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La procesión del coño

Defiendo la existencia de todas las religiones que prediquen la paz, la convivencia y la esperanza. El haber sido educado en el seno del cristianismo, bajo el manto de la religión católica, ha aportado a mi pensamiento más dosis de tolerancia que de rechazo hacia quienes no piensan como yo. Pero, por la misma circunstancia, detesto que la religión, que fue de mis mayores por imposición o convicción, hoy siga siendo usada como plataforma del integrismo religioso, con los mismos métodos de la vieja Santa Inquisición, capaz de quemar cuerpos con la excusa de purificar almas.

Como muchos ateos y agnósticos, con la llegada del papa Francisco creí en la renovación y modernización de la Iglesia de Roma. Han pasado cuatro años –una legislatura- y las reformas se han quedado estancadas. Incluso, en España se han limitado al elemental maquillaje de una curia anclada en viejas prácticas totalitarias, respaldadas por la existencia de un Concordato político encastillado en la intolerancia de los privilegiados.

El 1 de mayo de 2014 a un grupo de mujeres se les ocurrió sacar a la calle en Sevilla la “procesión del coño insumiso”. Inmediatamente fueron denunciadas por un “delito contra los sentimientos religiosos”, tipificación anacrónica que contempla nuestro Código Penal. En él se dice que incurrirán en delito “quienes lesionen la dignidad de las personas mediante acciones que entrañen humillación, menosprecio o descrédito (…) por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias (…) su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género…” y una larga retahíla de ambigua interpretación.

Está claro que se trata de una ley moralista, muy útil para coartar la libertad de expresión. Y que se utiliza siempre en un mismo sentido. Está por ver que un fiscal decida incriminar a cualquiera de los clérigos que habitualmente insultan a gays y lesbianas o, incluso, a quienes hacen una retorcida interpretación del “aquelarre feminista” de las mujeres sevillanas, que no pasó de ser una protesta de dudoso gusto o un divertimento libertario, según el cristal que se utilice para juzgar.

Con esta ley en la mano podríamos condenar a cuantos impiden a las mujeres musulmanas asistir a los centros escolares con velo, mientras no se aparta de las aulas a las monjas que acuden vestidas con hábitos. Pero no entremos en agravios comparativos. Una vez más, queda de manifiesto que los herrumbrosos mecanismos del pasado siguen moviendo poleas y, por tanto, no debemos extrañarnos de que la “procesión del coño insumiso”, además de reivindicativa, se interprete como una provocación religiosa.

Una gran parte de nuestra sociedad, incluso creyente y practicante en el seno de la Santa Madre Iglesia, está muy cansada de asistir al empleo de la religión católica y la justicia como martillos de herejes, por parte de integristas convencidos de poseer la llave del cielo. Clausuren sus infiernos, por favor.

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