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La fe del presidente. Las revelaciones del arzobispo de Oviedo sobre Adrián Barbón

El arzobispo dice que el presidente de Asturias es cristiano. Uno intuye una pizca de astucia en esa afirmación, expresada después de un encuentro, esta semana, entre los dos líderes (¿de qué otra forma llamarlos?). La cosa me trae a la cabeza una historia vieja, personal. Siendo yo estudiante de BUP en la Laboral de Gijón a mediados de los 70, nos daba clase de Religión (obligatoria) un jesuita al que llamábamos Pinueve (Naturaleza que no Dios, le regalara un apéndice nasal que miraba con desprecio al de Pinocho). Aseguraba que las últimas palabras pronunciadas por Voltaire en el lecho de muerte fueron: “¡Venciste, nazareno!”  Nosotros, críos de trece años, no teníamos ni idea de quién era Voltaire, pero estábamos seguros de que cualquier afirmación de Pinueve era falsa, así que, gracias a él, empezamos a interesarnos por el irónico pensador francés. ¡Poca gente fue tan eficaz produciendo ateos como aquel cura, con el que tantos cincuentones librepensadores siguen en deuda! Porque Satanás no existe, que, si no, Pinueve iba a lucir todas las condecoraciones del infierno.

Pues volviendo al presente, a uno le parece que lo que dice el arzobispo del presidente de Asturias es un “¡venciste,nazareno!”  prematuaro, sin esperar el “artículo mortis” barbónico, que hasta la milenaria iglesia católica parece estar volviéndose impaciente.

Aunque la afirmación de Sanz sobre la fe presidencial fuera falsa, ahí queda, porque Adriá Barbón no se va a meter en el charco de dejar por mentiroso y pecador al prelado. Así que los asturianos vamos a vivir con la intriga, lo que hay que agradecer al arzobispo, eso sí, porque no hay como las intrigas para consolarnos de los pesares y aburrimientos inherentes a este valle de lágrimas. De todas las maneras, Barbón es de Laviana. Lo apunto porque, sin atreverme a decir que un cristiano de Laviana es una quimera astur, raro sí resulta. Uno, en este asunto, habla con autoridad, porque viene de ese país y creció asistiendo a funerales siempre fuera de la iglesia de Llorio, donde se concentraban los paisanos de Ribota mientras el cura echaba dentro las prédicas. “Yo, si entro, me mareo, me explicaba mi abuelo”. Por cierto: no lo venció el nazareno.

La fe del presidente Barbón era un asunto en el que no habíamos pensado hasta el momento. Sabemos que su jefe, Pedro Sánchez, no es cristiano: declaró en una entrevista televisiva que no creía en Dios. Pero las creencias de los jefes no condicionan las de los subordinados. Ahí está el arzobispo, que no acredita la condición profética de Greta Thunberg, al revés que gran parte de su rebaño. En cualquier caso, uno piensa que Sanz Montes, si no obró de mala fe pinieviana (¿pinona?) etiquetando cristianamente al presidente astur, por lo menos fue imprudente y poco respetuoso con la privacidad ajena. ¿Sabe él si Barbón quiere dar pie a que los votantes se pongan a buscarle el escapulario entre la abertura de los cuellos de la camisa, o a que empiecen a pensar que lo lleva más cerca del corazón que el pin institucional con el escudo de Asturias o, ¡inclusive!, que la rosa socialista?

“Barbón es cristiano y político, y no siempre es fácil compaginar ambas realidades.”  El mensaje está claro en boca de Jesús Sanz: las bondades del cristianismo no casan con las maldades y las trampas de quienes nos gobiernan. Hasta el arzobispo se apunta a ese peligroso pimpampum de moda: dispare usted, indiscriminadamente, contra la clase política, ¡si hasta los niños de Primaria, tan informados como están en la actualidad, afirman, en las encuestas, que son el mayor problema de España!  Pero hubo un tiempo, a mediados del siglo xx, en que no era sí. Por entonces, política y cristianismo (catolicismo, en realidad), iban de la mano en España, en paz y armonía, y ningún obispo hacía declaraciones irónicas al respecto. Eran otros tiempos. No está claro que fueran otros obispos.

Milio Rodríguez Cueto

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