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La indignación del islam

LO mismo que ocurrió hace unos meses con las caricaturas de Mahoma, ahora la discutida alusión de Benedicto XVI al Profeta ha crispado de nuevo a miles de musulmanes en el mundo.

Los cristianos, por lo general, nos sorprendemos y hasta nos indignamos ante semejante reacción.

Y enseguida acusamos al islam de ser una religión que fomenta la violencia hasta extremos que nos parecen inadmisibles. Por supuesto, yo no pretendo justificar las amenazas violentas que los grupos islámicos más radicales profieren estos días. Lo único que intento es que los cristianos pensemos hasta qué punto estamos predispuestos, en nuestras relaciones con los musulmanes, para ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro. Por ejemplo, nos quejamos de que haya grupos del mundo musulmán que no soportan la más mínima afrenta a su religión o a Mahoma, mientras que vemos con toda tranquilidad la imagen de Santiago, montado en su caballo y matando a un infiel sarraceno, en un magnífico altar de la catedral de Granada. Esa imagen está expuesta y adornada en muchos templos de España. Una imagen que nosotros respetamos y exponemos a la vista de todos. Pero seguramente no caemos en la cuenta de que es una imagen que a cualquier musulmán le humilla y le duele. Lo mismo que en tantos pueblos de nuestro país se celebran cada año las fiestas de moros y cristianos, en las que se escenifica cómo los cristianos (que son los 'buenos') derrotan a los moros (que son los 'malos'). No entro ahora a discutir las razones históricas y culturales que hay detrás de todo esto. Eso es asunto de estudiosos y eruditos. Pero lo que la gente ve, lo que vemos nosotros y ven ellos, es la incesante y repetida escenificación de nuestra superioridad y de nuestra victoria sobre una cultura a la que muchos cristianos desprecian, tal como a muchos de nosotros nos educaron desde niños.

Así están las cosas. Y el resultado es el resentimiento mutuo y, a veces, el desprecio, más o menos disimulado, por ambas partes. El hecho es que la cultura islámica tiene conciencia de haber aportado a Occidente bastante más de lo que seguramente nosotros imaginamos. Como igualmente tiene conciencia de que Occidente se ha aprovechado, y se sigue aprovechando, del enorme potencial de riqueza que tienen algunos de los países musulmanes. Ahí está el inmenso potencial económico, que tienen los países árabes con el petróleo, una riqueza que, en cantidades fabulosas de dólares, sirve para que en Occidente vivamos mejor, mientras que en los países que tienen semejante riqueza hay demasiada gente que vive en la pobreza. Está demostrado que, entre los países de renta media, la inmensa mayoría de los fracasos en el crecimiento económico se dieron en los países exportadores de petróleo (Jeffrey Sachs, El fin de la pobreza, Barcelona, Debate, 2005, 112-113). Tales países no son ciertamente pueblos empobrecidos, sino países de renta alta, pero cuya economía depende en su inmensa mayoría de las exportaciones, que están en manos de multinacionales siempre controladas por capitales de Occidente o con fuertes intereses en Occidente. Muchos occidentales seguramente no pensamos en esto. Pero es probable que bastantes musulmanes lo tienen muy en cuenta.

Así las cosas, yo me pregunto si lo que tenemos que resolver es un choque de civilizaciones o un desequilibrio de intereses económicos. En todo caso, si las cosas se piensan despacio, no nos debe sorprender que semejante situación desencadene tanta violencia. Me refiero a la violencia terrorista. Terrorismo de religiones, en el caso de los terroristas suicidas que se inmolan matando a inocentes. Y terrorismo de Estado en el caso de Estados Unidos (y sus aliados occidentales) que masacran con sus bombas a poblaciones enteras en Asia.

Ahora bien, mientras los musulmanes sigan viendo este asunto como un abuso intolerable y los cristianos lo veamos como un negocio razonable, va a ser muy difícil, por no decir imposible, que haya un acercamiento de culturas y un diálogo de religiones. Por más que en Occidente se le ponga a eso el nombre de 'comercio' y en el mundo islámico se piense que ellos reaccionan por motivos 'religiosos'. Un enfrentamiento de tales dimensiones no se resuelve mientras unos y otros no empiecen por reconocer su parte de responsabilidad en el conflicto.

Volviendo a lo que ha pasado estos días, yo he defendido y defiendo al papa. Porque pienso sinceramente que el papa no ha querido, en modo alguno, ofender al islam. Entre otras razones, porque al primero que no le interesa hacer eso es al propio Benedicto XVI. Pero también es verdad que al papa no se le caen los anillos si pide perdón abiertamente y con toda humildad por una cosa que ha dicho y que ha dado pie a la indignación de millones de creyentes en su religión.

Lo que más me ha hecho pensar en estos días es que, si este tipo de reacciones se producen con cierta frecuencia en el mundo islámico, sin duda es porque en ese mundo tiene que haber miles y miles de personas que se sienten muy dolidas, muy humilladas, demasiado ofendidas. No discuto ahora si en todo tienen o no tienen razón. Lo que digo es que, si no somos nosotros los que nos ponemos a crear un clima de paz, de respeto, de diálogo y, sobre todo, de presión sobre nuestros gobernantes para que se organicen las relaciones internacionales con más equidad y justicia, mucho me temo que las cosas van a ir a peor en los años que se nos avecinan.

José M. Castillo catedrático de teología dogmática de la Universidad de Granada

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