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La crisis de la cruz

No sólo fue el cansancio ni los problemas de salud, Benedicto XVI deja su cargo acorralado por las dificultades que sufre la Iglesia Católica. De las internas vaticanas a la falta de dinero. Qué características tendrá el nuevo Papa.

Más acá de su edad avanzada y de sus problemas de salud, la renuncia de Benedicto XVI al pontificado romano es una respuesta a la aguda crisis que vive la Iglesia Católica en el siglo XXI. El alemán Joseph Ratzinger, el antiguo combatiente de la Juventud Hitleriana, el catedrático universitario enemistado con los movimientos estudiantiles de la década de 1960, el prolífico teólogo que por veinte años fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio, ex Inquisición), el baluarte conservador de su antecesor el papa polaco Juan Pablo II, tuvo que admitir que ya no podía enfrentar la crisis apelando a los elementos más inertes de la tradición vaticana. En cambio, apeló a una decisión inesperada, que de por sí aporta un caudal de renovación a la Iglesia actual. Con su renuncia, anunciada el lunes, en vez de esperar a la muerte para sustituirlo, un cuerpo colegiado, formado por representantes de todo el mundo, tendrá la oportunidad de reunirse, de debatir el futuro de la Iglesia, y de elegir quién será el sucesor, obligadamente más joven, de Benedicto XVI, nacido en 1927. Con un optimismo que no a todos contagia, en el Vaticano consideran que los cardenales, reunidos en cónclave, podrán elegir al nuevo Papa ya en marzo.
 
Iglesia y Europa en crisis. Institución universal pero con sede romana, la Iglesia Católica ve agravada todavía más su propia crisis por la del continente y las instituciones europeas. Muchos de los países de Europa occidental más gravemente afectados son tradicionalmente católicos: España, Portugal, Irlanda, Italia, Francia. Cuando inició su pontificado en abril de 2005, el cardenal alemán Joseph Ratzinger, que eligió el nombre de Benedicto XVI, anunció como una de sus prioridades mayores la evangelización de Europa. Es difícil decir que la Iglesia Católica haya triunfado, o siquiera avanzado, en esta tarea que el nuevo Papa le proponía.
 
Menos fieles, menos fondos. La crisis de la Iglesia en el continente que, una vez convertido, por más siglos permaneció en el cristianismo, conoce varias vertientes. La actual crisis económica europea, con el empobrecimiento derivado de los cortes y recortes del gasto social, encontró en Benedicto XVI a un testigo que la deploraba, pero que permanecía silente, antes que a un luchador evangélico decidido en una activa “opción por los pobres”. En las décadas anteriores a esta crisis, el avance de la secularización y del laicismo había hecho que muchos fieles abandonaran la Iglesia por sus reclamos desoídos. A su entender, la jerarquía católica desatendía el mensaje evangélico de la tradición y creaba barreras y obstáculos socialmente conservadores a nuevas realidades sociales y vitales. En esos años, la Iglesia mostró una oposición más firme que razonada al matrimonio de los sacerdotes, a la contracepción, a la planificación familiar, a la interrupción voluntaria del embarazo, al avance de las mujeres en el culto y la liturgia, a la consagración de la unión de amor de parejas del mismo sexo. Si no todos aquellos católicos cayeron en el agnosticismo o aun el ateísmo, grandes y crecientes números entre ellos, sin embargo, dejaron por completo de practicar la religión en cuyos principios seguían creyendo, y por lo tanto dejaron de aportar al sostén del culto católico. En las nuevas potencias económicas emergentes, como Brasil –la nación más poblada de mayoría católica–, no existe todavía el precedente de que los fieles mantengan la vida a la Iglesia con sus donaciones: antes bien, habitualmente los pobres eran los que pedían y eventualmente recibían el asistencialismo eclesiástico.
 
Pederastia, secreto y cuchicheo. A Benedicto XVI le tocó enfrentar un tema heredado del pontificado anterior. El polaco Karol Wojtyla, el papa Juan Pablo II elegido en 1978, lideró una campaña para provocar el fin del comunismo y la caída del Muro de Berlín en 1989. Fue muy exitoso en esto, pero menos en atender una creciente ola de denuncias sobre violaciones y abusos sexuales de menores sobre todo en diócesis de países occidentales –en Europa, en Estados Unidos, en Canadá– pero también en México y América latina, y aun en Australia, donde las víctimas de la pederastia sacerdotal festejaron en las calles la renuncia de Benedicto XVI. El papa Ratzinger, sin embargo, estuvo comprometido en la lucha contra la pedofilia, más acá de los resultados. A veces, con medidas severas, que por su conservadurismo chocaron con otras fuerzas dentro de la Iglesia, como la de prohibir o trabar el ingreso de homosexuales a los seminarios, aun con la promesa de que serían célibes una vez consagrados sacerdotes. Las luchas por combatir la pedofilia y por investigar los abusos pasados no se vieron coronadas por grandes éxitos. Le crearon al Papa empecinado en “limpiar la mugre” muchos enemigos poderosos –y muchos vaticanistas en la prensa europea mencionan a estos enemigos entre las causas de la renuncia de Benedicto XVI–. Pero también le generaron a la Iglesia pérdidas millonarias en resarcimientos a las víctimas. En Estados Unidos, uno de los países donde se encuentran las diócesis más prósperas del catolicismo y las que más dinero aportaban al funcionamiento de la Iglesia, se gastaron más de dos mil millones de dólares en juicios e indemnizaciones. En Alemania, el otro país de opulentas diócesis católicas, y de millonarios gastos en investigación, la colaboración de la Iglesia con una comisión criminológica independiente terminó en una impasse si no un fracaso rotundo. Con lo que a la crisis económica en Europa y en Estados Unidos, que redundaron en “bajas recaudaciones” para la Iglesia, se sumó el hecho de que lo recaudado debía destinarse a pagar a víctimas, quienes se quejaban de décadas de abuso y cultura del secreto en el seno de una institución que sólo a medias reconocía esas culpas, y que ofrecía remedios que sólo podían parecer a la vez tardíos y fragmentarios a aquellos hechos que había ocultado con una disciplina que ahora faltaba para dar una nueva y convincente imagen global que reflejara un cambio íntimo.
 
Filtraciones e internas salvajes. Si la Iglesia Católica ha enfrentado una crisis en sus relaciones con el mundo del siglo XXI, también se ha visto atravesada por otra revolución, no menos violenta, pero de la que en el exterior se conoce menos. Las filtraciones de las internas vaticanas, de las luchas tanto entre descarnados intereses y grupos de poder como entre genuinas corrientes religiosas e ideológicas, se hicieron conocer en los últimos dos años a través del escándalo llamado VatiLeaks, que terminó con la tímida condena de un mayordomo del Pontífice, en la que ningún vaticanista coincidió en que revelara nada significativo sobre cuanto había ocurrido. Hasta algunos de los más privados documentos del Papa y de su secretario, el deportivo Georg Gaenswein, fueron dados a conocer a la prensa y a periodistas que publicaron libros con ellos. Según muchos de los personajes eclesiásticos que hicieron así publicar estos documentos privados, que hablaban desde vínculos de la Iglesia con el poder político, con diversas mafias, con diversos bancos –sin excluir las desdichas y sospechas de la propia banca vaticana–, obraron movidos por el deseo de salvar a Benedicto XVI, un intelectual, un teólogo en un mundo despiadado, antes que por el de hundirlo. En todo caso, parece poco difícil de negar, como dicen los medios europeos y de Estados Unidos, que esas publicaciones estuvieron entre los motivos que tuvo en cuenta el Papa para presentar su renuncia: si no cayó en manos de sus enemigos, como algunos sostienen que murió Juan Pablo I en su breve pontificado en 1978, envenenado o asfixiado por la mafia, sin embargo tampoco se impuso a ellos.
 
El enigma de la sucesión. Por fuera de las reacciones de sorpresa o especulación ante los motivos de la renuncia papal, comenzó otro tipo de elucubración. “¿Quién será el sucesor de Benedicto XVI?” o al menos “¿Cuál será el perfil, conservador o progresista, del nuevo Papa?”, se repetían diarios y medios especializados, en preguntas a vaticanistas que la televisión europea, sobre todo, repetía. La noción, o la esperanza, de que sea un progresista quien lo suceda, parecían imponerse. Sobre el origen geográfico del cardenal más “papable” había menos pistas. Porque una paradoja rige esta cuestión. Si bien sería “progresista” que el candidato proviniera de América latina o África o aun Asia, la Iglesia en estos continentes es más conservadora que en Europa o Estados Unidos o Australia.
 
La hora latinoamericana. En la historia del catolicismo en el siglo XX, América latina está ligada a la “Teología de la Liberación”. En la década de 1970, sus impulsores y defensores celebraban las bodas de principios de la izquierda política con la fe católica, y chocaban frontalmente con las corrientes de la Iglesia unidas a las oligarquías industriales y terratenientes del continente. También el papa Benedicto VXI tuvo sus diferencias profundas con los teólogos de la Liberación. Cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe combatió enérgicamente a los representantes de esa corriente. Pero América latina no deja de ser uno de los bastiones de la Iglesia. El Vaticano lo sabe. Cerca de un 40 por ciento de los 1.200 millones de católicos proceden de la región. Con una población católica de casi el 65 por ciento, Brasil es en términos absolutos la nación con la mayor cantidad de católicos. Con su tren de vida, no siempre los brasileños siguen al pie de la letra las normas formales del catolicismo, lo que puede hacer desesperar a algunos creyentes conservadores.
 
La decisión sobre el sucesor de Benedicto XVI se conocerá cuando salga la fumata blanca de la Capilla Sixtina, pero las especulaciones sobre candidatos y cardenales procedentes de América latina ya están en marcha. En Brasil, el cardenal Odilo Pedro Scherer es uno de los aspirantes con más posibilidades. El arzobispo conservador de San Pablo, de 63 años, dirige una de las diócesis católicas más grandes del país. En la Argentina se menciona el nombre del cardenal de la curia romana Leonardo Sandri, de 69 años, que fue nombrado en 2007 prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales. El diario brasileño O Globo citó al cardenal suizo Kurt Koch señalando: “Sería bueno que en el próximo cónclave haya candidatos de África y América latina”.
 
Un Vaticano, dos Papas. Sea quien fuere elegido Papa en el próximo cónclave, el 28 de febrero comienza en Roma, en la Ciudad del Vaticano, un período de sede vacante en el trono de San Pedro. La última vez que ocurrió fue hace seis siglos, con Celestino V. En la Edad Media, los tiempos no estaban preparados para esta forma de sucesión apostólica: como muchos de sus contemporáneos, el poeta florentino Dante Alighieri condenó esta opción y colocó a Celestino en el “Infierno” de su Divina Comedia. Y a partir de elección del sucesor de Benedicto XVI, en el exiguo territorio del Vaticano, el más pequeño del mundo, convivirán por primera vez dos Papas, el actual y el anterior.
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Opinión
 
Sin grandes cambios
Por Horacio Calderón. Analista internacional
 
Mi opinión, muy personal, es que Benedicto XVI se ha visto abrumado por problemas de salud, principalmente agotamiento físico y mental, y tal vez un “santo cansancio” por las graves divisiones internas dentro de la curia romana, que le impedían reinar plenamente. Además, a estas probables causas de su renuncia, podría agregarse que el mundo enfrenta el final de un ciclo histórico de características violentas, acompañado de un cambio generacional. Todo esto se encuentra profundamente enraizado en las regiones del Levante y del Medio Oriente, tan caras a la historia de la cristiandad, donde hay un gravísimo y sangriento conflicto como el que atraviesa Siria, y a la amenaza existencial por parte del extremismo islamista que enfrentan las comunidades cristianas y judías en los países musulmanes. Estos desafíos requieren sin duda de un Papa en la plenitud de sus fuerzas, y es muy probable que Benedicto XVI, coherente con algo que había anunciado como una posibilidad de final de su reinado, haya tomado una decisión casi impensable para los legos en estas materias. Resulta una misión casi imposible anticipar cuál será el perfil del sucesor de Benedicto XVI. Sobre posibles cambios, diría que el llamado progresismo no tendrá demasiadas oportunidades de imponer cambios drásticos en el futuro de la Iglesia durante el próximo papado. Cabe esperar en consecuencia que el nuevo pontífice sea un cardenal muy próximo a la doctrina de la fe de la cual ha sido abanderado el Papa renunciante. Es decir, nuevamente, que no deben esperarse cambios drásticos.
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Opinión

Una Iglesia cansada
Por Dr. Fortunato Mallimaci
Doctor en sociología, especialista en la sociología histórica del catolicismo
 
Hay una continuidad de largo plazo en el catolicismo romano, que es tratar de reafirmar una identidad que se siente amenazada por la modernidad liberal y por otros cristianos que quieren un cambio y que son considerados como izquierdistas, infiltrados o no auténticamente católicos. Se trata de una búsqueda de una modernidad católica que reafirme pasados gloriosos y un dogma inconmovible. Aquello que Ratzinger llamó la dictadura del relativismo. Tal postura quedó clara en el momento en que asumió, cuando dijo: “…la pequeña barca del pensamiento cristiano lanzada de un extremo a otro, del marxismo al liberalismo, del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a un vago misticismo religioso, del agnosticismo al sincretismo y así sucesivamente”. Fueron varios los factores que llevaron al Papa a renunciar, producidos por los mismos grupos que lo apoyaron en ese modelo de iglesia. Problemas económicos donde el Banco Central de Europa avanza sobre el lavado de dinero, la corrupción. Dineros non sanctos que se manejan hoy en el banco del Vaticano y que han estado asociados a banqueros del Opus Dei. Los casos de pedofilia y abuso sexual en el seno de los Legionarios de Cristo tuvieron su expresión más evidente y generalizada. Poco antes de morir, el cardenal jesuita de Milán, Carlo Martini, habló de la crisis y dijo, entre otras cosas, que la Iglesia atrasaba doscientos años, y que estaba cansada tanto en Europa como en América. El hermano del Papa, en un reciente reportaje, expresó que Benedicto XVI se encontraba cansado, tanto física como espiritualmente.
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Opinión

El poder de Sodano
Por Eduardo De la Serna
Coordinador del Grupo de Curas en Opción por los Pobres de la Argentina
 
El Papa dijo no tener fuerzas. No las tendrá para enfrentar a la mafia, y su renuncia tiene toda esa apariencia. Benedicto XVI nunca fue un tipo de un gran temperamento. El cardenal Angelo Sodano, quien fue mano derecha de Juan Pablo II, no abandonó su despacho hasta varios meses después de la asunción del Papa actual. Tal es el poder de Sodano, que continúa manejando los hilos de la curia. Recordemos que el millón de dólares que se empleó para la liberación del banquero Francisco Trusso se consiguió en concordancia con Sodano. Contra esa mafia, el Papa no tiene más fuerza, que en lo físico se resintió tras los viajes realizados a México y Cuba. Algunos piensan que renunció para poder digitar a su sucesor, el arzobispo de Milán, pero el escándalo VatiLeaks mostró a un Papa débil para afrontarlo: fue una sucesión de “palos” que parecieron venir desde Sodano. No le tengo ninguna confianza a la curia vaticana. Como creo en el Espíritu Santo, todavía es posible un sucesor como Juan XXIII o Helder Cámara, algo más del lado evangelicista que del derecho canónico. Desde Pablo VI en adelante, todos los cardenales fueron elegidos por el Papa renunciante a su imagen y semejanza. Si uno elige a todos los que van a elegir a su sucesor, es poco probable que estos vayan en contra de su pensamiento.

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