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La ley del talión amenaza al Líbano

Hoy, con la tensión confesional disparada los suníes libaneses acusan a sus conciudadanos chiíes de combatir con el régimen sirio, mientras que los chiíes acusan a los suníes de proteger a los “terroristas”

Cuatro días después del secuestro, una extraña quietud pesa sobre Labweh, una pequeña localidad de 25.000 habitantes (40.000, si se suman los refugiados sirios que han encontrado sitio en las casas del pueblo desde 2011) enclavada en la conflictiva región norteña de Baalbek-Hermel, considerada feudo del grupo chií Hizbulá.

Los controles militares recién desplegados en la carretera principal apenas tienen trabajo, dado el escaso número de vehículos que circulan. Es la misma carretera donde, días antes, miembros del clan de los Jaafar –uno de los más numerosos del país del Cedro y el más poderoso de esta provincia de mayoría chií- tomaba como rehenes a seis ciudadanos de la localidad próxima de Ersal, mayoritariamente suní, en represalia por el secuestro de uno de sus miembros, Hussein Kamel Jaafar, un conductor de camión cuya suerte pone el jaque a todo el Líbano por el potencial que tiene para hacer aflorar los rencores religiosos del país mediterráneo.

“Lo que buscan con el secuestro de Hussein Kamel es desencadenar un conflicto sectario”, asevera Abu Ali, residente de Labweh e hijo del difunto alcalde, cuyo retrato sigue colgando del muro exterior del ayuntamiento, impreso sobre una lona del tamaño de una sábana. “Esto ya es un problema confesional. Quieren traer la guerra de Siria a Hermel”, apostilla su hermano, Abu Ghazi, sentado en la espaciosa recepción del edificio mientras apura el enésimo cigarrillo.

El conductor desapareció en los alrederores de Ersal en la noche del sábado, y los vecinos sospechan que fue trasladado al interior de Siria –la frontera está apenas a un puñado de kilómetros-, en concreto a la localidad de Yabroud. Su captura ha sido considerada una afrenta personal contra un clan conocido por sus relaciones con el tráfico de drogas y otras actividades ilegales, así como por sus pasadas disputas armadas con el Ejército libanés y por hacer gala de una ferocidad que no ocultan. “Somos una tribu, como los indios. En momentos de guerra, podemos ser temibles”, admite el jefe del clan, Yassin Abu Ali Jaafar, que recibe a Periodismo Humano en el salón de su casa beirutí. “La [provincia de la] Bekaa está gobernada por antiguas tradiciones. Hemos perdido a una persona de nuestra familia en Ersal. Esta es una zona de contrabando, donde se ha instalado gente supuestamente religiosa que, tras repetir tres veces allahu akhbar, cree que tiene derecho a robar casas y quedarse con cosas que no son suyas. Ersal es responsable de la suerte de nuestro hijo. Aunque hayan sido uno o dos de sus ciudadanos, la costumbre es hacer presionar a todos para que nos lo devuelvan”.

La reacción del clan, 50.000 miembros –según el patriarca- y buena parte de ellos, armados, fue inmediata: tomaron posiciones en la carretera de Labweh, que deriva en Ersal, y comenzaron a secuestrar suníes en represalia. “Los secuestraron en la plaza principal, se limitaban a parar coches y preguntar si eran de Ersal. Si la respuesta era afirmativa, secuestrados”, explica Abu Ali desde la alcaldía de Labweh. Hasta 11 suníes fueron capturados, si bien varios de ellos serían liberados, horas después, como gesto de buena voluntad.

Actualmente quedan cuatro rehenes en manos de los Jaafar mientras, desde Ersal, el alcalde pide calma, recalca las buenas relaciones que mantiene con la familia Jaafar y perjura que sus ciudadanos no tienen relación con el incidente. También asegura que “las dos partes” deben asumir sus errores, en una aparente asunción de parte de la responsabilidad que recae sobre los vecinos de Ersal. Si el clan de los Jaafar tiene mala fama en el Líbano, la ciudad de Ersal no se queda atrás: la villa ya fue noticia, hace dos meses, después de que sus residentes emboscaran a una patrulla del Ejército que había disparado a uno de sus residentes, acusado de participar en un secuestro de ciudadanos estonios años atrás. El ataque derivó en el linchamiento, a manos de la población, de un oficial y un soldado libanés cuyos cadáveres fueron exhibidos en la Alcaldía demostrando la impunidad de esta ciudad, hoy refugio de unos 20.000 ciudadanos sirios que han huído de la guerra y más enconada religiosamente que nunca dada la proximidad de la guerra siria.

En el ayuntamiento de la población chií de Labweh, la animadversión contra la villa de Ersal, situada a apenas cinco kilómetros al este, es abierta. Comparten la sospecha del clan Jaafar de que quienes protagonizaron el secuestro de Hussein Kamel fueron “radicales [religiosos] llegados a Ersal, tanto sirios como libaneses”, pero también responsabilizan a la ciudad vecina de lo sucedido. “Los secuestradores tenían que tener apoyo desde dentro”, afirma Abu Ali. “Ayer celebramos aquí un encuentro con responsables de Ersal para calmar la tensión. Decidieron enviar una delegación al interior de Siria para buscarlo, y no lo han encontrado. La gente de Ersal debe saber dónde está Hussein Kamel, y si no lo saben, es que está muerto. Creemos que le han matado, y si es así, esto no ha hecho más que comenzar”, amenaza Abu Ghazi.

Un día después de la entrevista, los secuestradores contactaban con la familia Jaafar para exigir un millón de dólares a cambio del conductor, una novedad en este tipo de secuestros. Hace un año, el rapto de otro miembro de la tribu Jaafar en el interior de Siria –el patriarca admite que entre 1.500 y 2.000 residen en las aldeas libanesas que quedaron dentro de territorio sirio a consecuencia del acuerdo Sikes-Picot que repartió todo Oriente Próximo según los intereses de Gran Bretaña y Francia- fue respondido con 50 secuestros de ciudadanos sirios en el interior del Líbano. Finalmente todos fueron liberados, pero los rencores se incrementaron. El supuesto establecimiento de células islamistas, presuntamente protegidas por la población de Ersal, en las proximidades de esta ciudad ha llevado a Siria a bombardear territorio libanés en un salto cualitativo que ha regionalizado el conflicto.

Hoy, con la tensión confesional disparada –los suníes libaneses acusan a sus conciudadanos chiíes de combatir con el régimen sirio, mientras que los chiíes acusan a los suníes de proteger a los ‘terroristas’ y ‘extremistas’ levantados contra la dictadura- el patriarca es muy cauto antes de verter acusaciones no demostradas. “No sabemos la razón que ha llevado a secuestrarle, pero no queremos presuponer nada. No puedo acusar a los sirios porque, en ese caso, estaría dando pie a que secuestren a ciudadanos sirios. Este país está totalmente abierto a la Inteligencia de todos los países del mundo. En la actual situación del país, con la predisposición que hay a la fitna [enfrentamiento intra-religioso], si mi familia no está bien controlada puede hacer estallar no sólo el Líbano, sino toda la región”, presume el patriarca. “Espero que este secuestro no haya sido algo premeditado, porque en mi familia no aceptamos la humillación. Si es así, sería imposible para mí controlar a todos los miembros”.

Una agresión sectaria como la captura de un Jaafar, una de las tribus chiíes más conocidas y, según muchos observadores, una verdadera fuerza paramilitar, podría detonar en el Líbano un conflicto abierto, 37 años después de la guerra civil que devoró el país durante 15 años. Por el momento, los ataques religiosos en el país han sido contenidos de forma que no se conviertan en algo más: el país ya avanzó un paso más hacia el abismo hace dos fines de semana, cuando cuatro sheikhs suníes eran atacados en barrios mixtos o chiíes de Beirut. Las manifestaciones de repulsa, pese a los intentos de instrumentalización de líderes radicales libaneses como Ahmed Assir -un clérigo salafista enfrentado abiertamente a Hizbulá- fueron contenidas pero el odio subió unos grados. Hace pocos días, un líder religioso druso era asesinado a disparos: los líderes de la comunidad siguen desplegando esfuerzos para contener a una comunidad minoritaria pero con fama de ser militarmente implacable en el Líbano: en ello le va su mera supervivencia.

El grave problema es que, a diferencia de los chiíes libaneses, más o menos representados por Amal y Hizbulá, los suníes están huérfanos de liderazgo desde el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri y la huída a Europa de su hijo y heredero, Saad Hariri, tras perder la jefatura del Gobierno libanés hace dos años. La incompetencia de los partidos suníes, que basan su postura política en la descalificación más agresiva del contrario en lugar de trabajar en un programa político que represente una alternativa al poder, ha desprestigiado a los líderes tradicionales suníes: ese vacío es ocupado por grupúsculos salafistas como los que paralizan la ciudad norteña de Trípoli combatiendo contra la comunidad alauí (una escisión del chiísmo) en un inquietante premonición de cómo puede evolucionar el futuro del país del Cedro.

“Los islamistas intentan retomar el mando de la calle suní en ausencia de un liderazgo fuerte”, explicaba Halil Khasan, profesor de la Universidad Americana de Beirut, en declaraciones al Hebdo Magazine. Para este experto, los combates que asolan Tripoli de forma semanal “no están en el interés de Amal y Hizbulá. El Partido de Dios que defiende al régimen sirio no quiere de ninguna manera importar la guerra al Líbano. Una guerra semejante implicaría una unión de los frentes sirio-libaneses y una entrada en escena de la rebelión en el Líbano, algo que Hizbulá no puede aceptar porque no podría ganarlo”.

En Hermel, no todos respetan la decisión de Hizbulá de apoyar al régimen de Damasco en su represión contra la revuelta, y cada vez son más las voces disidentes que denuncian que el empeño del Partido de Dios por proteger a Damasco podría derramar sangre libanesa. “¿Qué hacen combatiendo en Siria? No es su tierra. Ahora los suníes consideran que todos los chiíes apoyamos a Bashar, o que apoyamos a Nasrallah. Es como si todos los chiíes combatiésemos en Siria para defender al régimen. ¿Por qué nos señalan a toda la comunidad chií?” se interrogaba Hussein, un vecino de Baalbek, en lo que parece una corriente de pensamiento cada vez más amplia.

En el caso de los Jaafar, es conocido que algunos miembros de este clan, como otros muchos residentes en las villas chiíes antes libanesas que quedaron en territorio sirio tras la redistribución de fronteras de la era colonial, usan sus armas contra los rebeldes suníes. Hizbulá lo ha llamado “autodefensa” y rechaza que haya una postura política que anime a sus combatientes a pelear en Siria, si bien son cada vez más los funerales de miembros de Hizbulá que regresan muertos de territorio vecino. El patriarca del clan, Yassin Abu Ali, también lo califica de defensa propia e incide en que hay que disociarse de la guerra siria. También afirma estar navegando entre dos aguas para mantener el equilibrio e impedir que sean incidentes relacionados con su familia los que devuelvan al Líbano a la guerra. “Nosotros somos independientes”, dice tras reflexionar. “Hoy estuvo en mi casa una delegación de Mustaqbal [Futuro, principal partido suní libanés] encabezada por Ahmed Hariri [hermano del ex primer ministro Saad] para extender lazos de cooperación y evitar así una fitna en el Líbano entre suníes y chiíes”, explica.

Yassin Jaafar también asegura tener el visto bueno de todos los grupos chiíes, incluido Hizbulá, para resolver a su manera el secuestro de su pariente “y salvar el país”, asegura. “Si hubiera un Estado que realmente trabajase, no tendría que preocuparme por estas cosas”, señala el responsable del controvertido clan, lo cual da una idea de lo precario de la situación libanesa. La dimisión del primer ministro Najib Miqati ha profundizado una crisis política perenne, erosionando aún más el débil status quo del país del Cedro.  Yassin Jaafar se niega, sin embargo, a explicar qué pasos dará su clan en el caso de que el rehén no sea liberado o aparezca su cadáver.

El Estado libanés falla desde hace décadas. El sistema sectario ha creado un Estado disfuncional donde la única institución que sigue funcionando, el Ejército, se encuentra dividida y desbordada por los acontecimientos. Los frentes se multiplican y las Fuerzas Armadas hacen verdaderos equilibrios para imponerse pese a ser objeto de críticas de todas las partes políticas y religiosas. Los bombardeos sirios contra Ersal y los combates en las fronteras libanesas están fuera de las manos de una institución sin hombres ni medios suficientes para calmar el Líbano. Desde hace días, la caida del Gobierno mina aún más la capacidad de disuasión que podrían tener los uniformados.

Pero no todos son pesimistas. “Todos estos altercados, por sí solos, no pueden desencadenar una guerra sin una decisión regional”, afirma Hazem al Amine, periodista experto en grupos radicales islamistas, en el mencionado artículo de Hebdo Magazine. “Siria parece desearlo, pero por sí misma, y en su actual posición de debilidad, no puede conducirla por sí misma. Todo depende de otros actores, pero el peligro está cada vez más presente”. “En el Líbano, hay una voluntad política para evitar la fitna”, insiste Yassin Jaafar, sentado en su espacioso apartamento de la costa de Beirut. “Sólo espero que podamos lograrlo”.

Líbano banderas

Banderas libanesas ondean en el barrio de Basta, donde conviven suníes y chiíes, en Beirut. (Mónica G. Prieto)

Líbano mani antiviolencia

Cadena humana contra la violencia sectaria en Beirut. (Mónica G. Prieto)

Jaafar chiita Líbano

El patriarca del clan chií de los Jaafar, Yassin Jaafar, en su casa de Beirut. (Mónica G. Prieto)

Líbano líderes religiosos por la paz

Líderes de todas las sectas religiosas unen sus manos en un acto por la paz celebrado en el barrio de Basta, en Beirut. (Mónica G. Prieto)

Assir sunita Líbano

El sheikh suní Ahmed Assir, en una protesta contra Hizbulá celebrada en Sidón. (Mónica G. Prieto)

Líbano rezo salafista sunitas

Rezo oficiado por el clérigo salafista Ahmed Assir, en Sidón. (Mónica G. Prieto)

Líbano acto por la paz

Acto por la paz celebrado en Beirut. (Mónica G. Prieto)

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