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La razón de las disculpas de Benedicto XVI

NO debemos dejar que el ruido mediático impida apreciar algo nuevo que estamos viendo estos días, al hilo de las consecuencias del discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona: un Papa pidiendo disculpas, tratando de amortiguar los efectos de una cita desafortunada. Una más de las paradojas de la historia.
 
Ha sido a este Papa, hasta no hace mucho conocido como el cardenal que desde la Congregación para la Doctrina de la Fe, antes inquisitorial Santo Oficio, desempeñaba con notable exceso de celo el papel de guardián de la ortodoxia en la Iglesia católica, a quien le ha tocado hacer un inusitado ejercicio de humildad. De eso se trata al pedir disculpas a los musulmanes por las desabridas referencias a Mahoma en el rebuscado texto del emperador Manuel II Paleólogo que el teólogo Ratzinger se permitió utilizar. El intelectual eclesiástico no supo calibrar los posibles malentendidos en torno a ese pasaje de su conferencia, quizá por no tener presente que sus ecos políticos podían verse amplificados. Los medios de comunicación no iban a detenerse en interpretaciones parsimoniosas de un texto enrevesado, traído como pretexto para el propio discurso.

El cruce de declaraciones de líderes religiosos, de políticos y de hacedores de opinión, dada la situación de temido 'choque de civilizaciones', configura un drama que bien podría dar pie a un redivivo Manuel II para escribir otro diálogo sobre divergencias entre religiones, el cual podría publicarse si fuera más cuidadoso que su escrito del siglo XIV con lo que dicen sus personajes. El caso es que el personaje principal de este drama, dejando a un lado la frecuente arrogancia de los que ocupan la cátedra de Pedro, ha declarado «estar apenado» por la confusión generada sobre las referencias al Islam en la cita con que abrió su intervención ante el claustro de Ratisbona. La diplomacia vaticana se ha encargado de que las disculpas lleguen al mundo musulmán y de que conste que han sido aceptadas, al menos por líderes ajenos al fundamentalismo islamista. No está mal que así sea, siempre que este ejercicio de humildad rebase las exigencias de la diplomacia y no se quede en salida oportunista a tan difícil coyuntura.

SI analizamos los acontecimientos, contamos con indicios de que algo positivo puede haber. Desgraciadamente, tales indicios no son puestos de relieve por obispos más papistas que el Papa, como por nuestra tierra parece normal, a los que no se les ocurre mejor defensa del discurso en cuestión que acentuar sus más desafortunadas aristas. Por si faltaba alguien, ahí tenemos a Aznar, ex presidente del gobierno de España, proclamando en otra cátedra, a la que ha accedido por dudosos méritos y seguros deméritos, que el Papa no tenía por qué haber pedido perdón y que Occidente no debe hacer cosa semejante, dado que tampoco los musulmanes lo hacen por invadir España en el siglo VIII. ¿No hay derecho a que los españoles tengamos que sentir vergüenza por tal bufonada! Al lado de eso, bien merece la pena leer cuidadosamente el discurso del Papa, toda vez que cuenta con acreditada formación teológica y filosófica, y que es coherente en su reflexión y elegante en su decir, como el mismo filósofo Habermas reconoció tras los densos debates que mantuvo con él antes de que fuera elegido obispo de Roma. No hace falta estar de acuerdo con el antagonista para reconocer sus méritos.

A Benedicto XVI, en un marco académico, le interesaba acentuar la correlación entre fe y razón, pues la razonabilidad de la fe justifica a sus ojos la presencia de una Facultad de Teología en la Universidad; así como también quería invitar a la apertura de la razón a la fe para evitar reduccionismos racionalistas que, a su juicio, perjudican a nuestra cultura. El núcleo de la argumentación del teólogo Ratzinger se centra en la interrelación de fe y racionalidad que se da en el cristianismo por su misma génesis, dado que ésta supuso la imbricación de la filosofía griega y de un mensaje de salvación anunciado en principio en los moldes de la cultura judía. El 'logos' de las Escrituras está en sintonía con la razón de la filosofía. Por ello, «no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios», como enfatizaba el mencionado Manuel II Paleólogo, por lo que es un contrasentido servirse del irracional recurso a la violencia para imponer la fe. Tal apreciación es la que un Papa añorante de su papel de profesor ha querido subrayar, para apuntar a la necesidad de facilitar el diálogo entre religiones desde el terreno común de la racionalidad que en cada una se entreteje con las propias creencias. Sin embargo, la intervención papal no resulta ser sólo un bienintencionado discurso. Como otros han señalado, la condición de Papa no es garantía contra prejuicios eurocéntricos, ni la de teólogo es antídoto seguro contra planteamientos indebidamente sesgados, ni la de filósofo es aval permanente para el ejercicio de la crítica.

AL Papa se le ha colado en la cita origen de la polémica un tratamiento hacia Mahoma que si fuera respecto a Jesucristo, por ejemplo, lo hubiera compensado, al menos, con otras referencias y nuevas matizaciones. La consideración que recibe el Islam, por más que no sea el objeto de su lección magistral, resulta muy desequilibrada en comparación con la del cristianismo, ya que a éste le concede el máximo en cuanto a lograda articulación de fe y razón, mientras que al Islam lo asocia con irracionalidad, vinculándolo a la imagen de un Dios arbitrario que estaría legitimando su proclividad a la violencia. ¿Con lo fácil que hubiera sido alguna alusión a Averroes y a su intento de compaginar fe y razón! Como se ha dicho, es clamorosa la omisión de referencias a las cruzadas, antiguas y modernas, alentadas y bendecidas por autoridades eclesiásticas. Es cierto que Benedicto XVI hace un guiño al Islam al criticar los excesos del racionalismo occidental y sus consecuencias nihilistas. También, por otro lado, trata de no verse atrapado en concepciones premodernas y reconoce innegables méritos de la Ilustración. Pero precisamente viene a coincidir con ésta en lo que es su gran olvido, notorio en las relaciones de Occidente con el mundo islámico: el olvido del otro -como ha recordado en atinado artículo Tariq Ramadán-, con el consiguiente mal tratamiento de su diferencia, desde un complejo de superioridad que a estas alturas no puede ser sino culpable. ¿Y reconocer eso en necesario ejercicio de autocrítica no implica dar por bueno lo negativo que pueda haber en los otros, como en nosotros, así valorado desde criterios éticos universalistas que todos podamos compartir y no sólo nosotros imponer!

ASÍ, visto todo, lleva razón Benedicto XVI cuando pide disculpas. Eso hace que sea más coherente con esa razón que él ve entreverada con la fe cristiana, que se vea más comprometido cuando apela al diálogo interreligioso y que tenga que aplicar en su propio terreno la necesidad de autocrítica que reconoce. No es mala noticia que el otrora guardián de la ortodoxia perciba, a partir de una dura experiencia, la necesidad del diálogo y la urgencia de condiciones adecuadas para el mismo. Quizá sea cierto que la humildad de quien se disculpa facilita el encuentro en la verdad, imposible desde la soberbia de los fanáticos.

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