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La pescadilla

El cómo la sociedad española recién salida de la dictadura avanzó hacia la conquista de sus libertades individuales haciendo oídos sordos a lo que decían los curas es un milagro más grande que el de Fátima y el de Lourdes juntos (al fin y al cabo, a quién no se le ha aparecido la Virgen en algún momento).

Puedo entender que hoy la Iglesia quiera mantener sus valores morales; puedo entender que no quiera matrimonios homosexuales bendecidos por sus curas, lo cual no nos debería extrañar, ya que lo que debe preocuparle al ciudadano es lo que apruebe el Estado. Incluso puedo entender que no permita la ruptura del matrimonio eclesiástico a no ser que se certifique que el matrimonio no se consumó, lo cual ha generado casos muy extravagantes como el de la primera mujer de Cela, que se vio a una edad provecta, como ella misma decía irónicamente, siendo "madre soltera". Realmente me importaría bien poco cuáles fueran sus leyes si no fuera porque las subvenciono. Si encima de no tener fe, tienes que subvencionar a los que tienen la suerte de tenerla, te sientes estafado. Pero no es sólo el dinero lo que duele, sino la intervención inoportuna de la Iglesia en asuntos más serios que
bodas, comuniones y bautizos. El que los curas salgan al paso de una campaña institucional para fomentar el preservativo negando la eficacia de éste como prevención contra el SIDA, debiera provocar
una indignación activa de creyentes y no creyentes. Pedir abstinencia y fidelidad en una sociedad en la que las relaciones sexuales comienzan a los 16 años no es sólo negar lo evidente, sino poner en peligro la vida de las personas. La Iglesia está en su derecho de pregonar la fidelidad, el matrimonio heterosexual, la existencia del limbo y la Biblia en verso, pero no denegar las evidencias científicas ni contradecir los consejos que se afanan en lanzar aquellos que se ven las caras a diario con una enfermedad de semejante magnitud. Por lo demás, no sé por qué siempre que uno abre el periódico se tiene que enterar de lo que piensan los obispos. Antes bastaba con no ir a misa. Pero ahora deben tener a un genio del marketing porque están todo el día en los papeles. Y será que, como están subvencionados, se sienten en la obligación de hacernos partícipes. La célebre pescadilla que se muerde la cola.

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