Hace tiempo que dejé de ser religioso. Pienso que el ateísmo es una forma valerosa de entregarse al mundo. Mientras no vivamos, en constancia, al lado de nuestro cuerpo sagrado, la hostia de la eucaristía nos esperará en esos templos malditos en donde los sacerdotes veneran al pantocrátor como si eso fuera la delectación del mundo.
La Iglesia Católica Española debe el IBI al Estado español. Acumula tanta riqueza que si se repartiera podría acabar con los millones de excluídos sociales que, entre el cartón y el tetrabrik, pasan las horas esperando a que Dios acuda a su cita. Pero Dios no existe. Y esto no es una noticia de Fiedrich Nietzsche, sino una aseveración tan mayúscula como que en Madrid comienza el kilómetro cero de todos los reinos de España.