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Jesús de Nazaret: en busca de su realidad social

La figura de Jesús de Nazaret ha sido tratada desde muy diversos ámbitos, normalmente casi todos ellos desde un punto de vista de personas que tienen creencias religiosas, principalmente cristianos. Pocas aproximaciones y poco divulgadas han sido aquellas que han buscado evidencias reales, pruebas no solo de sus posibles hechos o actuaciones, sino de su propia existencia. Y de hecho pocas pruebas hay, tan pocas que no podemos afirmar que realmente existiese. Quienes defienden su existencia, no desde el punto de vista de la fe, sino desde un punto de vista histórico, indican que si bien directamente no hay referencia a él, ya que los escritos de Flavio Josefo que supuestamente lo citan fueron adulterados posteriormente, sí hay una referencia indirecta importante. El historiador judío Josefo, que se romanizó y sirvió a la Roma triunfante sobre su pueblo Israel, habla de varios líderes rebeldes que luchaban contra la dominación romana, a estos líderes se les daba  habitualmente calificativos no muy benévolos, como por ejemplo "bandidos"; en el mundo de hoy también reciben ese nombre y el de "terroristas". En definitiva, que eran enemigos del poder del momento, antes y ahora. Josefo cita nombres como Theudas, Mahahem, Athrongaeus y habla de otros,  pero sin citar los nombres. (1) Una persona tan experta y con obras tan importantes sobre el cristianismo y la figura de Jesús de Nazaret y de Cristo como es Gonzalo Puente Ojea,(2), (3), (4) señala que el hecho de que los seguidores estuviesen manteniendo una defensa de una persona, y unos supuestos hechos, además con una  visión judía o parcialmente judía, pese a que eso les supusiese importantes contratiempos, tanto en su tarea explicativa como en su vida en un mundo que ya no era Palestina, mostraría que había un fondo real  con alguien real, que buena parte de esos seguidores aún obligarían a respetar. Los evangelios se escribieron tiempo después de la supuesta muerte de Jesús de Nazaret y ya en un ambiente donde se imponía la cultura romana. De los considerados evangelios canónicos, el de Marcos es el primero, y puede ser de los años 60 e incluso  a comienzos de los 70, el último, el de Juan, pudo escribirse a partir del año 95, casi un siglo después, aunque estas fechas pudieron ser en realidad incluso más tardías y ser recopilaciones de testigos e historias de aquí y de allí. Hay que tener en cuenta también la guerra llevada a cabo por Roma contra los judíos, en la conocida como Primera Guerra judeo-romana, con la derrota judía y el posterior miedo de todos aquellos que vivían en el Imperio romano a ser considerados simpatizantes de los sublevados. Los evangelios están marcados profundamente por esto, y tratan de ir dejando de ser judíos, aunque Jesús de Nazaret fuese totalmente y exclusivamente judío, para ser más cristianos, es decir, adaptándose a las nuevas formas que imponía la política reinante renegando de su origen judío. Para estos temas históricos recomiendo la obra de expertos, aconsejo entre ellos los amplios trabajos de Gonzalo Puente Ojea y de Karl Heinz Deschner, por su verdadero interés en desvelar el fondo real de la historia de la fe y de la política cristiana. Los aconsejo especialmente a los creyentes, que suelen necesitar de un poco más de visión crítica y objetiva sobre su propia religión, esto no quiere decir que vayan a abandonar su fe por ello, sino que pueden ser más conscientes sobre sus propias creencias y sobre los hechos históricos del cristianismo.

Bien, hecha esta breve introducción, vamos a intentar ver el contexto social de Palestina para poder entender la actuación de los hombres que vivieron en aquella época, entre ellos el que conocemos como Jesús de Nazaret u otros similares a él.
 
La literatura judía estuvo profundamente influenciada por los aconteceres políticos a los que se vio sometido el pueblo judío, normalmente dominado y explotado por otras culturas más poderosas. En ella se habla de recuperar la libertad, de imponerse a los que los someten, de someter a esos mismos que los dominaban, llevado a cabo esto por un salvador, por un mesías.
 
Este salvador pisoteará a los asirios "como al fango de las calles", reducirá Babilonia a una desértica ciudad habitada por los búhos, los sátiros y otras tristes criaturas; hará la gente de Moab "calva y sin barba, reducirá Damasco a un montón de ruinas"  y provocará una guerra civil en Egipto, "cada uno contra su vecino, ciudad contra ciudad y reino contra reino" (1)
 
El libro de Daniel también habla de una redención militar mesiánica a cargo de un ungido que creará un gran imperio judío.
 
Como indica el antropólogo Marvin Harris, no tenemos en cuenta que estas aspiraciones no solo fueron teóricas, no solo estaban en el terreno de las ideas, sino que se llevaron a la práctica, y en multitud de ocasiones. Los judíos se revelaron contra sus opresores, como lo han hecho y lo hacen todos los pueblos sometidos a una ocupación y colonización. Y no por gusto, sino porque no encontraban otro camino ante tales condiciones insoportables.
 
Lo que la mayor parte de la gente falla en darse en cuenta sobre estas profecías vengativas es que estaban hechas en conjunción con guerras de liberación reales llevadas cabo bajo el liderazgo de mesías militares de la vida real. Estas guerras disfrutaron de apoyo popular porque no solo intentaban restaurar la independencia del Estado de Israel, sino que además prometían eliminar las desigualdades económicas y sociales que el dominio extranjero había exacerbado más allá de lo soportable.(1)
 
Debemos aprender a entender la situación de estas personas, en este caso los judíos, bajo estas condiciones. Debemos pensar que en una situación así nosotros seguramente actuaríamos de la misma forma. Podemos entender este caso viendo la situación actual del pueblo palestino, que es precisamente oprimido y menospreciado más allá de lo soportable por precisamente el Estado de Israel, que ahora, en este tiempo, está ejerciendo de opresor.
 
En este ambiente de resentimiento hacia los romanos no encaja la visión de alguien que predicase la paz, por ello y pese a que los evangelios tratan de despolitizar y fundamentalmente de desocializar a Jesús de Nazaret, aparecen las inevitables incongruencias.
 
No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino la espada. (Mateo 10:34)
 
Y el que no tenga espada, dejar que venda su manto y compre una. (Lucas 22:36)
 
¿Pensáis que he venido para traer paz a la tierra? Os digo no, sino división (Lucas 12:51) 
 
Este tipo de pensamientos y de formas de actuar no pudieron ser suprimidos del todo por quienes escribieron años después los evangelios, ya con el peso de la derrota y la condena judía por parte de Roma, porque todavía había quienes conservaban en la memoria los sucesos de entonces y anularlos equivalía a anular su propia historia y su propia organización. No se podía negar y cambiar todo.
No debemos pensar tampoco que un comportamiento así de Jesús de Nazaret muestra un ser humano perverso o cruel, en realidad respondía al pensamiento y sentimiento bien generalizado y justificado de los judíos de Palestina bajo el sometimiento romano. Porque no olvidemos que allí, en aquel momento, había un movimiento de guerrilla de los más poderosos y activos que han conocido los tiempos, nada menos que seis legiones romanas fueron enviadas para controlar aquella revuelta
 
Como una colonia de Roma, Palestina exhibía todos los síntomas políticos y económicos clásicos del desgobierno colonial. Los judíos que ocupaban posiciones religiosas o civiles elevadas eran títeres o colaboradores. Los Sumos Sacerdotes, ricos propietarios de tierras y los comerciantes vivían en el esplendor oriental, pero la mayor parte de la población consistía de personas sin propiedades, campesinos sometidos, artesanos mal pagados o desempleados, siervos y esclavos. El país gemía bajo del peso de los impuestos confiscatorios, la corrupción administrativa, el tributo arbitrario, el trabajo obligatorio y una desbocada inflación. Los dueños ausentes vivían con pompa en Jerusalén mientras los arrendatarios sufrían el impuesto del  25 %,  el cual los romanos imponían sobre la producción agrícola, además de un 22 % sobre el resto reclamado por el templo. (1)
 
Los motivos para el resentimiento y para la revuelta estaban bien sembrados.
En aquella época los aspectos políticos, económicos, sociales y religiosos estaban profundamente vinculados, en nuestra época también lo están, aunque a veces no seamos conscientes de ello. Por este motivo la llegada de un mesías salvador real, que liderase una revolución  y una lucha real para obtener resultados también reales, estaba muy presente. Habrá quien piense que este pensamiento "utópico", esta creencia en la llegada de un mesías, no hizo sino conducir a la tragedia y al hundimiento de la misma gente judía de Palestina que creía en ello. Bueno, esto sería una interpretación no justa y no en relación a lo que vivía e hizo aquella gente. Porque ellos no eran los responsable de lo que  le sucedía y le sucedió a la gente nativa de Palestina, sino que lo eran los invasores, aquellos que fueron a explotar aquel hermoso lugar y  a las gentes que lo habitaban. Del mismo modo que el esclavo negro no era culpable de que lo azotasen o le cortasen un miembro por intentar escapar, sino que era aquel quien pretendía ser su amo el causante de sus males. Seamos un poco más honestos con la historia y con quienes la protagonizaron.
 
La revolución judía contra Roma fue causada por las desigualdades del colonialismo romano, no por el mesianismo militar judío. No podemos juzgar a los romanos como más "prácticos" o "realistas" simplemente porque ellos fueron los vencedores. Ambos bandos fueron a la guerra por motivos prácticos y mundanos [como ocurre en cualquier guerra].  Supongan que George Washington hubiese perdido la la guerra de la Revolución Americana.  ¿Entonces quisiéramos concluir que el Ejército Continental fue la víctima de una conciencia de modo de vivir irracional dedicada a una quimera llamada libertad? (1)
 
La actitud  y actuación de los colonos norteamericanos, como la de los judíos de Palestina, era la que tenían que desarrollar y desarrollaron como consecuencia principalmente de las circunstancias político-económicas que les condujeron a ellas. El que hubiesen perdido, como ocurrió con los judíos, fue debido a que se encontraron con un rival más fuerte, no a que se equivocaron al hacerlo, no a que no había motivos para llevarlo a cabo. 
 
Creo que he mostrado que el culto del mesías vengativo, como el culto al "cargo" [un culto desarrollado por poblaciones nativas en Guinea contra la invasión colonial], estaba adaptado a las exigencias prácticas  de una lucha colonial. Fue extremadamente exitoso como un medio de movilizar una resistencia en ausencia de una aparato formal para formar y entrenar un ejército. (1)
 
Es fácil hablar a posteriori y decir que la historia tuvo que ser así porque fue así, eso no es historia, eso no es mas que comportarse como un oportunista que desconoce profundamente la historia.
La historia está llena de hechos "imposibles", de altas torres que cayeron, y que seguirán cayendo.
 
La historia revela con igual modo concluyente que Judas de Galilea estuvo acertado y que César se equivocó sobre la supuesta invencibilidad del Imperio romano.  El Imperio romano no solo fue finalmente destruido, sino que la gente que lo destruyó fueron colonias como los judíos, y enormemente inferiores a los romanos en número, equipamiento y habilidades militares. (1)
 
Las revoluciones no ocurren porque la gente se encapricha, porque pierde la cabeza, no, hay poderosos motivos de fondo, que empujan, que fuerzan a la gente a realizar actos de enorme riesgo, de enorme audacia, pero no porque tengan madera de héroes, sino porque las circunstancias les obligan de un modo irrefrenable a hacerlo, porque la alternativa es inviable, horrible e inaguantable, y la fuerza de sobrevivir y de vivir, de vivir como personas y no como esclavos de otras personas, les empuja a moverse y a empujar a quienes los sometían y explotaban.  El contexto mesiánico en la época de Jesús, y de Jesús de Nazaret como parte de él, es completamente entendible, completamente racional y humano. Es algo que debemos aprender a entender, y también, sí, en gran medida, a admirar. Como admiramos la lucha que llevaron los colonos norteramericanos contra las monarquías europeas, o a los seguidores de la revolución rusa contra la tiranía de los zares y de la nobleza.
 
La conversión de un Jesús real y humano en otro con intereses en otro mundo más que en este, que no representase una amenaza para el poder vigente romano, no se debe a la vida del propio Jesús, sino a la vida que vivían los que escribían los evangelios, que vivían bajo el miedo de acusación de conspiradores o rebeldes contra Roma, especialmente tras la guerra judeo-romana. Sin embargo, en todo contexto colonial lo político y lo religioso se funden, no solo en la cultura judía.
 
los mesías populares en contextos coloniales son siempre culpables de un crimen político y religioso, nunca solamente uno religioso. Los romanos no tenían interés en la violación de Jesús de los códigos religiosos locales, pero si estaban profundamente preocupados con su amenaza de destruir el gobierno colonial.(1)
 
Los cristianos empezaron así a apartarse de sus raíces judías, a renegar de ellas, y también a condenar a los judíos a una persecución que duró siglos. Precisamente porque rompieron con el Jesús de la historia y se aferraron al Cristo de la fe. Jesús seguramente fue un hombre de su tiempo, un hombre valeroso real, Cristo, en cambio, era un escape que buscaban los cristianos para poder sobrevivir y extenderse en el imperio que había derrotado a los judíos. Cristo era también, como en tantas religiones, una alegoría de un verdadero Dios, de un Dios real, de un Dios que ven todos los días, del sol.
 


Notas:
(1) Marvin Harris. Cows, pigs, wars and witches. Vintage books, 1989.
(2) Gonzalo Puente Ojea. Del evangelio de Marcos al cristo de la fe. Siglo XXI.
(3) Gonzalo Puente Ojea. Ideología e historia: la formación del cristianismo como fenómeno ideológico. Siglo XXI.
(4) Gonzalo Puente Ojea. El mito de Cristo. Siglo XXI.

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