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La Iglesia y el Estado

El gobierno de Rodríguez Zapatero está preparando una nueva ley de libertad religiosa. El diario El País analizaba este fin de semana parte del contenido del borrador de la Ley Orgánica de Libertad de Conciencia y Religiosa. La noticia destacaba como novedades del texto la supresión de los funerales de Estado y la retirada de los símbolos religiosos de los colegios públicos. La conclusión a la que se llegaba en el reportaje es que es imposible construir un estado laico mientras exista el concordato entre España y el Vaticano.

El diccionario de la RAE define como “laico” algo independiente de cualquier organización o confesión religiosa. Y pone como ejemplos Estado laico y Enseñanza laica. Treinta y dos años después de la aprobación de la Constitución española que puso fin a un régimen dictatorial sustentado en el nacionalcatolicismo, un régimen que imponía la confesión católica a toda la población, que mezclaba lo del César y lo de dios, que consideraba que su Caudillo lo era por la gracia de dios, tres décadas después de ese régimen conocemos algunos datos que nos dicen que el Estado español no se ha liberado de la presión de la jerarquía católica.

No es laico ni aconfesional un Estado que da a la iglesia católica 6.000 millones de euros al año, a fondo perdido. Que además no le cobra a esa iglesia determinados impuestos que sí deben abonar otras organizaciones sociales y los particulares. No es laico ni aconfesional un Estado que mantiene a 15.000 profesores de religión católica en escuelas públicas y privadas, otros 1000 curas en cárceles, ejércitos y hospitales. Hace unos días el gobierno anunció que reducirá en 10.600 empleos la administración del Estado, este recorte no afectará a las Fuerzas de Seguridad, el Ejército y los entes de servicios de empleo. El ejecutivo podría dejar de pagar las nóminas de los curas, así mata dos pájaros de un tiro: se avanza hacia una Estado laico y se recortan gastos.

No es laico ni aconfesional un Estado que en sus colegios públicos ofrece a los niños de tres años la asignatura de religión católica, impartida por profesores pagados por el Estado pero que deben obediencia a las autoridades religiosas. Los padres de niños y niñas que con 3, 4 y 5 años no desean que sus hijos den religión, deben expresarlo por escrito al colegio y en la hora de clase de religión no reciben ninguna materia alternativa, se considera tiempo de refuerzo de estudio, una forma de incitar a que se apunten a religión.

La iglesia se comprometió hace 30 años a autofinanciarse, y no lo ha hecho. Por una razón sencilla: porque no puede, porque pierde creyentes, porque los fieles no tienen la generosidad suficiente o la capacidad para mantener tantos gastos. Con dinero de la iglesia católica se pagó los millonarios sueldos de locutores estrellas como Federico Jiménez Losantos o César Dávila, fundamentalistas que han sido condenados por insultos, que se han distinguidos por masacrar con su verbo a quienes no comulgan (nunca mejor dicho) con sus ideas. El poder de la iglesia no está sólo en la capacidad de convicción de sus sacerdotes, muchísimos de ellos comprometidos con los más pobres, con los enfermos, con los que peor lo pasan. El poder está en los medios de comunicación que tienen, que reciben también millones de euros de presupuesto público en publicidad. Además de la COPE y Popular Televisión los obispos cuentan con otros medios como el grupo Intereconomía y con decenas de periódicos con directivos vinculados al Opus Dei.

Desde ese poder mediático presionan a gobiernos, organizan manifestaciones e intentan parar leyes que avanzan en derechos sociales. Desde ese poder han logrado mantener la mayoría de los privilegios que les garantizó Franco a principios de los años 50, cuando el Vaticano firmó el concordato con el Estado español. Este acuerdo y el apoyo de Estados Unidos supusieron un balón de oxígeno al dictador, sacaron a España del aislamiento internacional e impidieron la caída de la dictadura.

Si la nueva ley de libertad religiosa se queda en quitar los crucifijos de los edificios públicos, suprimir los funerales de Estado y dar más dinero a otras confesiones religiosas, entonces habremos perdido una oportunidad para construir una Estado laico. Ya lo dijo Jesucristo: hay que dar al César lo que es del César y a dios lo que es de dios. Que el Papa y los obispos no respetan el evangelio ya lo sabíamos, lo que no entendemos es que el gobierno no respete la Constitución, y aproveche la nueva ley para construir de verdad un Estado, como mínimo, aconfesional.

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