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Juan Pablo II y Benedicto XVI ignoraron los abusos del estadounidense Theodore McCarrick, exarzobispo de Washington

El Vaticano ha realizado un ejercicio de transparencia y ha mostrado la cadena de errores que llevó al estadounidense Theodore McCarrick a escalar hasta el cardenalato pese a las acusaciones contra él de abusos sexuales. La Santa Sede publicó ayer un informe insólito de más de 450 páginas, resultado de una exhaustiva investigación durante dos años, que muestra todos los engaños, mentiras y encubrimientos que permitieron que McCarrick terminara siendo arzobispo de Washington. Es un texto muy grave que revela que, si bien Francisco tuvo poca responsabilidad en el caso, sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI ignoraron o desestimaron las acusaciones contra el purpurado.

El caso de McCarrick se convirtió en una de las mayores tormentas en el pontificado de Francisco cuando en agosto del 2018 el exnuncio (embajador) en EE.UU. Carlo Maria Viganò, representante de la oposición ultraconservadora al Pontífice, distribuyó una durísima carta acusando al Papa de encubrir desde el 2013 los abusos de McCarrick, y conminándole a dimitir por ello. El informe descarga la responsabilidad del argentino y si bien dice que Francisco fue informado de oídas de los rumores del “comportamiento inmoral con adultos” de McCarrick –no con menores–, decidió que el tema ya había sido afrontado por los anteriores pontífices y no vio necesario modificar la línea adoptada por sus predecesores.

La investigación exculpa a Francisco, acusado por un opositor de encubrirlo, que solo lo conocía de oídas

En cambio, apunta a Juan Pablo II entre los responsables del nombramiento de McCarrick como arzobispo de Washington en el 2000, un episcopado clave que normalmente comporta el cardenalato. McCarrick tenía buena referencias de sus pasadas experiencias como obispo en Newark y Metuchen, y destacaba tanto por su inteligencia como su habilidad para recaudar fondos para el Vaticano. Pero cuando sonaba su nombre para Washington el cardenal arzobispo de Nueva York informó a Juan Pablo II de una serie de acusaciones que no le hacían propicio para el puesto. Entre ellas, un cura que decía que había mantenido “actividad sexual” con otro sacerdote y había intentado hacer lo mismo con él en 1987; una serie de cartas anónimas que le acusaban de pedofilia con sus “sobrinos ”; o que se sabía que había forzado a jóvenes hombres adultos a compartir cama con él en su residencia como obispo en anteriores destinos o a seminaristas adultos en la costa de Nueva Jersey.

Según el informe, Juan Pablo II hizo oídos sordos y le promocionó igualmente. Le convencieron, entre otras cosas, tres obispos que encubrieron su comportamiento y el poder de persuasión del mismo McCarrick, que juró al papa que nunca había tenido “relaciones sexuales con ninguna persona, hombre o mujer, joven o viejo, clérigo o laico”. Según algunos testimonios, también pesó la experiencia que vivió el entonces arzobispo Wojtyla en Polonia, quien durante años había visto como el régimen instrumentalizaba falsas acusaciones para desacreditar a sacerdotes.

Wojtyla creyó las mentiras del arzobispo, mientras Ratzinger solamente le ordenó mantener un perfil bajo

Cuando en el 2005 resurgieron las acusaciones ya estaba al mando Benedicto XVI, que rápidamente le jubiló de la diócesis de Washington cuando había alcanzado la edad de 75 años. Entonces Viganò, que trabajaba en la secretaría de Estado, informó sobre la conducta en los 80 de McCarrick y sugirió abrir un proceso canónico. Ratzinger lo rechazó y solamente pidió a McCarrick que mantuviera un perfil bajo “por el bien de la Iglesia”.

El estadounidense no obedeció a Benedicto y siguió viajando por el mundo sin que nadie le frenase. Hasta que explotó el caso en el 2017 al salir pruebas consideradas creíbles de abusos sexuales cometidos a un adolescente hace 50 años. Francisco le convirtió en el primero en casi un siglo en perder el birrete cardenalicio y le redujo al estado laico, la pena más dura contra un clérigo.

Con el informe se zanja el caso más vergonzoso para la Santa Sede, un dolor que, según el secretario de Estado Pietro Parolin, servirá para que todos los involucrados en procesos similares sean “más conscientes del peso de sus decisiones u omisiones”. Pero la herida sigue abierta. Ayer mismo arrancó en París el juicio contra el exnuncio vaticano en Francia Luigi Ventura por abusos sexuales, en ausencia del prelado, que según su abogado se quedó en Roma por razones sanitarias. También se publicó un informe independiente que explicaba que la Iglesia católica en Inglaterra y Gales escondió durante décadas los abusos de sacerdotes para preservar su reputación.

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