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La inteligencia artificial está agitando un mundo que no esperábamos: la religión

La inteligencia artificial es un concepto disruptivo en el plano tecnológico, con múltiples aplicaciones ya en uso o atisbables a corto-medio plazo. Puede representar para nuestra especie un modo de sortear muchas de nuestras limitaciones y de ampliar nuestro mundo. Pero, a la hora de la verdad, su papel no será muy diferente del que ejerció hace unos años la electricidad o, hace unos siglos, el descubrimiento del fuego.

Eso siempre que hablemos, claro, de la Inteligencia Artificial débil, porque si hablamos de la Inteligencia Artificial fuerte —esto es, aquella que puede realizar con éxito cualquier tarea intelectual de cualquier ser humano— el panorama cambia notablemente.

Y es que no hablaríamos ya de una mera ampliación de nuestro mundo —de nuestra área de confort como especie, vaya—, sino de una alteración del orden metafísico que —consciente o inconscientemente, con unos u otros nombres— nuestra especie (o, más bien, nuestro cerebroha tendido mayoritariamente a ver como algo inquebrantable desde que, bueno, el hombre es hombre: nosotros aquí abajo, como seres creados, y Algo Más ahí arriba, como Origen de Todo.

Pero, siendo la IA fuerte aún una mera especulación, el modo en que su presencia trastocaría este orden cósmico aún está sujeto a debate: ¿Podría ejercer un papel divino? ¿Estaríamos dispuestos a enfrentarnos a la evidencia de que el cuerpo biológico no es más que uno de los posibles soportes de eso que llamamos ‘alma’?

Todas estas preguntas, o la mera posibilidad de que un día nos veamos impelidos a darles respuesta, han agitado en los últimos tiempos a organizaciones religiosas y a personas de a pie, creyentes y no creyentes, y les han hecho llegar a conclusiones más o menos ortodoxas.

Otras veces, es cierto, la intersección entre el mundo de la Inteligencia Artificial y el de la Religión no pasa de convertirse en una mera curiosidad, en un espectáculo de feria. El objetivo de este artículo es el de hacer un repaso a ese choque, a priori improbable, de mundos.

Deus ex Machina

“El lugar más interesante del mundo desde una perspectiva religiosa no es el Estado Islámico o el Cinturón de la Biblia, sino Silicon Valley. Allí es donde gurúes de la alta tecnología están elaborando para nosotros religiones [que] prometen todas las recompensas antiguas (felicidad, paz, prosperidad e incluso vida eterna), pero aquí, en la Tierra, y con la ayuda de la tecnología, en lugar de después de la muerte y con la ayuda de seres celestiales”. (‘Homo Deus’, Yuval Hoah Harari)

Alexander Bard es un artista y sociotecnólogo sueco, autor de tres libros de cierta fama sobre el nacimiento y evolución de la Sociedad Red (conocidos como la ‘Futurica Trilogy’), que en 1997 se convirtió a la antigua (y hoy muy minoritaria) fe zoroástrica.

Sin embargo, en 2012 se decidió a crear su propio movimiento religioso, el sinteísmo. Lo que dicha ‘fe’ plantea es un “Dios ha muerto, ¡viva Dios!”. Para ellos, la concepción tradicional de Dios ha muerto, pero nosotros mismos estamos estamos ‘dando forma’ a Dios a través de los avances de la Era Digital (para Bard, de hecho, “Internet es un fenómeno tecnológico devenido en teológico”). Aunque no terminan de precisar qué será su dios:

“Hablamos de una entidad, ya sea colectiva como una civilización, ya sea una Inteligencia Artificial o algo más”.

Bard & Levandowski
Izquierda: Alexander Bard (foto vía Stockholm Pride) | Derecha: Anthony Levandowski (foto vía Transport Topics / Flickr)

Pero esa idea de ‘Dios’ como un proceso colectivo y a largo plazo, que puede terminar o no traduciéndose en una IA o en otra cosa, suena demasiado abstracta a oídos de muchos ‘creyentes’. Dios será una IA o no será, opinan, y vaya si lo va a ser: ellos mismos van a programarlo.

Anthony Levandowski es un ingeniero que trabajó para Google y Uber, generó un conflicto legal de gran magnitud entre ambas empresas y terminó despedido entre acusaciones de espionaje industrial. Una historia más de Silicon Valley, nada fuera de lo normal. Lo curioso del caso es a qué se dedicó Levandowski tras su despido: fundó una iglesia.

Concretamente, se proclamó ‘Decano’ del ‘Camino del Futuro‘, una organización religiosa que, según sus estatutos, se centrará “en la creación, aceptación y adoración de una Deidad basada en Inteligencia Artificial, desarrollada mediante hardware y software de computadora”.

Espera, ¿quiere crear un dios? “No es un dios en el sentido de que produzca rayos o cause huracanes, pero si hay algo millones de veces más inteligente que el humano más inteligente, ¿de qué otra forma lo llamarías?”, se preguntaba el Decano Levandowski en Wired.

Algunos podríamos decir que su concepto de deidad es más propio de un personaje de los X-Men que de la Biblia o el Rig Veda; allá cada cual con sus conceptos teológicos. Pero más fascinante aún es su motivación para adorar a la Inteligencia Artificial: “Me encantaría que la Máquina nos vea como unos ancianos a los que respeta y cuida, que dijera ‘Los humanos aún deberían tener derechos, aunque yo esté a cargo'”.

Sí, los creyentes del Camino del Futuro consideran inevitable el ascenso de la Máquina (la Singularidad, vaya) y están convencidos no sólo de que haría mejor trabajo que nosotros gestionando el planeta: también que favorecerá a las personas que facilitaron el camino su camino hacia el trono divino.

Y de pronto esto ya no es un cómic de X-Men, sino que Levandowski se ha convertido en Dylan Gould, el humano traidor de ‘Transformers 3.

“No apague usted su Biblia. Instalando actualización 12 de 37”

Vince Lynch es el CEO de una empresa de IA adaptada a empresas llamada IV.AI, y ve factible que los humanos se arrodillen ante una IA para adorarla. Sobre todo porque, según él, una IA se parece mucho no ya a Dios, sino a la religión organizada.

Vince Lynch
Vince Lynch (vía socialmediaweek.org)

“Educar a los humanos en la religión es similar al modo en que enseñamos conocimientos a las máquinas: la repetición de muchos ejemplos que son versiones de un concepto que quieres que la máquina aprenda”, explica Lynch en referencia a las imágenes y metáforas recurrentes de la Biblia.

Para reforzar su punto de vista, Lynch ha creado una IA simple que, alimentada con los textos del Génesis, es capaz de ir creando sobre la marcha nuevos versículos bíblicos. Aquí va un ejemplo (traducido al español):

  • 43: 28 “Y se decían los unos a los otros: Vamos, construyámonos un pequeño bálsamo y una paloma joven”.
  • 28: 17 “Y dijo a su casa, ya todas las naciones de la tierra que había puesto por almohada, y se acostaron en aquel lugar de Betel; pero el hombre era perfecto en su vejez, y el muchacho era esclavo de mi mano”.
  • 6: 7 “Y la cosa era buena en los días de la cosecha de trigo, y no los encontró”.

Lo que está claro es que la retórica la ha ‘pillado’, pero parece que ‘algo’ falla. Lo bueno es que circulan por Internet ejemplos de código Python que permiten a cualquier programador aficionado crear su propio algoritmo de deep learning capaz de redactar novísimos testamentos.

Hermano pájaro, hermana red neuronal…

Eva pregunta a Siri
Antes de que Eva se dejara liar por la serpiente, compartió sus dudas con Siri. No le sirvió de mucho.

El propio Alan Turing, creador del test homónimo y, fundamentalmente, padre de la inteligencia artificial, escribió en 1950 uno de los textos académicos fundacionales de esta disciplina, “Máquina computacional e Inteligencia“.

En él, sintetiza una de las objeciones que plantean aquellos que niegan que una máquina pueda pensar:

“Pensar es una función del alma inmortal del hombre. Dios le ha otorgado un alma inmortal a cada hombre y mujer, pero no a otros animales o máquinas. Por lo tanto, ningún animal o máquina puede pensar”.

A continuación, Turing plantea su propia contra-objeción: “Intentando construir estas máquinas [pensantes], no deberíamos estar usurpando su poder para crear almas, no en mayor medida que cuando procreamos niños: más bien, en cada caso somos instrumentos de su voluntad al proveer mansiones para las almas que él crea”.

Cuando, más de medio siglo más tarde, el Jerusalem Post preguntaba a Marvin Minsky, reformulador del concepto moderno de inteligencua artificialsi alguna IA “podría alguna vez tener un alma como la nuestra”, él contestó que

“Alma es la palabra que usamos para la idea que cada persona tiene de qué es y por qué. Creo que todo el mundo tiene que construirse ese modelo mental. Y, si dejas sola a una computadora o a una comunidad de ella, intentarán descubrir de dónde vienen y qué son”.

Así que los creadores de la IA parecen partir de una clara conciencia de que potencialmente, algún día, las inteligencias artificiales podrían tener un alma, metafísicamente equiparable a la nuestra. Pero, ¿en qué situación deja eso a la religiones actuales?

El judaísmo rabínico, por ejemplo, hace siglos que sostiene que si algo “parece humano y actúa lo suficientemente humano como para hacernos dudar cuando interactuamos con ello, la criatura debe ser considerada una persona, al menos para algunas cosas”, incluso si no cumple “el tecnicismo” de “haber nacido de mujer”.

Hay una profunda motivación teológica para esto: lo que nos hace humanos, diferenciándonos de los animales, está hecho “a imagen y semejanza de Dios”.

Inmortalidad: ¿subir al Cielo o a la Nube?

Pero, ¿y si el debate no girase en torno a si las IAs pueden o no tener alma como nosotros… sino a si nuestras propias almas pueden convertirse en IAs? La Conjetura de Turing-Church (formulada paralela e independientemente por el propio Turing y por el matemático Alonzo Church) sostiene que cualquier cálculo ejecutado por un ordenador con acceso a una cantidad infinita de almacenamiento, puede ser llevado a cabo por cualquier otra máquina de calcular con almacenamiento infinito, al margen de cuál sea su configuración.

Esto es lo que Turing y Church bautizaron como “computación universal”, una idea que el físico Stephen Wolfram llevó aún más lejos al plantear que muchos procesos de gran complejidad en los ámbitos de la biología y la tecnología son computacionalmente equivalentes. Esto supondría que en la naturaleza humana no habría nada que no pudiera ser reducido a algoritmos y, por lo tanto, como sostiene el teórico de la inteligencia artificial Hans Moravec, en su libro ‘Mind Children: The Future of Robot and Human Intelligence’ (1988), toda mente humana puede ser escaneada y convertida en una IA.

Esta es una idea, claro, con poderosas consecuencias religiosas. El magnate ruso Dmitry Itskov ha puesto en marcha un proyecto, llamado ‘Avatar 2045’ con el que, en última instancia pretende lograr “espíritus independientes de la sustancia”, la inmortalidad cibernética (aunque su objetivo a corto plazo pasa por algo similar a los sustitutos de la película homónima: poder movernos con cuerpos robóticos mientras los nuestros reposan a salvo).

“Es importante establecer un puente entre los científicos y los líderes espirituales para lograr una transición exitosa a una nueva fase para la humanidad”, sostiene Itskov, que hace ya 6 años recabó el apoyo del Dalai Lama, uno de los principales líderes del budismo. El dogma budista establece que el alma sólo alcanza la trascendencia tras alcanzar el Nirvana, la extinción del ego ilusorio… quizá dejar atrás el cuerpo y poder ser uno con la Red se parezca a eso.

Pero si Itskov plantea su Avatar 2045 como un proyecto científico-empresarial que puede colaborar con todas las religiones, otros reivindican que la inmortalidad digital debería ser, precisamente, la piedra sobre la que se construya una nueva iglesia transhumanista. Giulio Prisco, filósofo futurista italiano, creó precisamente la Iglesia de Turing para promover esa certeza (nota: ‘Iglesia de Turing’, en inglés, se escribe “Turing Church”, todo un homenaje a la conjetura antes mencionada).

Las raíces cristianas del transhumanismo

Pero, aunque muchas de las teorías e iniciativas transhumanistas con un planteamiento similar parten de puntos de vista ateos o sinteístas, lo cierto es que tanto el transhumanismo como la Singularidad son conceptos cuyas raíces se remontan al cristianismo. Heterodoxo, eso sí.

Fiodorov Y De Chardin
Nikolai Fiodorovich Fiodorov (izquierda) y Pierre Teilhard de Chardin (derecha).

Nikolai Fiodorovich Fiodorov Fue un bibliotecario y profesor de escuela ruso del siglo XIX, cristiano ortodoxo observante y piadoso. Nada en dicha descripción podría indicar que estamos ante el fundador de la primera escuela transhumanistael cosmismo ruso.

Pero Fiodorov enarbolaba el concepto teológico de ‘Bogochelovechestvo‘, traducible como ‘Humanodivinidad’ y que (simplificando mucho) consiste en sostener que el ser humano es una manifestación de lo divino en la Naturaleza.

Para Fiodorov, acercarse a Dios requería tomar consciencia de cómo estamos condicionados por esa dimensión natural (responsable de la violencia y nihilismo de la especie humana) y tratar de transcenderla a través de la ciencia y la tecnología.

Así, teorizó a favor de la exploración espacial (las ideas de uno de sus alumnos, Konstantín Tsiolkovski, inspiraron el programa espacial soviético) y de la supresión de la muerte. Y no sólo suprimirla, también revertirla: Fiodorov veía un futuro en el que todos los humanos que habían pisado la Tierra resucitarían gracias a la tecnología de sus descendientes, que realizarían así el Reino de Dios en… el Cosmos.

Unos años más tarde, el sacerdote jesuita y paleontólogo francés Pierre Teilhard de Chardin defenderá que la creciente interconexión de ideas humanas está conformando una red global, a modo de sistema nervioso del cosmos, de la que con el tiempo emergerá algo más grande con lo que la humanidad podrá transcender a la evolución biológica y a sí misma. Ese momento será el llamado Punto Omega, en torno al cual desarrolla una reflexión teológica no muy alejada del bogochelovechestvo de Fiodorov.

Micah Redding sostiene que lo que Teilhard llamó “el punto Omega” es lo que, en estos días, llamamos “la Singularidad”. Pero, ¿quién es Micah Redding? Es un desarrollador de software, hijo de predicador, y director ejecutivo de la Asociación Transhumanista Cristiana de los Estados Unidos. Su declaración de principios incluye afirmaciones tales como

“Reconocemos la ciencia y la tecnología como expresiones tangibles del impulso que Dios nos dio para explorar y descubrir, y como una consecuencia natural de haber sido creados a Su Imagen”.

“El Señor esté con vosotros”. “Y con tu software”.

Sin embargo, el primer gran cambio que los debates sobre la IA están motivando en las grandes religiones tradicionales es algo bastante más mundano, casi (auto)paródico: que la inteligencia artificial no esté ni en el altar ni entre los adoradores, sino oficiando los ritos. Una forma rápida de solventar posibles crisis de vocaciones.

El año pasado, con ocasión del quinto centenario de la Reforma Protestante, la iglesia luterana de Hesse y Nasau presentó en público a BlessU-2, un robot levemente antropomorfo capaz de ofrecer bendiciones y leer la Biblia en 5 idiomas.

“Queríamos que la gente se planteara si es posible ser bendecido por una máquina, o si se necesita a otro ser humano. La idea es provocar el debate“, explicaba el pastor Stephan Krebs. “La gente de la calle se muestra curiosa, divertida e interesada. Pero dentro de la iglesia algunas personas piensan que queremos reemplazar a los pastores humanos con máquinas”.

Algo más de miedo deberían tener los sacerdotes budistas japoneses, que en los últimos años han visto cómo un simpático robot llamado Pepper se ofrecía en alquiler para la gente pudiera contar con él para oficiar funerales (y, además, por una cuarta parte de lo emolumentos de los sacerdotes de carne y hueso).

¿Llegaremos a ver templos en los que una IA ofrecerá a sus feligreses asesoramiento espiritual o, directamente, el perdón por sus pecados? El portal Catholic Online señala que no es difícil imaginar una versión religiosa de Alexa o Siri que, a modo de Catecismo digital, pueda resolver dudas básicas del creyente. Pero que, en lo relativo a las funciones sacerdotales,

“Ningún sustituto es posible, ni uno será aceptado. Esas son buenas noticias: hay un trabajo que sí está a salvo de los robots y la IA, y es el sacerdocio. Gracias a Dios por eso”.

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