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La buena muerte

Decía Epicuro de Samos : «La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». Desde el comienzo de los tiempos, la muerte es parte inseparable de la vida, sin vida no hay muerte. Una lección diaria sobre la fragilidad de nuestra existencia que nos hace iguales; todos nacemos desnudos y después de muertos, todos calvos. Sin embargo, en la civilización occidental, la de la globalización, la del estado del bienestar, la del american life system… hemos preferido esconder la muerte, no la queremos afrontar, ni siquiera nos gusta hablar de ella, como si el hecho de mentarla la atrajera. Ya no se vela a los muertos, los llevamos a los tanatorios, no se cuida a los viejos enfermos moribundos, no tenemos tiempo, los institucionalizamos. Se nos enseña a vivir, a prevenir los infartos, los accidentes de tráfico, a vivir acatando las normas sociales; buscamos y exigimos vivir «nuestra vida», solo se vive una vez: estudiar, trabajar, formar una familia, tener una casa… ocupar el tiempo con responsabilidades y con cosas materiales. Y, sin embargo, no nos preparamos para morir. Aprender a morir para poder vivir.

El avance de las ciencias biomédicas ha conllevado el aumento de la esperanza de vida y ello un envejecimiento de la población. Es una cuestión estadística. Todos nosotros tenemos cada vez más posibilidades de vivir más tiempo y de morir de una enfermedad con un final largo, que conllevará un deterioro de funciones y capacidades mentales y físicas y en el que, probablemente, necesitaremos ayuda de terceras personas para valernos. De hecho, al miedo a la muerte se le ha añadido el miedo a la dependencia al final de la vida. La disponibilidad de técnicas avanzadas nos permite mantener latiendo un corazón y proporcionar un soporte vital, pero también ha hecho que la vida se prolongue en circunstancias que pueden llegar a denigrar y a ser difíciles de soportar y, por ello, en muchos casos, por el bien del paciente puede que haya que plantearse ayudarle a morir: los términos eutanasia activa o pasiva, muerte digna, suicidio asistido, limitación del esfuerzo terapeútico, voluntades anticipadas… entran a escena. Toda una graduación de términos polisémicos.

Esta situación plantea nuevos retos morales, legales, sanitarios y de recursos sociales cuya resolución requiere no solo el concurso de filósofos, juristas, médicos… sino también el de la sociedad en su conjunto. Y, por supuesto, en todos los casos concretos, el de la propia persona. Ninguno de estos términos evoca situaciones agradables y, antes o después, muchos ciudadanos hemos de enfrentarnos con ellos. Para que cuando eso suceda otros no hayan decidido en nuestro nombre, es conveniente estar informado y haberse hecho oír por medio de los cauces apropiados.

Las religiones monoteístas, fundamentalistas, seguras de poseer la Verdad, presentan su postura ética-moral no como una «tesis», sino como un «axioma» imperativo universal que obliga por ley. Los médicos no podemos matar en ningún caso, dicen, y no admiten que la responsabilidad y la decisión final sea personal e intransferible del propio paciente, y solo de él.

EH Bildu ha registrado una proposición de ley en el Parlamento Vasco con el fin de abrir el debate en torno al derecho a la eutanasia y la muerte digna. La coalición soberanista considera que no se puede imponer a nadie «vivir contra la voluntad en condiciones de sufrimiento extremo». Propone que el paciente sea el centro en las decisiones que se toman en el final de la vida y exige de la administración la dotación de los recursos sociales y sanitarios necesarios para poder asistir y atender a los enfermos catalogados como «enfermos terminales» de una forma apropiada y acorde a su voluntad. Solo se muere una vez.

Eutanasia morir con dignidad

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