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La democracia en la Iglesia

El problema de una democracia plena está aún muy lejos de ser plenamente resuelto en la sociedad civil, aunque los grandes principios democráticos estén reconocidos y recogidos en las leyes y constituciones. Pero en la Iglesia ni siquiera son reconocidos ni mucho menos practicados. La Iglesia oficial sigue sin ser democrática, y ni siquiera piensa que debería serlo. El recién beatificado Papa Juan Pablo II dijo cosas claras y bien dichas sobre el orden social y los Derechos Humanos, pero al interior de la Iglesia no solo no los aplicó sino que los negó y la retrotrajo a tiempos preconciliares. Su beatificación, ¿ha sido un reconocimiento o ha sido un agradecimiento a los "servicios" prestados, o tal vez como un blanqueo de delitos (pederastia) al estilo financiero? ¿Por qué ni él, ni el actual Papa beatificaron al mártir Oscar Romero, a los mártires de la UCA, y lo hicieron a toda velocidad con Escrivá de Balaguer? ¿Por qué los dos tuvieron la pederastia oculta hasta que saltó a los medios de comunicación, cuando incluso sabían que había algunos obispos pederastas? Tenemos muy poca fe en esas beatificaciones, es más, nos hacen daño. Ya sabemos muy bien que este lenguaje no es políticamente correcto. Pero es cristianamente muy necesario, para diferenciar muy claramente el valor del mensaje de Jesús de la traducción que etá haciendo de él la iglesia oficial.

Estos días saltan a la palestra las corruptelas de las finanzas vaticanas. ¿Con qué autoridad puede el Papa pedir ética a la sociedad civil si tiene en casa la corrupción? ¿Cómo se puede pedir austeridad hacia los empobrecidos habiendo gastado en 2009, 550.000 € en montar el nacimiento en la Plaza de S. Pedro?

El Papa Pío IX, en 1864, publicó como un resumen de los 80 principales errores de la modernidad de entonces para condenarlos. Entre esos errores condenados están los principios básicos de la democracia: la libertad de opinión, de expresión, de prensa, de conciencia, de culto, de separación Iglesia-Estado, etc. En 1870 el Concilio Vaticano I definió la infalibilidad del Papa como dueño absoluto de la verdad. Esta pretensión de poseer la verdad absoluta incapacita de raíz a la Iglesia para ser democrática. Creerse seguro de poseer la verdad hace inútil buscarla fuera y recibirla de los demás. Mientras que la Iglesia no reconozca que nadie en este mundo puede conocer la Verdad, porque la Verdad es Dios, y nadie puede ser capaz de conocer a Dios, la Iglesia nunca podrá ser democrática. En este mundo nadie posee la verdad. Solo con las aportaciones de todos podemos descubrirla un poco más. Por tanto pretender poseer la verdad es considerarse dueño del poder absoluto. Pero el poder de por si casi siempre corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente, y acaba destruyendo lo humano y lo divino. Pues bien, la Jerarquía católica, y más el papado, se adjudican a sí mismos la posesión de ese poder absoluto. El concilio antes citado lo expresa de manera tajante cuando dice: “la Iglesia romana, por disposición del Señor, detenta el primado de la potestad ordinaria sobre todas las demás" y que, "frente a él los pastores y fieles de todo rito y rango -tanto cada individuo en particular como todos a la vez- están obligados a una sumisión jerárquica y obediencia verdadera, no sólo en cuestiones de fe y costumbres, sino también en aquellas que afectan a la disciplina y dirección de la Iglesia extendida por todo el mundo”.

Está claro que el papado es una monarquía absoluta. Sin romper con este planteamiento nunca habrá democracia en la Iglesia, y, desde el contexto de las sociedades modernas, cada vez estará más lejos del pueblo y el pueblo de ella, lo que están demostrando cada día más los datos estadísticos y las críticas que recibe, incluso desde los sectores conservadores que siempre le fueron más proclives. Esa pretensión de poseer la verdad llevó a la Iglesia a cometer muchos errores, algunos de dimensión histórica y vergonzosa como pasó con Galileo, o en la conquista de América, por no citar hechos muy lamentables de nuestros días.

El papado ostenta los tres poderes: legislativo, judicial y ejecutivo. En la Iglesia no hay separación de poderes. El Papa es quien dicta y sanciona leyes y doctrinas, quien las aplica y exige que se guarden, y juzga quien las cumple y quién no.

Ejercer así el papado es muy difícil, arriesgado y peligroso. Los últimos papas acusan este problema: llaman a los obispos a sínodos, etc. pero va todo dirigido y luego aplicado desde arriba. El problema ya no es cuestión de un Papa u otro, sino de la forma de gobierno de la Iglesia: mientras no se cambie el sistema de elección de los papas, los obispos y demás ministros, no habrá democracia en la Iglesia, y esta se alejará más del mundo y el mundo de ella. El Papa se lamenta estos días de que la fe corre peligro de apagarse: las estructuras vaticanas son las primeras que la sofocan.

El actual sistema piramidal jerárquico necesita ser reemplazado por sus sistema comunitario horizontal, donde las Comunidades de creyentes, adultas y mínimamente maduras, elijan a sus curas y obispos, tanto hombres como mujeres, y entre todos elijan a quien pueda ser Papa, con este u otro nombre que cuadre mejor con su misión y con los certeros planteamientos del Papa san León Magno que en el siglo V decía: “El que debe ser puesto a la cabeza de todos, debe ser elegido por todos”.

Las expresiones “Santo Padre”, “Santidad” "Beatísimo Padre" tampoco parecen estar nada en consonancia con las palabras de Jesús: “No os dejéis llamar Maestro, porque uno solo es vuestro Maestro y vosotros sois todos hermanos. A nadie llaméis Padre vuestro sobre la tierra, uno solo es vuestro Padre, el del cielo. Ni os dejéis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, Cristo. El mayor entre vosotros sea vuestro servidor”. Tampoco ni de lejos están de acuerdo con Jesús los ropajes, boatos, parafernalia, nuncios, embajadores, ceremonias de cultos ostentosos, riquezas en templos y santuarios etc. etc., mientras se mueren de hambre cada día 100.000 personas. Son una ofensa al mismo Jesucristo realmente presente en ellos: "lo que hacéis a los demás a mi me lo hacés". Dejarlos morir de hambre es dejar morir de hambre a Jesús en ellos.

El Concilio Vaticano II declaró que el Papa es el sujeto de suprema y plena potestad en la Iglesia, y junto con el Papa tienen esa misma potestad el episcopado mundial, pero el Código de Derecho Canónico lo contradice afirmando que el Papa tiene el poder supremo sobre todos los obispos y sobre toda la Iglesia. Así la Iglesia entera queda a merced de las decisiones que tome un solo hombre, cosa insostenible desde el Nuevo Testamento ni desde la tradición de la Iglesia. Esta situación tiene consecuencias muy negativas:

a) No se da participación a la fe del pueblo creyente, no se le da opción a expresarse libremente, se le quita todo protagonismo, se le pasiviza, no se siente responsable, se lamenta de no ser escuchado.

b) Nunca será posible la unión entre todos los cristianos, porque saben que
esa primacía y absolutismo romano no es doctrinalmente sostenible.

c) Esa asimétrica estructura piramidal de la Iglesia con su monarquía absoluta en la cúspide la imposibilita para hacer suya la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otros tratados internacionales relacionados con los mismos. Por un lado exhorta a los demás a cumplirlos, pero por otro no los cumple al interior de sí misma. Esto hace que su mensaje no tenga fuerza.

En consecuencia:

. Que la Iglesia abandone lo antes posible la realidad y la imagen de su jerarquismo piramidal puntiagudoena confianza en la responsabilidad del pueblo creyente y comprometido con la construcción del Reino de Dios para la designación de las personas que han de ejercer los diferentes servicios en el seno de sí misma. Que tenga confianza en las personas y por consiguiente una Iglesia que escuche al pueblo.

. Una Iglesia democrática que empiece por dar ejemplo de democracia en el seno de sí misma, que reconozca a los cristianos y cristianas por igual el derecho a elegir a sus representantes, hombres y mujeres, y facilitar los mejores cauces para el ejercicio pleno de las libertades de elección, reunión, asociación, expresión, investigación y cátedra, tanto de hombres como de mujeres. Si el poder de consagrar, etc. viene de Jesucristo, la elección y designación de las personas puede ser perfectamente cosa nuestra.

. Una Iglesia inculturalizada en las diferentes y plurales culturas de la humanidad, que no ofrezca un cristianismo occidentalizado. Que no se considere como única y exclusiva religión verdadera, uno por los muchos fallos que se produjeron y se producen en el seno de sí misma y otro porque Dios no es patrimonio exclusivo de la Iglesia, ni siquiera de los cristianos.

. Una Iglesia que sea la primera en defender TODOS los derechos de todos los seres humanos y de toda la creación, empezando por aplicarlos al interior de sí misma. Una Iglesia que haga la teología desde la historia real de los pueblos y personas, con sus catástrofes, sus errores, sus víctimas, sus infidelidades, la frustración de las esperanzas de los derrotados, que entre en el drama y el sufrimiento humano denunciando las injusticias y a los injustos, levantando la voz a favor de las víctimas, no de forma caritativa, sino solidaria y comprometida, incluso subversiva para rehabilitarlas en su dignidad.

. Dentro de este compromiso con la historia real de los pueblos merece atención especial la denuncia de la explotación que el llamado Primer Mundo hizo y hace del Tercer Mundo, y poniendo los bienes de la Iglesia al servicio de este compromiso. Hoy el drama de la pobreza y el sufrimiento del Tercer Mundo son tan grandes, que solo este tema merecería la celebración de un Concilio. Si para Jesús los pobres fueron lo primero de todo, para la Iglesia actual no lo están siendo como debieran, ni mucho menos.

Este proceso que anhelamos aún está muy lejos de ser realidad, pero es muy importante ir despertando la conciencia de que ese es al camino, que en el fondo es volver a la fidelidad al mensaje de Jesús, que es el fundamento de nuestra fe y nuestro compromiso.

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