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La bromista Yolanda Barcina ha consagrado Navarra entera al regazo de santa María la Real

Yolanda Barcina es, para quienes no lo sepan, presidenta del gobierno autonómico de Navarra por el partido de UPN. Y, desde que se dedicó a la política para ganar menos que como profesora de Bromatología en la Universidad Pública de Navarra y servir con mucho amor a sus ciudadanos, no ha parado de mostrar cuán extraordinaria es su capacidad para coleccionar anécdotas que ponen en entredicho su cualificación científica como experta en alimentación y dietética, que eso es lo que significa la palabra griega Bromatología.

Lo explico para que nadie caiga en el absurdo carrolliano de dar a dicha palabra el significado que le venga a la primera, que seguro que será la de experta en bromas. Pero no. La broma teológica es la que acaba de protagonizar dicha experta en los efectos del colesterol y panceta revenida al ofrecer Navarra entera a Santa María La Real en la iglesia catedral de la ciudad sin olvidarse de nadie, ni de ateos, ni de agnósticos, ni de protestantes, ni musulmanes, ni testigos de Jehová, ni de adventistas del séptimo cielo y, por supuesto, ni de sus correligionarios de las Fet y de las Jons.

Y es que la Barcina –como se la conoce en Pamplona- no quiere ser menos que sus homólogas en el cargo político como la ministra Fátima, la alcaldesa Ana Botella y la sargento Aguirre, quien ha invocado últimamente a la Providencia como último recurso taumatúrgico para que la salve del chandrío circulatorio en que se ha metido por culpa de su chulapería y fatuidad genética.

La Barcina, como digo, ha consagrado Navarra entera al regazo de santa María la Real para que “nos ayude a construir una sociedad mejor”, porque ella sola y su partido, tampoco con ayuda del PSN, ha demostrado hasta la saciedad que es incapaz de lograrlo.

Ojalá que santa María le ayude, porque, desde luego, el apoyo de la cámara del Parlamento Foral hace tiempo que la ha dejado sola en cualquiera de las bromas que se le han ocurrido para salir de la crisis, sobre todo la que le ha sobrevenido a Navarra con el Estado por culpa de un IVA millonario no pagado durante años por la provincia paccionada a las arcas del mefistofélico Montoro.

Lo que no se entiende bien es que, dada la buena relación de la Yoli con Santa María la Real no haya enviado a esta a negociar con el ministro homeriano. Seguro que, dadas sus afinidades teológicas, el problema financiero foral habría terminado felizmente, como acaban los milagros de Nuestra Señora contados por el maestro Berceo.

Pero maticemos. Consagrar Navarra entera a una entidad fantasmagórica, etérea, inexistente para muchos, resulta poco compatible con el cerebro de científica que debe albergar la duramadre de Barcina. Los milagros, sean económicos o patafísicos, son incompatibles con la ciencia. Ella tendría que saberlo. No imagina uno que en sus clases pidiera ella a su alumnado una oración para que la Virgen intercediera en la solución de los problemas económicos que atenazan la sociedad navarra en general. De haberlo hecho, su alumnado la habría corrido a merengazo limpio.

Sin embargo, como política no tiene inconveniente alguno en mostrar el lado supersticioso de su mentalidad. De considerar que lo que ella tiene como bueno todos los demás han de tenerlo como tal, sea la invocación a santa María la Real como a santa Tecla.

Quizás, y como decía una persona que la conoció cuando era profesora en la universidad, no tenga el suficiente coeficiente intelectual para darse cuenta pragmáticamente de que lo que está haciendo va en contra del pluralismo religioso en el que se desenvuelve la provincia que ella rige como presidenta del gobierno.

La contrarréplica a esta apelación la llevamos oyendo desde hace mucho tiempo: la ofrenda de Navarra a santa María la Real se viene haciendo desde el 21 de septiembre de 1946.

Es decir, estamos ante un acto religioso establecido por el nacionalcatolicismo, con el que muchos políticos actuales no parecen sentir ninguna urticaria particular. Dicha ofrenda es un símbolo fascista más –no todos han de ser banderas, escudos y esculturas- que refleja el fascismo de la fe de una época en la que no se respetaba ni a los propios católicos que se mostraban críticos con la Iglesia y con el régimen, como, incluso le pasó al mismísimo cardenal Gomá, el artífice de la santa Cruzada, a quien se le censuró su pastoral Lecciones de la guerra y deberes de la paz (1940), donde reconocía que la guerra civil había sido un castigo y una fuente de odio.

El Gobierno Foral de Navarra actual no parece haberse enterado de que en este país desde 1978 se rige por una Constitución, la cual en el apartado de los derecho fundamentales y de las libertades públicas, en su artículo 16. 3. establece que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”.

La costumbre de ofrendar Navarra a un ente religioso concreto, además de atentar contra el más elemental sentido racional y científico, revelaría una concepción caciquil y patrimonialista de la sociedad. ¡Como si Navarra entera se pudiera reducir a la parte que el político de turno se cree representar!

Que todo un gobierno se dedique a rememorar la coronación canónica de santa María la Real en pleno franquismo, revelaría la mermelada mental en que todavía chapotea el cerebro de algunos políticos que no se han enterado aún que por encima de las tradiciones, por muy venerables que sean, están las leyes que rigen el comportamiento civil de todos, y que los políticos, por ser los representantes de esfera pública, deberían esforzarse en cumplir, y no someterla a los sentimiento o creencias particulares que tengan.

Tomar la parte por el todo es un error. Cuando es meramente coloquial, no tiene transcendencia. Cuando lo perpetra un político, no. El origen de casi todas las barbaries empieza por esta maldita sinécdoque.

Solo nos salva de la barbarie el respeto al pluralismo. El resto es fanatismo o su calcomanía, incluida la llamada tolerancia.

Barcina presidenta Navarra

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