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La Laicidad, seña de identidad del proyecto europeo

Hoy dedicaré esta contribución a una cuestión que me preocupa y me ocupa hace tiempo. Me refiero a lo que la Laicidad significa como seña de identidad del proyecto de construcción europea. El tema me llevará por diferentes terrenos, como son la visita del Papa a España, la Conferencia sobre Libertad de conciencia y de religión que acaba de celebrarse en Lisboa, o el proceso de gestación del Museo de la Historia europea que vengo pilotando desde la Eurocámara.

La Religión y el Museo de la Historia

Empezaré por lo último; en el debate que vivimos desde hace tres años para lo que va a ser el Museo de la Memoria Histórica de nuestro Continente, es tema de permanente discusión el contraste entre Religión y Laicidad, o el papel de las distintas religiones en el tránsito hasta la Europa que hoy conocemos. Nadie niega que el fenómeno religioso haya jugado un papel notable en la identidad y la cultura europeas. Pero aparecen posturas contrapuestas al especificar de qué fenómeno hablamos -de qué religión- o al calificar el papel que las religiones han jugado en el proceso que queremos poner en evidencia en esta Casa de la Historia europea. Porque el objeto del Museo es enseñar cómo, en pocas décadas y por la acción política, se ha convertido en referencia universal de tolerancia, de diálogo y de paz un Continente que durante siglos se caracterizó por el totalitarismo del pensamiento y del ejercicio del poder, y por el recurso a la guerra como mecanismo para resolver cualquier contencioso, y por la acción de la política. Y ahí es donde surge el embarazo de muchos, a la hora de responder si durante los siglos a que acabo de referirme, la religión -o las religiones- fueron un elemento esencial en aquel paisaje de intolerancia, de inquisición, de oscurantismo y de guerra. En el antecedente europeo, esto vale para la relación entre cristianos y judíos o musulmanes, hablándose mucho y posiblemente con buena parte de razón de las tres culturas, por ejemplo en nuestra tierra. Pero el balance final es el del exterminio o la expulsión de los "infieles" que, sin embargo, en cada país y especialmente en el nuestro, eran compatriotas sin más que pertenecer a otra confesión religiosa. Eso por no hablar de lo que fueron las guerras entre distintos sectores del propio Cristianismo y que todavía en los manuales de Historia por doquier en Europa se denominan "las guerras de religión". ¿Sí o no?

Libertad de conciencia y de religión

De ello hablamos en Lisboa en una conferencia para debatir sobre libertad de conciencia y libertad religiosa entre alrededor de 200 hombres y mujeres acogidos por el Centro para la Interdependencia y Solidaridad Mundiales del Consejo de Europa, y en colaboración con la Alianza de Civilizaciones. Participamos pensadores, diplomáticos, parlamentarios, representantes de organizaciones de la sociedad civil y sacerdotes del Cristianismo -incluido el Nuncio del Vaticano-, del Judaísmo y del Islam. También hubo gentes pertenecientes a movimientos laicos y librepensadores. En la solemne sesión de apertura intervine justo después de mi amigo Jorge Sampaio, que fuera Alcalde de Lisboa y Presidente de la República y actualmente responsable para la ONU de la Alianza de Civilizaciones. En mi contribución, acaso no del todo "diplomáticamente correcta", planteé tres o cuatro afirmaciones que aunque pudieran sorprender, nadie luego iba a rebatir.

La primera fue que la laicidad es un valor esencial -por el respeto mismo, máximo, que supone para el fenómeno religioso -en la identidad del proceso de construcción europea-.

Mi segunda afirmación fue que, precisamente por derivar la libertad de religión de la libertad de conciencia, la libertad religiosa y el respeto a la religión implican que esa misma libertad y ese mismo respeto deben darse por sentados para quienes no participan de ninguna confesión o convicción religiosa.

Mi tercera afirmación fue más bien la expresión de una preocupación: la que destaqué directamente referida a las tres grandes religiones presentes en la Conferencia: Cristianismo, Judaísmo e Islam. En los tres aprecié con inquietud derivas de extremismos, poderosas y que llegan a barrer a quienes creen o practican su culto de forma moderada, "civilizada", dije, poniéndole comillas. Ahí están ejemplos tremendos de respectivos fundamentalismos, sean de los judíos maximalistas y excluyentes cada vez más influyentes en Israel y en muchas comunidades hebreas; y ahí están los disparates de Al Qaeda y de los Talibanes. Pero también están los excesos del Tea Party y del Ku Klux Klan, para mirar un poco a lo lejos dentro del Cristianismo actual. Ahora bien, si esos extremismos nos preocupan, a mí -expliqué- me preocupa tanto o más que las propias jerarquías más ortodoxas de Judaísmo, Islam y Cristianismo puedan coincidir sin matizaciones posibles en una cierta misoginia y en una homofobia cierta e inaceptable. Hablaba yo de conductas sencillamente incompatibles con los valores que identifican, no sólo y definitivamente el progreso de la Humanidad, sino también y muy mucho la propia naturaleza del proceso de construcción Europea a quien, a menudo, tal o cual sector se empeña en colocarle en la columna vertebral los "valores cristianos", sin especificar de qué valores se habla.

El Papa y las Libertades

Por cierto que a esos valores se ha referido el Papa en su visita a España. Tampoco aclarando mucho, por lo que sigue sin respuesta mi afirmación sobre la misoginia y la homofobia que la Iglesia comparte con otros sectores del Cristianismo, en particular con la ortodoxia griega o rusa, y con las distintas ramas del Islam y del Judaísmo. No deja de chocar que Benedicto XVI hablara de una "laicidad agresiva" de parte de un Gobierno que financia a su Iglesia como no sucede en prácticamente ningún otro país de nuestro entorno. Más fuera de lugar aún es la alusión a los años 30 porque cualquiera podría reaccionar preguntando dónde y con quién estuvo la jerarquía católica bajo el nazismo y el fascismo, por no recordarle su actuación dando cobertura a Franco y a sus secuaces durante la guerra y la postguerra, precisamente en la tierra que visitaba. Apenas un par de reflexiones más con respecto a este viaje: una para denunciar la manipulación de algunos medios buscando ocultar el que aquí cada vez hay menos gente que por ejemplo, se case por la Iglesia. Los mismos medios destacaron supuestas encuestas que afirmaban que un 70% de los españoles veían bien la visita del obispo de Roma. Vale, aunque eso no supondría sino que hay mucha gente bastante tolerante y que en su indiferencia no muestra hostilidad, ni siquiera para quien es bastante menos respetuoso que uno mismo. Lo que no impide que en Santiago y sobre todo en Barcelona, hubiera mucha menos gente de la prevista y esperada por la Jerarquía. Como no deja de ser notable que las Autoridades de las tierras y ciudades visitadas hayan hecho grandes esfuerzos para justificar los dineros gastados con la visita, publicitando no cualquier beneficio espiritual, como hubiera sido el caso hace unos años, sino la supuesta rentabilidad económica que la visita en cuestión iba a proporcionar. O sea, que en definitiva también en estos aspectos parece que nuestra sociedad va asumiendo el alma de lo que la Unión Europea significa en cuanto al fenómeno religioso: respeto máximo para quienes creen y practican; y cierre de filas cuando en nombre de la religión se intenta imponer a la ciudadanía cualquier norma que no se haya decidido donde corresponde -que no es en los templos, sino en las instituciones del Estado de derecho- y por quien corresponde -que no son los sacerdotes, sino los representantes democráticamente elegidos en cada institución-.

PD: La plataforma del Parlamento Europeo para la Laicidad en la Política, de la que soy impulsor, acaba de lanzar una página web www.politicsreligion.eu que invito a visitar a quienes se sientan interesados por esta materia.

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