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La importancia de la coeducación

Educar por separado supondrá vivir por separado. Y esto abre la puerta a la desigualdad, a los estereotipos y a los prejuicios. Por lo menos, que esta vuelta atrás no se pague con nuestros impuestos.

Para muchos ciudadanos y ciudadanas en este país, este verano han saltado las alarmas. El repunte de la violencia machista, con 12 asesinatos de mujeres entre los meses de junio y agosto, y la polémica suscitada por la violación múltiple de una joven en Málaga (oficialmente no considerada como tal), han reabierto un debate que hace solo unos años era prioritario, pero que ha sido relegado en favor de otros que la crisis económica ha situado en primer término.

Los hechos evidencian que la lacra social de la desigualdad y el machismo continúan ahí. No hay que aludir a ejemplos extremos como las desafortunadas declaraciones de algún político o religioso. Muchas personas han manifestado su asombro ante los consejos del propio Ministerio del Interior para prevenir violaciones; muchos y muchas se preguntan por qué no se educa a los hombres para no atacar, en lugar de intentar enseñar a las mujeres cuestionables métodos de prevenir esos ataques (consejos que solo sirven para limitar, cómo no, un poco más, su libertad de movimientos).

Pues bien, esa educación existe. Se imparte en nuestras escuelas públicas, en nuestros institutos, como materia transversal (contenidos comunes a todas las asignaturas del curriculum), y se desarrolla asimismo en numerosas actividades extraescolares y complementarias. Se subraya periódicamente en fechas determinadas como el Día Internacional contra la Violencia hacia la Mujer (25 de noviembre) o el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo).

Se llama COEDUCACIÓN. Es parte fundamental de la educación en valores que quiere trasmitir la escuela pública y tiene como objetivo fundamental enseñar en igualdad. Se trata de conseguir que niños y niñas se vean y traten como iguales desde edades tempranas, que compartan responsabilidades sociales y familiares. Que las familias participen de este tipo de educación. Para ello se han implementado currículos en los que se han eliminado los contenidos y el lenguaje sexista y se ha dado visibilidad al papel de las mujeres en la historia, la ciencia y las artes (y hay todavía mucho que hacer, sobre todo en lo que atañe a los libros de texto). Ha sido un largo camino no exento de alegrías, pero erizado de dificultades. Porque muchas personas han pensado, y todavía piensan, que se trata de un esfuerzo innecesario. Que las mujeres tenemos ya una igualdad de oportunidades.

No es así. Todavía las tareas del hogar recaen mayoritariamente en las mujeres, que a duras penas concilian sus obligaciones laborales y familiares. Ellas son las que tienen peores empleos y reciben menos salarios. Las que tienen más difícil el acceso a puestos directivos. Las que regentan un 90% de hogares monoparentales. Las responsables del cuidado de personas dependientes. Y también las que son objeto de agresiones de todo tipo: físicas, psicológicas, sexuales…

Las actitudes de menosprecio y dominación hacia la mujer comienzan a asimilarse en la infancia y en la familia, y solo pueden corregirse con la educación. La sociedad envía a nuestros niños y niñas, a nuestros jóvenes, mensajes sexistas de forma continua, a través de los medios a los que ellos están más expuestos, como el cine, la televisión, y especialmente la publicidad y los videojuegos (verdadero cúmulo de estereotipos que luego vemos plasmados en sus actitudes y roles en la calle y las redes sociales). Es necesario dotarles de criterios claros ante estos mensajes. De valores. Todavía ahora. Sobre todo ahora. Los hechos recientes lo demuestran.

Pues bien. Lejos de ser una prioridad en las políticas educativas de nuestro Gobierno central, la enseñanza en igualdad no interesa. La implantación de la LOMCE implica que colegios que separan por sexo a sus alumnos mantienen o acceden a financiación con fondos públicos. Según esta ley, esta práctica segregadora no constituye discriminación. ¿En qué se basan los que defienden sus bondades? En teorías como las diferencias cognitivas y de madurez entre niños y niñas, y la ventaja que, dicen, supone para ellos estudiar sin la presión del sexo opuesto. Pero lo cierto es que estos colegios en España están en su práctica totalidad vinculados a los sectores más conservadores de la Iglesia y los valores que pueden trasmitir no son precisamente igualitarios.

Educar por separado supondrá vivir por separado. Este tipo de educación no solo supone que hombres y mujeres son diferentes, sino que han de vivir de forma diferente y desempeñando roles distintos. Y esto abre la puerta a la desigualdad, a los estereotipos y a los prejuicios contra los que llevamos tantos años luchando en las escuelas. Por lo menos, que esta vuelta atrás no se pague con nuestros impuestos.

Continuemos trabajando con valores. De igualdad y respeto. De coeducación. Es el único camino contra la violencia.

(*) Meli San Martín es profesora de Lenguas Clásicas. Instituto de Enseñanzas a Distancia de Andalucía (IEDA), Sevilla.

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