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La retirada del crucifijo

ES muy atinada la observación que hizo días atrás el querido compañero de página Carlos Colón: la eliminación de los símbolos religiosos en los actos de toma de posesión de los cargos públicos no es exigible sólo porque la Constitución establece que el Estado es aconfesional. También para los creyentes ha de ser un mal trago ver al crucifijo que simboliza sus convicciones más profundas convertido en un objeto decorativo y sin significación.

Discrepo, en cambio, en que la postura del PSOE en el Congreso rechazando la iniciativa de IU sobre la retirada de estos símbolos haya sido coherente. "El crucifijo está de más", dijo el portavoz socialista, Ramón Jáuregui, pero su eliminación debe hacerse pausadamente, "sin producir tensiones o rupturas innecesarias". Pues si está de más, quítese. Sobre todo, porque el mismo Jáuregui afirmó en el Congreso que el decreto que regula el protocolo de las tomas de posesión no habla expresamente de la presencia de símbolos, de modo que para evitar dicha presencia no hace falta cambiar ninguna norma.

Basta con ser consecuente con el espíritu constitucional. Si no existe religión oficial del Estado, lo lógico es que las ceremonias oficiales (tomas de posesión, funerales, inauguraciones) carezcan de simbología confesional. Ni de la religión católica ni de ninguna otra. Cuando se dice que la supresión debe hacerse "según la evolución social y protocolaria", ¿qué es lo que se quiere decir? La evolución social sugiere que la sociedad está más que madura para aceptar eso, y en cuanto al protocolo, nada más fácil que modificarlo sobre la marcha. Es precisamente lo que se pide.

Es curioso que el Gobierno socialista haga depender la puesta en práctica de un ejemplo tan elemental de laicismo como éste de la necesidad de no generar tensiones y rupturas, después de haber procedido a legalizar el matrimonio homosexual, que eso sí que constituye un torpedo para la doctrina de la Iglesia católica. En realidad el laicismo de Zapatero está resultando más verbal que material. Ni se revisan los acuerdos con la Santa Sede – ya tienen una edad, y se firmaron en las circunstancias en que se firmaron-, ni se afronta el problema de la religión en las escuelas, ni se cuestionan los conciertos educativos ni se retiran los crucifijos en los actos oficiales.

Con tanta pusilanimidad y teniendo en cuenta las tendencias del pensamiento de Zapatero, pronto llegará el día en que una ministra joven y musulmana tenga que tomar posesión y haya que quitar el crucifijo y la Biblia a prisa y corriendo. Entonces habrá quien teorice que la evolución social y protocolaria que hoy se pretexta ya se ha producido al fin. Así funcionan, improvisando.

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