en ese debate.

Los ejemplos a los que hacía referencia. La evolución suele confundirse, señala Carmena, con uno de sus mecanismos, la selección natural, y ésta suele visualizarse como una guerra entre distintas especies o razas, o como aniquilación de los débiles en manos de los fuertes, pero, realmente, la evolución “es el proceso que da lugar a cambios hereditarios en las poblaciones de seres vivos a lo largo de las generaciones” (p. 44), o dicho en otros términos, la evolución es el cambio en la frecuencia de los genes en las poblaciones, un conjunto de individuos de la misma especie que se reproduce entre si, a lo largo del tiempo.

Esa teoría, revisable, limitada como cualquier otra teoría científica, da cuenta de un hecho evolutivo -que a veces también es llamado “evolución” dando pie a una confusión conceptual-: “los seres vivos de la Tierra están emparentados y han ido divergiendo a partir de un ancestro común y transformándose durante millones de años” (p. 45)

¿Qué papel juega el azar, por otra parte, en la teoría de la evolución? ¿La evolución es fruto del azar? Depende como entendamos el término, apunta Carmena. Se dice que las mutaciones se producen al azar pero las mutaciones tienen sus causas: roturas en el cromosoma mal reparadas, errores de copia, inserción de segmentos parásitos de ADN. Ciertamente, “ciertos genes tienen más probabilidad de mutar que otros porque están en zonas del genoma más desplegadas y expuestas” (pp. 112-113). ¿Qué quieren decir entonces los biólogos cuando afirman que las mutaciones se producen al azar? No que las mutaciones carezcan de causas o que todas tengan las mismas oportunidades, sino que “las mutaciones ocurren con independencia de las necesidades del organismo” (p.113). Esta es la cuestión, no otra.

Sobre la relación entre ciencia y religión, la posición de Carmena no coincide con intentos de armonización en la línea de Stephen Jay Gould, del tipo la ciencia tiene un ámbito y la religión otro. La primera intentaría desarrollar teorías que expliquen los hechos del mundo natural; la religión operaría en el mundo de los fines, los significados y los valores humanos, que la ciencia podría iluminar pero nunca resolver. El empuje y el documentado descaro de Carmena le impide seguir ese sendero de pacto: “La religión, según entendemos muchos, no puede evitar colisionar con el conocimiento científico. Ella es así porque es así. Sólo lograra cumplir su “orden de alejamiento” si consigue evolucionar y convertirse en una ética descafeinada y superflua adornada con rituales” (p. 151).

Al adversario, al adversario nada afable y falsario en ocasiones, ni agua. Esta es la otra cuestión.

Hay un problema de razón pública e instrumentos en este debate señalado por Carmena al igual que por Francisco J. Ayala. ¿Cómo debatir con los partidarios de la creación o del diseño inteligente? ¿Vale la pena el cara a cara? Carmena y Ayala parecen desechar esa vía. En los debates públicos no cuenta la razón sino, sobre todo, la retórica, la publicidad, el marketing, las habilidades engañosas, la publicidad de prejuicios asentados, las caras hermosas y sonrientes, los trajes de Zara, no en cambio, o en mucha menor medida, los verdaderos conocimientos ni la validez de la ciencia. No se puede explicar en 10 o en 20 minutos, ante un público no neutral que es aleccionado para el caso, asuntos de cierta complejidad que exigen atención, y que son contrarios a creencias y prejuicios arraigados.

Tal vez sea sí. Quizás podamos aparcar ese ámbito de intervención como sugiere Carmena, tal vez podamos batirnos en retirada en ese espacio enemigo, pero eso significa dejar a los creacionistas un amplísimo y transitado campo para un proselitismo generosamente financiado. Es sabido: a veces, para avanzar, es necesario intervenir en territorio comanche. ¿Cómo? ¿Con qué armas? Denunciando imposturas, señalando puntos débiles y de fácil comprensión de la posición debatida, no intentado defender de entrada las propias posiciones. Eso vendrá luego, en una segunda fase. Las segundas partes serán esta vez mejores.

El debate, como se señaló, muy intenso en Estados Unidos, se ha extendido a otros países a través de la influencia de iglesias evangélicas y otros grupos fundamentalistas. La apuesta por el diseñador natural también se ha convertido en una posición de creciente fuerza en países latinoamericanos. La posición mayoritaria defendida por la Iglesia Católica parece respetar la autonomía de la ciencia y sus hallazgos53. Sin embargo, ha habido pronunciamientos que favorecen el diseño inteligente por parte de figuras católicas nada marginales como el arzobispo de Viena. Para el monseñor vienés, cualquier modo de pensamiento que niegue o busque desestimar la abrumadora evidencia en favor del diseño en biología es ideología, no ciencia. Vivir para ver: ¡un sofisticado dirigente de la Iglesia católica, apostólica y romana, la misma institución que tiene a sus espaldas los casos de Bruno, Galileo y Servet entre muchos otros, acusa de ideológica, de no-científica, de indocumentada una concepción filosófica que tiene sus pivotes básicos en saberes contrastados y en metodologías críticas !

Noam Chomsky54, siempre tan perspicaz, ha presentado una interesante variante, el argumento del diseño maligno, que nos retrotrae a transitados pasajes no siempre recordados de Epicuro o del mismo Hume. A diferencia del diseño inteligente, para el que, en opinión de Chomsky, la evidencia es nula, el diseño maligno tiene a su favor toneladas de evidencia empírica. Su criterio se basa en la crueldad del mundo: sólo un diseñador maligno puede haber organizado un mundo así. Luego, Satán existe.

6. Creencias, poder eclesiástico y escuelas públicas

De todo lo anterior parece inferirse una tarea razonable y racional a un tiempo: mantener la creencia en Dios y sus derivaciones fuera de las instituciones públicas, especialmente en centros de enseñanza cuya función básica es formar, informar, aprender a distinguir entre teorías, hechos confirmados y pensamientos desiderativos, entre tradición y conjeturas razonables, entre ensoñación, consuelos comprensibles e hipótesis contrastadas.

Richard Dawkins, que ocupa una cátedra de divulgación científica en Oxford desde 1995 y es autor del reciente y exitoso The God Delusion55, ha creado una fundación con el fin de mantener a Dios fuera de las aulas y evitar que las pseudociencias se hagan fuertes en los colegios. La fundación para la Razón y la Ciencia subvencionará libros, folletos y DVDs para combatir lo que Dawkins denomina un “escándalo educativo” ante el aumento de “ideas irracionales”. La fundación también pretende llevar a cabo investigaciones psicosociológicas para averiguar qué hace que algunas personas sean más susceptibles a las ideas religiosas que otras, y si estas últimas, además, son especialmente vulnerables ante determinadas teorías.

El envite de Dawkins para contrarrestar lo que él considera el adoctrinamiento religioso de los jóvenes británicos surge en un momento en el que se ha sabido que docenas de colegios están usando en las clases de ciencias unos materiales didácticos elaborados por el grupo “Verdad en la ciencia” que promueven la alternativa creacionista a la evolución darwinista, valorada por el gobierno británico como “inadecuada dentro de los planes de estudios de ciencias”.

Richard Buggs, un portavoz de Truth in Science, ha declarado que el grupo no estaba atacando la enseñanza de la teoría de Darwin56. “Solamente decimos –dicen- que también se deberían enseñar las críticas que se hacen a la teoría de Darwin”. Según Buggs, el diseño inteligente atiende a las pruebas empíricas en el mundo natural y afirma que eso es prueba de un diseñador. Es cierto, admite, que si vamos más allá, el razonamiento se vuelve religioso y el diseño inteligente tiene implicaciones religiosas.

El anterior Gobierno británico de mister Blair, sin embargo, en un infrecuente alarde de sensatez, dejó que “ni el diseño inteligente ni el creacionismo son teorías científicas reconocidas” y que, por tanto, se opondrá a su difusión en las instituciones públicas de enseñanza.

……..

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