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La española Patricia Martínez cambia de nombre y se convierte al islam para acortar su condena en los Emiratos Arabes

Cuando Patricia salió de España para ganar un dinero equivocándose mucho se llamaba Patricia. Hoy, cinco años de cárcel musulmana después, Patricia se llama Fátima. El milagro es autogestionario y lleva hiyab en la cabeza, la conversión de una cristiana al islam para ganar su libertad.

Patricia Martínez y Martínez de Velasco (Alicante, 1973) lleva un año y medio empollándose el Corán desde su celda de la prisión de Dubai, la capital de los Emiratos Arabes Unidos (EAU). Cuenta que le contaron que si un preso aprende las sagradas escrituras musulmanas recorta tiempo de cárcel. «Me tengo que estudiar 10 capítulos para conseguir mi libertad», escribió Patricia en una carta enviada en noviembre de 2003 a la Fundación Ramón Rubial Españoles en el Mundo.

Pero aquellas oposiciones a creyente fueron calando tanto en ella que un día saltó la noticia: «Mamá, me he convertido al islam».

«Patricia siempre fue una chica muy buena. Ella, mi otra hija y yo hacíamos meditación y relajación. Era una persona muy tranquila.Tuvo aquel error de la droga y ahora está arrepentida y muy cambiada.Ahora es musulmana, habla inglés y árabe, y ha quedado la primera en el examen del Corán. Me trata con una dulzura exquisita. Pero todos queremos que vuelva». Habla desde Alicante Conchita, la madre de Patricia/Fátima. «Bueno, para mí es Patricia, claro».

Conchita lleva cinco años luchando para que su hija salga de Dubai, adonde llegó para hacer una escala técnica y se quedó para cambiar de vida.

El 2 de octubre de 2000 Patricia aterrizó en la capital de EAU procedente de Pakistán. Su destino era Amsterdam, pero la policía local registró su maleta y dijo encontrar dentro dos kilos de heroína.

En un proceso judicial sin abogado defensor de por medio, Patricia fue condenada a 15 años de prisión y al pago de una multa de 150.000 dirhams (750.000 euros).

El mundo occidental que había conocido se le vino encima: su familia y sus amigos en una España imposible para ella, y su hijo, un bebé de un año que hoy tiene seis y ya no recuerda el tacto de mamá.

Patricia empezó a sobrevivir entre rejas. Recibió tratamiento para no despertar al virus de su hepatitis C y trabajó tres años en un taller de ganchillo. Y en ésas surgió la vuelta de tuerca de la justicia de EAU, Corán para salir, islam o cárcel.

Patricia dejó el ganchillo y se enganchó al dios de los del otro lado del mundo. «Mamá, me he convertido al islam».

Cuando su madre se enteró del nacimiento de su hija nueva dejó de telefonear al Consulado español en Dubai. «En el Consulado no nos han ayudado mucho. Me decían que le podían llevar ropa y jabón, pero de sacarla de allí, nada de nada». España no tiene convenio de traslado de presos con los Emiratos Arabes Unidos, una carencia que complica el regreso de Patricia.

Por eso, Conchita empezó a sondear a la comunidad musulmana de Alicante. «Fui con mi nieto a ver al imam. Me dijo que era muy importante que alguien de la prisión enviara una carta contando cómo es Patricia y cómo ha sido su conversión. Y también una foto de ella vestida de musulmana. Me dijeron que eso nos ayudaría».

Y para echar algunas manos desde aquí, Adriana Sanclemente, de la Fundación Ramón Rubial, también anda en tratos con las mezquitas de Madrid. «El problema es que no hay convenio de traslado. Eso lo pone más difícil. Pero si los musulmanes de aquí empujan pueden ayudar a Patricia».

Allí, a miles de kilómetros, Patricia habla algún domingo con Alicante. «Mamá, tú tranquila. Tengo ganas de veros, pero si sigo aquí es porque Alá quiere. Alá dirá».

De momento, ni el Corán abrazado, ni el pañuelo islámico sobre la cabeza, ni los ramadanes soportados asoman la libertad de Patricia. O de Fátima

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