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La coca, los hábitos y los ligueros

COMENTARIO: Sirva este artículo, publicado el 14 de septiembre de 2011, de homenaje y reconocimiento a Kostas Vaxevanis,  periodista griego que acaba de ser detenido por publicar la lista de evasores fiscales en su país. Una lista en la que figuran desde el Presidente del Parlamento griego, a funcionarios, ejecutivos, empresarios,… Y en vez de arrestrar a los que han cometido un delito, si cabe en las gravísimas circunstancias de Grecia y la pobreza extrema del país, arrestan al que denuncia el delito. Kafka se ha quedado pequeño, la realidad está superando a la ficción.


La iglesia no es el opio del pueblo. Es su cocaína. Es Umberto Eco el que tiene razón, y no Marx. No hay guerra global que no haya sido santificada por el odio religioso. No hay camino de amor a Dios que no esté pavimentado con los cadáveres de los infieles.

Si existiera un dios lúcido y omnipotente, entonces seguro que se eliminaría a sí mismo, viendo todo esto que ha creado él.   Y lo haría, claro está, una vez se haya desecho de  sus delegados en la Tierra. Dios no necesita mediadores, dogmas, ritos. Si existiera, no podría uno considerarse bueno o malo solo por haber quemado cinco gramos de parafina o haberse despellejado las rodillas yendo en peregrinación  a la cámara del tesoro bendito de la isla de Tinos.

Personalmente, nunca he podido entender por qué Dios, que todo lo sabe, creó ricos para ponerlos a prueba y al mismo tiempo pobres para ponerlos a prueba a ellos también. ¿Y por qué habría de probarlos, si él ya conoce el resultado y de hecho lo ha decidido previamente? Me parece que tiene razón Tarkovsky cuando dice que «para los que creen en él, existe un Dios, mientras que para los que no creen, no existe». Dejemos, entonces, que Dios prosiga su obra castigadora en los miles de niños que se están muriendo en África, y hablemos de los que sí son de los suyos.

Cuando era pequeño no podía entender cómo los curas estaban tan gordos pese a tanto ayuno. Ingenuidad infantil, que a mi edad sin embargo suena a populismo descarado.  Pues bien, la historia de los representantes de dios en Grecia no ha tenido nada de milagroso, pues han venido estando siempre al lado del poder, y se han alineado con él. Excomulgaron a los integrantes de la compañía que luchaba por independendizarse de los otomanos, a los revolucionarios y, más tarde, al poeta Kazantzakis. Rindieron pleitesía a la ocupación alemana y bendijeron las atrocidades de la junta de los coroneles en nombre de la reconstrucción nacional.

Actualmente, continúan haciendo de las suyas.  El hecho de que conviertan la angustia por el más allá en un comercio del más acá es lo de menos, pues ellos llegan a hacer negocio incluso con los muertos. ¿Qué tipo de religiosidad es esta? Ninguno.

En la difícil época que estamos viviendo, ellos se dedican a predicar con su discurso de fanatismo e intolerancia.  Su problema parecen ser los inmigrantes y la homosexualidad. Odian por anticipado cualquier iniciativa que pueda llegar a deducir que son inútiles y peligrosos.

Me encantaría ver Padres santos, pero no veo, como siempre, más que hipócritas fundamentalistas. Y lo importante no es cuál de los dogmas representen, pues todos son tristemente parecidos entre sí. Criminalizan el cuerpo humano, el amor, la risa. Desean dolor, sangre, miseria. Pero para los otros, claro. Incluso el amor, que es un sentimiento incondicional e ilimitado, para ellos es un sistema de requisitos previos. Su amor procede del miedo al castigo. Estipulan una falsa moral con la misma ligereza con que un día decían que si te haces pajas te quedarás ciego. Ahora lo que aseguran es que la homosexualidad es  una minusvalía, mientras se cubren cuidadosamente con los hábitos, no se les vaya a ver el liguero.

Se acuerdan de la caridad solo cuando su ejercicio es humillante para quien la recibe, y llenan instituciones donde, desde hace décadas,  los niños abandonados son víctima de maltrato y apetitos pedofílicos.

¿En serio, dónde está su acción social ahora que el país está pasándolo mal? Profieren amenazas como reacción a la propuesta de que la Iglesia pague sus impuestos, porque no quieren perder ni un gramo de los tesoros de los monasterios. Vírgenes chapadas en oro de dieciocho quilates para una teología barata.  

Son intocables.  Ellos se lo guisan y ellos se lo comen para que se llenen al mismo tiempo el cestillo de la misa y la urna electoral. La gente está empezando a tener hambre, mientras ellos siguen construyendo monstruosos templos para albergar una religiosidad también monstruosa. Piden «para completar la construcción del templo sagrado».  Yo ya me he hecho mayor, pero ellos siguen sin satisfacer la vanidad de sus estatuas, con candiles de oro, abundantes donaciones  y un dios codicioso. Solo con el prêt-à-porter del patriarca Anthimos con sus vestiduras de hilos de oro y sus valiosas cruces se podría construir un hospital. He podido contar que utiliza veinte crucifijos distintos, solo en fotos suyas en internet.

La cuestión no es si yo soy blasfemo e infiel, sino si esa gente cree realmente en un dios. La verdad es que si al final resulta que existe, está claro que yo no voy a ir al infierno, porque no va a caber ni un alma, con todos los religiosos que habrá ya dentro.

Kostas Vaxevanis periodista griego

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