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‘La duda’ o la sospechosa realidad

Es inexplicable que un texto como La duda, con su Pulitzer, su Tony y su exitosa adaptación al cine, solo se programe en Madrid en el Teatro Galileo cuatro días y tampoco tenga gira. Más inexplicable cuando la dirige Dario Facal y la protagoniza Carmen Conesa una actriz tan popular y querida por los aficionados al teatro (como antes lo fue para los televidentes), que en esta obra está siempre en escena sin que decaiga la atención de los espectadores en ella.

A lo que hay que añadir que su antagonista lo interpreta Ernesto Arias. Otro actor ya clásico del teatro, muy reconocido profesionalmente, que va camino de convertirse en el antagonista por antonomasia de actrices conocidas, pues ya lo ha sido de Ana Belén (en Kathie y el hipopotamo de Vargas Llosa) y de Cayetana Guillén Cuervo (El malentendido de Camus y en Hedda Gabler de Ibsen). Actrices-Mihura a las que él puede mantenerles la palabra y la mirada en escena sin amilanarse porque tiene capacidades para hacerlo.

El caso es que cuando salga esta crónica al espectador que quiera ver esta obra solo le quedará la tarde del domingo para disfrutarla. Siempre que la crítica y el éxito de público no lo remedien y consigan que un programador se de cuenta de que es un gran producto comercial. De los que llenan plateas por varios motivos.

El primero, el tema, la pederastia en la Iglesia, la que se produce por esa relación de poder que los curas tienen con sus fieles más pequeños, fieles necesitados de amor. Y lo fácil que es no verlo, incluso sin mirar hacia otro lado, aprovechándose del discurso cristiano del amor, las parábolas de los sermones dominicales y los procedimientos. Todo contado sin caer en el morbo o en lo desagradable.

El segundo, el texto. Un texto basado en diálogos, fundamentalmente, en los que se asiste a partidos de tenis dialécticos tan interesantes y emocionantes como puedan ser los partidos entre Nadal y Đoković. Algunos consiguen concentrar la atención del público asistente en la sala y producen ese silencio en el que no se oye ni una mosca, ni una carraspera, ni un movimiento y ni si quiera se oye el típico ruido que se produce a desenvolver un caramelo envuelto en papel celofán.

El tercero por la inteligencia teatral de Dario Facal, suficientemente demostrada. En esta obra se ha dado cuenta del material que tenía y que su retórica y poética habituales como director no iban a funcionar. Por lo que se centra en el trabajo actoral, marca de su compañía, Metatarso, y de Work in progress, la escuela actoral que dirige. Un montaje con muy pocos y significativos elementos escenográficos, si se obvia esa pared blanco-grisacea que cubre el fondo y acota el espacio.

Su objetivo parece ser que el texto deje de oler a tinta para oler a vida. Una vida teatral, de actores accionando un texto sobre un escenario. Se podría decir, para hacer un teatro-teatro, como hace unos pocos años se hablaba de pintura-pintura para describir (y en cierto modo denigrar) a todos aquellos artistas que abandonaban el vídeo, la instalación y la performance para volver al lienzo, los óleos y los acrílicos.

Con todo esto, lo más interesante no es la anécdota en sí. Esa en la que hay sospechas de que el sacerdote del colegio abusa de un niño, que acumula a la desprotección infantil su negritud (el primer negro en ser admitido en el colegio) y su homosexualidad o afeminamiento (sí, no le falta de nada). Convertido así en carne de cañón para sufrir tanto acosos como abusos y para que en su caso estos sean permitidos en aras a la integración y el progreso social. Permitir el mal para favorecer un bien. Asentar el bienestar futuro en el malestar del presente.

Lo interesante de verdad es escuchar el texto y ver como cada personaje mantiene su forma de decir, su retórica, y las ideas que las sustentan sin que eso les impida adoptar las estrategias del otro, del contrario, con tal de confirmar(se) la realidad tal y como la viven y la sienten. Una realidad de la que no es posible fiarse ya que es inaprensible a las palabras. Que hunde sus raíces por igual en las dudas como en las certezas. En la que la oscura y confusa verdad es sustituida por la hermosa y fácil ficción, con la que es posible decir más.

No se trata, pues, tanto de atrapar al ladrón, en este caso, al pederasta, como de tener la certeza de que es real la realidad. De aquilatar la duda en un mundo probabilístico como el que vivimos. En el que todo es probable, todo es posible, hasta lo inimaginable y lo que ahora no somos capaces de pensar. Sí, como la Hermana Aloysius, la protagonista, tenemos dudas, muchas dudas en este mundo, tan informado, pero con tan pocos hechos, resulta muy difícil reducirlas, eliminarlas, de tal manera que el mundo es una atemorizante y terrible sospecha. Una terrible duda.

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