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La Iglesia española, desubicada. El poder movilizador de los obispos en cuestiones políticas ha mermado en favor de Vox

No hace tanto, apenas una década, la Iglesia católica se apoyaba en los sectores más ultras de la derecha de nuestro país para mostrar fervientemente su oposición a ciertas políticas sociales y progresistas que aprobaba el Gobierno español. Lo hacía convocando manifestaciones, en algunos casos masivas. En el año 2005 fue en contra de la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. Lo harían igual, unos años después, contra la reforma de la Ley del Aborto. Miembros del primer ejecutivo de Zapatero llegaron a asegurar que la Iglesia era su principal oposición.

Pero, ¿sigue la Iglesia teniendo ese poder movilizador? Jesús Bastante, redactor jefe de la publicación Religión Digital y uno de los periodistas que mejor conoce las altas esferas de la Iglesia, cree que están a punto de perder el tirón en las calles. “El problema que tienen ahora es que los grupos que antes se apoyaban en la jerarquía eclesiástica se han ido hacia la derecha y han decidido volar solos”, resume el periodista refiriéndose a grupos ultracatólicos como Hazte Oír o El Yunque, que han encontrado acomodo en Vox. “Incluso acusan al Papa Francisco de no defender suficientemente la familia o la vida y se han convertido en los garantes de la auténtica catolicidad”, sentencia.

En este contexto, explica Bastante, “los obispos están buscando su sitio”. Tras los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI se abrió un nuevo periodo con el Papa Francisco que ha descolocado a los prelados, muchos de ellos todavía próximos al expresidente de la Conferencia Espicopal, el todopoderoso Rouco Varela, artífice de las posiciones más ultras de la Iglesia.

El que también fuera arzobispo de Madrid durante 20 años, conocido entre los cardenales como “el vicepapa”, todavía influye, y mucho, en la posición de los obispos. Rouco vive en un ático en la calle Bailén de Madrid, entre la catedral de la Almudena y el seminario, donde le siguen visitando altos cargos eclesiásticos para que les señale el camino a seguir. Un camino que, a su pesar, ya no les lleva a manifestaciones de masas.

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