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La ‘guerra del Corán’ amenaza con una crisis entre Washington y Kabul

Obama dice que la profanación es “un acto de extrema intolerancia y fanatismo”

Las protestas contra la quema de un Corán en EE UU se extendieron ayer al este de Afganistán y dejaron otros dos muertos en Kandahar. Fue el tercer día consecutivo de manifestaciones que ponen de relieve el malestar de los afganos con la comunidad internacional y amenazan con abrir una crisis política entre Kabul y Washington. La condena del presidente Barack Obama a la profanación no evitó que las quejas de los afganos adquirieran un cariz antiestadounidense.

"Muerte a América", "Muerte a los judíos", "Muerte a los cristianos", corearon varios cientos de exaltados en Jalalabad, la principal ciudad del este de Afganistán. Durante tres horas lograron cortar la carretera con Kabul. Las imágenes de televisión les mostraron prendiendo fuego a un retrato de Obama y pisoteando una bandera de EE UU pintada sobre el asfalto. Uno de ellos exigió que el pastor Terry Jones, en cuya iglesia se quemó el libro sagrado de los musulmanes, sea llevado ante la justicia.

Pero la manifestación de Jalalabad, como otras que tuvieron lugar en Kabul, Charikar, Herat y Tahar, transcurrió de forma pacífica. No así en la provincia de Kandahar, donde dos policías resultaron muertos y una treintena de personas heridas en las protestas de la capital y otras dos localidades, según informó el director provincial de Sanidad. Uno de los agentes pereció por un disparo y el segundo al estallar una bombona de gas cuando los manifestantes prendieron fuego a una caseta de la policía de tráfico.

Desde que el viernes empezaran las protestas contra la profanación del Corán ya han perdido la vida 24 personas, entre ellas cuatro nepalíes y tres europeos que trabajaban en la misión de la ONU para Afganistán en Mazar i Sharif. Un investigador del Ministerio del Interior dijo que los asesinos de los empleados de la ONU parecían ser talibanes "reintegrados", según la agencia Reuters. Así se denomina a los combatientes que han dejado formalmente las armas. Los insurgentes han negado tener nada que ver.

Ante la gravedad de la situación, el presidente afgano, Hamid Karzai, se reunió ayer con el embajador norteamericano en Kabul, Karl Eikenberry, y con el jefe de las fuerzas de EE UU y de la OTAN, el general David Petraeus. "El Congreso y el Senado deben condenar lo sucedido de forma clara, mostrar cuál es su posición y tomar medidas para que no vuelva a suceder algo así", les dijo Karzai, según un comunicado difundido por su oficina de prensa.

Eikenberry le leyó la condena de Obama, quien calificó "la profanación de cualquier texto sagrado, incluido el Corán, como un acto de extrema intolerancia y fanatismo". El presidente también dijo que "atacar y matar a personas inocentes en respuesta es una barbaridad y una afrenta a la decencia y la dignidad humanas". Petraeus se unió a la condena y pidió a los afganos que entiendan que lo ocurrido ha sido obra de unos pocos.

EE UU y el resto de los países que tienen tropas en Afganistán, incluido España, hacen frente a una brecha cultural agrandada por el resentimiento que producen las víctimas civiles de sus operaciones y las expectativas frustradas desde su llegada hace 10 años. Solo el año pasado, 2.000 afganos perdieron la vida en incidentes violentos. Mientras que en Occidente la actitud de Jones se ve como una excentricidad sin importancia, para la religiosa y conservadora sociedad afgana se trata de un insulto intolerable.

Además, llueve sobre mojado. El pasado noviembre, 12 soldados acusados de formar parte de un "equipo asesino" que mataba a civiles de forma arbitraria y coleccionaba sus dedos como trofeos de guerra, apenas recibieron penas simbólicas. Aún bajo los efectos de ese proceso, la revista alemana Der Spiegel publicó hace dos semanas fotografías repugnantes de soldados que posaban con sus víctimas. En ambos casos, los implicados estaban destinados en Kandahar, lo que sin duda explica la especial sensibilidad de sus habitantes ante cualquier nuevo incidente y haría fácil para los insurgentes talibanes manipular esos sentimientos.

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