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¿La ciencia contra la religión?

La fe pregunta al entendimiento, afirmaba la escolástica. Una de las diferencias del cristianismo respecto de otras religiones es que vincula la razón y la fe, que ve compatible la ciencia con la religión, y que no admite que haya oposición entre Dios y la conciencia personal.

 Si la gloria de Dios es que el hombre crezca y viva, como afirman los cristianos desde el siglo II, entonces el pecado es lo que impide crecer y vivir, más allá de cualquier casuística y legalismo. El Jesús curandero responde a la idea de que Dios no quiere el sufrimiento y que llama a luchar contra él. El progreso de la ciencia y de la razón ilustrada han ayudado al cristianismo y le han hecho cambiar su concepción de Dios y del hombre. No es que esté exento de aberraciones y grandes errores a lo largo de la historia, ya que ambas han acompañado a todas las grandes ideologías religiosas, políticas y también filosóficas. Pero, sin embargo, ha tenido capacidad para corregir sus creencias y decisiones, aprendiendo de la razón y de la historia.

El caso Galileo, y luego el de Darwin, son referentes a la hora de definir el enfrentamiento de la fe con la razón. Los nuevos descubrimientos de la ciencia y las hipótesis que generaron, el heliocentrismo y la evolución por selección natural, obligaban a una revisión radical de creencias basadas en una comprensión literal de la Biblia. Hubo que aprender que la inspiración divina de personas y libros no elimina los condicionamientos culturales e históricos. Nuestros conocimientos antropológicos, cosmológicos y sociales mediatizan las creencias y la fe en Dios siempre se expresa en un contexto cultural. Por eso, el progreso científico y los cambios sociales obligan a replantear las creencias, para que la fe se adecue al entendimiento.

Hoy asistimos a una revolución en el campo de la biología, cambia nuestra concepción del hombre y de la vida y se abren nuevas posibilidades desde el conocimiento del genoma humano. La selección natural, que ha determinado durante siglos la supervivencia, deja paso a la intervención humana. De ahí las nuevas posibilidades de la medicina preventiva, el horizonte esperanzador de poder subsanar deficiencias e impedir que aparezcan enfermedades, la potencial curación de incurables actuales y los avances eugenésicos prometedores. Por eso, la opinión pública ha recibido con esperanza la noticia de que una niña sevillana ha sido liberada de un mal hereditario. Muchos padres con hijos que tienen dolencias hoy incurables han visto ahí una buena nueva y casi todos la hemos acogido con alborozo.

Desgraciadamente no ha sido ésta la reacción de la oficina de información de la Conferencia Episcopal española. Se minimiza el éxito alcanzado, afirmando que no se ha curado una enfermedad, sin subrayar que impedir que aparezca es un éxito mayor que curarla posteriormente. Y se añade que eliminar embriones fecundados in vitro es un atentado contra la vida, para afirmar que "algunos de sus hermanos, en fase de embriones" han sido destruidos. Esta afirmación produce rechazo entre los no católicos y también genera perplejidad y desconcierto entre muchos cristianos. ¿No estamos asistiendo a un nuevo caso Galileo? ¿Cómo es posible una postura tan radical, tan falta de matizaciones, en una palabra, tan fundamentalista?

Es innegable que la bioética y la eugenesia plantean hoy grandes problemas éticos. Poder intervenir en la vida es una revolución gigantesca y no todo lo científicamente posible es humanamente responsable. Todos entramos en un nuevo terreno, hasta ahora inexplorado, y tanto científicos como filósofos, políticos y teólogos se encuentran con problemas que exigen larga deliberación y reflexión. Pero dan miedo los que ya tienen todas las respuestas, cuando apenas si conocemos la magnitud de los problemas. ¿Cómo es posible hablar de hermanitos embriones en el contexto del proceso evolutivo en el que surge el ser humano? ¿Es que no ha cambiado hoy nuestra antropología, pasando de una concepción sustancialista y estática a una procesual, en la que no se puede identificar la meta final con el punto de partida del proceso?

Hay una larga discusión acerca de la muerte de una persona, con teorías científicas como el encefalograma plano, que sólo ofrecen respuestas probables, ya que no hay seguridades en este campo. ¿No ocurre lo mismo con el inicio de la vida? Podemos afirmar con bastante probabilidad cuándo hay un ser humano, tras meses de gestación, pero en absoluto comparar un embrión con un hermanito. Esta opinión no es avalada por la mayoría de la ciencia, e incluso choca con nuestro sentido común. ¿Cómo entonces se afirma lo contrario de una manera absoluta, sin dudas, matizaciones ni interrogantes? ¿No hay una precipitada respuesta que no atiende a la complejidad de los problemas y que minusvalora lo positivo del avance científico? ¿Se puede hacer una afirmación moral y religiosa, ignorando los problemas irresueltos que subsisten?

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