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La Luz del Mundo y el Estado laico

La Iglesia Luz del Mundo es un referente innegable en torno al tema de la laicidad y la separación Iglesia-Estado.

En estos momentos en que parece que se reconfiguran las relaciones políticas, culturales y sociales en el país, particularmente las relaciones Iglesia-Estado, no deja de llamar la atención que durante esta semana la Iglesia Luz del Mundo celebra con fuerza y gran presencia pública una vez más su reunión anual, a la que denomina Santa Convocación.

Justamente ha sido la Luz del Mundo una asociación religiosa de origen completamente mexicano que, como pocas,  ha sufrido la intolerancia, la discriminación y la incomprensión social para convertirse hoy día en un referente innegable en torno al tema de la laicidad y la separación Iglesia-Estado.

Cuando se constituyó la Luz del Mundo a principios de los años treinta del siglo pasado, lo hizo en medio de un contexto regional rabiosamente cristero que amenazaba con liquidar literalmente cualquier manifestación o práctica religiosa distinta al catolicismo.

Eran las épocas en que oficialmente se decía que todos los mexicanos eran cien por ciento católicos, ocultando en cifras y explicaciones la existencia de cualquier otra religión, no obstante que más de medio siglo atrás, gracias al gobierno de Benito Juárez se instalaron cientos de iglesias protestantes y se apoyó  la presencia de miles de evangélicos a lo largo y ancho del país.

Fueron también las décadas de los treintas a cincuentas cuando se desplegó un positivismo gubernamental de corte aparentemente socialista que amenazaba combatir todo tipo de religión, los fanatismos y sus secuelas; sin comprender cómo una religión podía formar parte de las raíces de un pueblo, constituir una ciudadanía genuina y participar del desarrollo nacional.

Gracias a las luchas por la democratización del país y contra el autoritarismo impulsadas por maestros, campesinos y estudiantes se logró reconocer la existencia de nuevas y distintas manifestaciones y movimientos políticos opositores al régimen. Es en este proceso que se fue reconociendo también que ni en la ley ni en los hechos debía existir una religión oficial o de Estado.

Recordemos que por casi ocho décadas nuestra Constitución, en su artículo 130, había negado el reconocimiento jurídico y acotado el poder que tenía sobre innumerables bienes y propiedades el clero católico; incluyendo las otras religiones.

Fueron los tiempos de la “modernización” a principios de los noventas que gestaron las condiciones para reformar ese artículo y establecer nuevas relaciones con el poder público, para crear así la actual Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público y su reglamento y consolidar en el país una creciente pluralidad y diversidad religiosa.

Ha sido en este contexto que la Iglesia católica ha ido perdiendo terreno en todos los aspectos, especialmente en su feligresía, aunado a los escándalos de pederastia. Paradójicamente ese declive inicia desde la primera visita de Juan Pablo II y que ha llevado a que hoy casi 80 por ciento la población se defina católica, y apenas en un 50 por ciento como practicante.

Este hecho ha llevado al clero católico a intentar recuperar viejos fueros y privilegios tratando de que el Estado mexicano se confesionalice abiertamente sin que los funcionarios respeten la esfera pública de la privada; que se imparta doctrina en la escuela pública y que el Estado apoye con recursos públicos sus fines religiosos.

De ahí los truculentos y torvos procedimientos para reformar el artículo 24 constitucional.

Y es aquí donde la Iglesia Luz del Mundo y numerosas asociaciones religiosas y civiles como el Foro Intereclesiástico Mexicano y organismos no gubernamentales jugaron un papel excepcional para rechazar las pretensiones de modificar a modo del clero católico el artículo 24.

Concretamente el clero proponía que el Estado mexicano no sólo reconociera el derecho de los padres a que sus hijos recibieran el tipo de educación y la religión que ellos profesaran sino que el gobierno apoyara el ejercicio de ese derecho; es decir, que financiara con recursos públicos que los niños y los jóvenes recibieran formación e instrucción religiosa desde la escuela pública.

Pero eso se detuvo; gracias a las movilizaciones en todos los Congresos de los estados y protestas en la Cámara de Diputados y Senadores, en las que participaron ejemplarmente miembros de la Luz del Mundo, grupos laicistas, académicos, logias masónicas y defensores de los derechos humanos, se logró detener esa pretensión de la  jerarquía católica, de tratar de imponer sus intereses desde la cúpula del poder.

Aunque institucionalmente marcan una distancia respetuosa con las directivas de todos los partidos políticos, los miembros de La Luz del Mundo se oponen a las pretensiones, vengan del partido donde vengan, que intentan establecer nuevos concordatos con El Vaticano.

En contrapartida y pese a la molestia de esa jerarquía y gracias al liderazgo de los miembros de la Luz del Mundo y otras fuerzas democráticas se logró incorporar en el artículo 40 de la Constitución que México sea formalmente, hoy por hoy, una república laica.

Producto de la madurez política y una creciente participación activa en la vida pública la feligresía de la Luz del Mundo participa, aunque para muchos no lo parezca, en una congruente defensa del Estado laico y la laicidad de la función pública; porque sólo esta, como sabemos, es la base del pluralismo político y la tolerancia que sólo germina en una sociedad democrática.

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