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La izquierda esconde la cabeza

HACE DOS AÑOS, publiqué un libro muy crítico con la religión, “The End of Faith”. En él argumentaba que las grandes religiones mundiales son genuinamente incompatibles, que son causa inevitable de conflictos, y que impiden hoy la emergencia de una civilización global viable. En respuesta, he recibido muchos miles de cartas y emails procedentes de sacerdotes, periodistas, científicos, políticos, soldados, rabinos, actores, trabajadores sociales, estudiantes —gente joven y vieja que ocupan todos los puntos del espectro de creencias e increencias.

Esto me ha ofrecido la oportunidad de ver como la gente de todos los credos y visiones políticas reaccionan cuando se critica la religión. Aquí voy a informar de cómo los progresistas y conservadores responden de manera muy distinta a la idea de que la religión puede ser causa directa de conflicto humano.

Esta diferencia no augura un buen futuro a la izquierda.

Quizá deba establecer mis credenciales progresistas antes de empezar. Defiendo la subida de impuestos para los ricos, la descriminalización de las drogas y el matrimonio homosexual. También pienso que el gobierno de Bush merece la mayoría de las criticas que ha recibido en los últimos seis años —especialmente con respecto a su guerra en Iraq, su represión de la ciencia y su irresponsabilidad fiscal.

Pero mi correspondencia con otros progresistas me ha convencido de que la izquierda se aleja peligrosamente de la realidad de nuestro mundo—especialmente respecto a lo que los musulmanes devotos piensan acerca de occidente, acerca del paraíso y acerca del eventual predominio de su fe.

En cuestiones de seguridad nacional, no me preocupan tanto mis compañeros progresistas como los demagogos religiosos de la derecha cristiana. Esto puede parecer un reconocimiento franco de que "los progresistas son tolerantes con el terrorismo". Lo es, y lo son.

Un culto a la muerte se está formando en el mundo musulmán—por razones que son perfectamente explicables en términos de las doctrinas islámicas de martirio y yihad. La verdad es que no estamos luchando en una "guerra contra el terror". Estamos luchando contra una teología pestilente y su ansia por alcanzar el paraíso.

Esto no quiere decir que estemos en guerra con todos los musulmanes. Pero estamos completamente en contra de aquellos que piensan que la muerte en defensa de su fe es la bondad suprema, que los dibujantes deben ser asesinados por cariturizar al profeta y que cualquier musulmán que pierda su fe debe ser sacrificado por apostasía.

Desafortunadamente, tal extremismo religioso no es un fenómeno marginal, como podríamos desear. Numerosos estudios han encontrado que los musulmanes más radicalizados suelen tener un nivel educativo y oportunidades económicas superiores a las medias.

Dado el grado de amparo contra la crítica del que disfrutan las ideas religiosas en toda sociedad, es realmente posible que una persona tenga los recursos económicos e intelectuales para construir una bomba atómica, y que crea al mismo tiempo que disfrutará de 72 vírgenes en el paraíso. Y sin embargo, a pesar de la abundante evidencia que lo contradice, los progresistas siguen imaginando que el terrorismo musulmán surge de la desesperación económica, la falta de educación y el militarismo estadounidense.

En su forma más extrema, la ofuscación progresista ha encontrado su expresión en una creciente subcultura de teóricos de la conspiración, que creen que las atrocidades del 11-S fueron orquestadas por nuestro propio gobierno. Una encuesta nacional realizada por Scripps Survey Research Center de la Ohio University encontró que más de un tercio de los estadounidenses sospechan que el gobierno federal "tomo parte en los ataques terroristas del 11-S, o bien no los impidió, para así poder ir a la guerra en Oriente Medio"; el 16% cree que las Torres Gemelas se derrumbaron no debido al choque de los aviones de pasajeros llenos de combustible, sino a que el gobierno de Bush secretamente los había armado para que explotaran.

Esta sorprendente erupción de irracionalismo masoquista bien puede marcar bo sólo el declive del progresismo, sino el de la civilización occidental. Hay libros, películas y conferencias organizadas alrededor de esta fantasmagoría, que ofrecen una vista clara del debilitante dogma que se esconde en el corazón de la izquierda: el poder occidental es completamente malvado, mientras que los pueblos oprimidos de la Tierra abrazarían la razón y la tolerancia si al menos se les dieran suficientes oportunidades económicas.

No sé cuantos ingenieros y arquitectos hace falta que se vuelen a sí mismos, choquen aviones contra edificios, o seguen la cabeza de periodistas antes de que se disipe esta fantasía. La verdad es que tenemos todas las razones para pensar que un número aterrador de musulmanes ven toda cuestión política y moral en términos de su afiliación al Islam. Esto les conduce a apoyar la causa de otros musulmanes, por muy sociopático que sea su comportamiento. La ciega solidaridad religiosa puede ser el mayor problema que enfrenta la civilización, y sin embargo es regularmente malinterpretada, ignorada o confundida por la izquierda.

Dada la mendacidad y escandalosa incompetencia del gobierno de Bush—especialmente en su manejo de la guerra de Iraq—la izquierda puede encontrar mucho que lamentar en cómo la derecha conduce la guerra contra el terror. Desafortunadamente, los progresistas odian con tal furia al actual gobierno que regularmente olvidan cuán peligrosos y depravados son nuestro enemigos en el mundo musulmán.

Las condenas recientes al gobierno de Bush por su uso de la frase "fascismo islámico" son un caso oportuno. No hay duda que la frase es imprecisa—los islamistas no son técnicamente fascistas, y el término ignora una variedad de "-ismos" que existen incluso entre los islamistas—pero no es en absoluto un ejemplo de propaganda bélica, como ha sido repetidamente alegado por la izquierda.

En sus análisis de la política exterior de EE.UU. e Israel, puede estarse seguro de que los progresistas olvidarán las más básicas distinciones morales. Por ejemplo, ignoran el hecho de que los musulmanes intencionadamente asesinan no combatientes, mientras que nosotros y los israelíes (por regla general), intentamos evitarlo. Los musulmanes rutinariamente utilizan escudos humanos, lo que supone mucho del daño colateral que nosotros y los israelíes provocamos; el discurso político en la mayoría del mundo musulmán, especialmente respecto a los judios, es explícitamente y desvergonzadamente genocida.

Dadas estas distinciones, no hay duda de que los israelíes tienen la razón moral de su parte en su conflicto con Hamas y Hezbollah. Y sin embargo la izquierda en Estados Unidos y Europa hablan como si la verdad fuera la contraria.

Estamos entrando en una era de proliferación nuclear incontrolada y, parece probable, terrorismo nuclear. Por tanto, no parece que quienes aspiran al martirio vayan a ser buenos vecinos nuestros. A menos que la izquierda se dé cuenta de que hay decenas de millones de personas en el mundo musulmán que son mucho más temibles que Dick Cheney, será incapaz de proteger a la civilización de sus enemigos genuinos.

Cada vez más, los estadounidenses creerán que las únicas personas suficientemente tenaces para luchar contra los lunáticos religiosos del mundo musulmán, son los lunáticos religiosos de occidente. De hecho, es sintomático que la gente que habla con mayor claridad moral sobre las guerras actuales en Oriente Medio son miembros de la derecha cristiana, cuyo embobamiento con las profecías bíblicas es casi tan problemático como la ideología de nuestros enemigos. El dogmatismo religioso está jugando a ambos lados del tablero en un juego muy peligroso.

Aunque los progresistas deberían ser quienes señalen la salida de esta locura primitiva, cada vez se vuelven más irrelevantes. Siendo razonables y tolerantes con la diversidad, los progresistas deberían ser especialmente sensibles a los peligros del literalismo religiosos. Pero no lo son.

El mismo fracaso de la izquierda es evidente en Europa occidental, donde el dogma del multiculturalismo ha reducido la capacidad de reacción de la Europa laica hacia el problema del extremismo religioso entre sus inmigrantes. Quienes hablan de manera más sensata de la amenaza que el Islam representa para Europa son de hecho los fascistas.

Decir que esto no augura un buen futuro a la izquierda es subestimar el problema: no augura un buen futuro para la civilización.

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