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La imposible virtualidad de las religiones

El clamor de las gentes –crédulas y normales–, es de tal envergadura que ningún dirigente político, social o religioso puede cerrar los oídos al mismo.

Clama la humanidad con chillidos de angustia por las heridas sangrantes de lacras que podrían tener solución: desigualdad, hambre, desarraigo, destrucción, quebranto del mundo infantil, violencia, injusticia, víctimas inocentes, muertes… Pero tales clamores no parecen llegar a los “palacios suizos” donde se esconden, encerrados en los sótanos acorazados de su propia sordera.

Sólo cuando el sol pegajoso de la vida zahiere su muelle existencia, perciben a lo lejos el clamor de los pueblos, ¡sus pueblos!, de los que se sienten tan desafectos que hasta son capaces de masacrarlos al mínimo grito de protesta que perciban.

¿Qué hacen las religiones? ¿Cómo se enfrenta la religión a los grandes retos sociales? ¿Cómo se enfrenta a los políticos degenerados, culpables de tanta podredumbre? 

Es fácil perderse en las grandes palabras, en los comunicados altisonantes, en los “manifiestos” tipográficamente impecables. Se oye demasiado el sempiterno “deberían” y se sitúan vivencialmente en el maniqueo de iure y de facto.

Sí, lo saben, son conscientes… Es sentimiento común, a fuer de ser personas que viven incardinados en un determinado ámbito social. Es en esto donde quizá sean más ecuménicas.

Su ecumenismo debiera ser el de la compasión y quizá lo sea; su “mística” debiera ser la del “sentimiento del sufrimiento compartido”.

Deberían coaligarse en la consecución de una única meta y acción: fomentar la vía de la compasión y conseguir el descrédito universal de los políticos que no sólo no alivian los sufrimientos de sus gobernados, sino que son ellos los que lo provocan y producen.

No lo hacen ni lo harán. Temen perder su clientela, la que les proporciona el plato caliente de lentejas. Por esa vía su fin está cercano, porque nada consiguen y porque el pueblo lo ve.

Más hacen, o pueden hacer, los filósofos, pensadores y ensayistas por humanizar el mundo tecnificado, que todos ellos juntos. Y más puede hacer un juez por erradicar dictaduras sangrantes y meter el miedo en el cuerpo a posibles imitadores, que todo el tinglado crédulo conjuntado.

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