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La religión combustible de los conflictos

La Religión y la Violencia tendrían que ser elementos opuestos en todas las religiones, pero los conflictos armados de los últimos años con envoltorio y narrativa religiosa se empeñan en hacernos pensar lo contrario.

Recordemos la antigua Yugoslavia, donde los croatas católicos, los serbios ortodoxos y los bosnios musulmanes se enfrentaron mediante las armas, y cometieron actos de lesa humanidad y crímenes de guerra entre ellos. El proyecto político croata, serbio o bosnio que les llevó a la guerra no era religioso, no fue una guerra contra infieles, no fue una guerra de aquellos que creen que tienen la verdad divina y consideran al “otro” como un infiel a combatir o a convertirse. No fue una guerra de religión o guerra religiosa. El elemento religioso o el elemento identitario ha sido esencial para configurar la identidad de los grupos enfrentados violentamente y donde la religión ha jugado el rol de generar un enemigo en aquel que profesa una religión diferente.

Lo mismo podemos observar en lo que está pasando en Oriente Medio cuando las comunidades enfrentadas son chiitas, suníes, alauitas, drusos, wahabí, Hermanos Musulmanes y otras fracciones de las dos grandes corrientes chiita y sunita. Detrás de estos enfrentamientos hay un proyecto político y económico, hay una lucha geopolítica para tener un mayor poder regional, por ejemplo, entre Irán y Arabia Saudí, pero las elites enfrentadas utilizan el elemento religioso para legitimar el uso de la violencia y de la guerra.

El factor religioso es esencial para generar la identidad de grupos enfrentados, la salvedad la encontraremos en el caso de los kurdos, donde la identidad étnica se ha situado por encima de la identidad religiosa; 98% de los kurdos en Irak se identifican como suníes y el 2% como chiíes; en Irán los kurdos están divididos en partes iguales entre suníes y chiíes. Al haber puesto la identidad étnica por encima de la identidad religiosa, el programa político kurdo puede tener como núcleo central de su reivindicación una mayor autonomía o la independencia de Irak, Irán, Turquía o Siria, es decir, convertirse en un Estado independiente.

En otro terreno, tenemos la persecución religiosa en el seno de muchos países, situación que ha empeorado en los últimos años, incrementándose el número de refugiados por motivos religiosos. En cualquier lugar del mundo millones de cristianos, musulmanes, hindúes y fieles de otras religiones han sido forzados a abandonar sus hogares y su país por razones religiosas. Hay comunidades enteras que han desaparecido de su espacio geográfico tradicional y se encuentran en diáspora, lugares como Sudán, República Centroafricana, Nigeria, Siria o Irak, entre otros, ha sido y está siendo la norma. En un grado de intensidad inferior tenemos muchos países donde las minorías religiosas sufren hostilidades y violencia por parte de las comunidades religiosas mayoritarias; por ejemplo, en Sri Lanka, de mayoría budista, los monjes atacaron centros de culto musulmán y cristiano; o en Egipto, de mayoría musulmana, se han atacado templos de la iglesia copta o negocios de cristianos.

De esta práctica de la violencia no hay religión que se salve tanto de padecerla como de practicarla. Un tercio de la población mundial vive en países donde las restricciones gubernamentales sobre las religiones o las hostilidades sociales relacionadas con la religión han ido aumentando en los últimos 20 años, incrementándose la vulnerabilidad de las minorías religiosas en muchos países.

Los tiempos en que se hablaba de la religión como el opio del pueblo han pasado a la historia. Los conflictos actuales que han tenido lugar en la ex Yugoslavia y todos los conflictos de Oriente Medio nos hacen pensar más bien en lo contrario, nos hacen pensar en la religión como combustible de los conflictos políticos. Hoy en día grupos políticamente opuestos, que buscan el poder político o el control territorial, recurren a la religión para formar identidad de grupo, para forjar imágenes de enemigos, para movilizar a los seguidores e incluso para provocar actos violentos contra los grupos opuestos.

La gran contradicción radica en que para mucha gente la violencia es un acto éticamente intolerable, muchos creyentes musulmanes o cristianos consideran que su libro sagrado no justifica la guerra ni la violencia; pero aquellos que practican la violencia tienden a maquillar sus actos, a legitimarlos y utilizan la religión y los libros sagrados para justificar sus actos.

En buena parte de los países pobres, la religión se ha conformado como un espacio donde expresar malestar y reacciones contra los elementos que consideran causantes de su situación, pero también en las periferias de Europa han reaparecido fenómenos religiosos muy intensos que mantienen nexos complejos con conflictos políticos nacionales o internacionales. Todo ello genera la necesidad de depurar y orientar las relaciones entre religión y violencia.

Otro elemento altamente preocupante es la tendencia a construir estados confesionales. Irán o Arabia Saudita son una muestra de ellos, en este caso musulmán. Pero Israel en noviembre de 2014 aprobó un proyecto de ley para declarar a Israel un “Estado judío”, es decir, un Estado confesional. Cuando un Estado se declara confesional muestra su voluntad de priorizar la identidad religiosa por encima de la democracia, ya que las orientaciones jurídicas que se derivarán tenderán a favorecer ciudadanos que profesen la religión que ha marcado el Estado como propia; en el caso de Israel, los principios del judaísmo estarán por encima de los principios de los ciudadanos que profesen otra religión como la musulmana. La confesionalidad del Estado acaba afectando a otros elementos como la lengua, las festividades, los espacios sagrados u otros elementos que regulan la vida de las personas, escolarización, divorcios, etc.

El Estado ruso constitucionalmente no es confesional, pero en la práctica, la relación tan estrecha entre el Gobierno ruso en la iglesia ortodoxa recuerda al nacionalcatolicismo español del período de la dictadura franquista.

El peligro que se vislumbra es el de redactar o modificar cualquier Constitución definiendo el Estado en términos religiosos, lo que representa un paso atrás considerable, ya que rompe con la igualdad social y política de los ciudadanos a no ser segregados por razones de raza, religión o género. Vivimos un período de tiempo en el que necesitamos reafirmar la importancia de la separación de los poderes políticos y de los religiosos.

Tica Font
Directora del Instituto Catalán Internacional por la Paz y miembro del Centre Delàs d’Estudis per la Pau

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