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Izquierda y derecha: Una contraposición histórica

La concepción no profética, no escatológica de la historia caracteriza el pensamiento laico, del cual soy partícipe.

Toda concepción totalizadora de la Historia, según la cual hay un destino establecido y definitivo, no tiene futuro. La concepción no profética, no escatológica de la historia caracteriza el pensamiento laico, del cual soy partícipe.
Cuando muchos “teóricos e intelectuales” sostienen que es un absurdo seguir discutiendo sobre “derechas e izquierdas”, pues éstas fueron rebasadas después de la caída del “Muro”, tales formas de ver y entender la realidad del ser humano, sus derechos y sus valores, siguen estando  en el centro del debate. Una concepción economicista basada en la desigualdad y la otra histórica y racional,  sustentada en la igualdad, cobra hoy una magnitud global.

Derecha e Izquierda son contrarias, opuestas, antitéticas, lo cual quiere decir que ninguna doctrina, pensamiento o movimiento político puede ser al mismo tiempo de derecha y de izquierda. Todas las disciplinas del saber humano moderno están dominadas por una de ellas. Cuando se quiso explicar la desaparición de la “díada” como la conceptualiza Bobbio, se situó a la base la crisis de las ideologías, o como la llamó pomposamente el entonces teórico de moda Alfredo Fukuyama, “El fin de la historia”.
La historia nos ha demostrado que nunca ha habido tal crisis de ideología y que no hay nada más ideológico que afirmarlo, dice Bobbio (Derecha e izquierda. Razones y significados). Izquierda y Derecha no indican solamente ideología, de tal manera que reducirla a esto es una tontería. Indican programas opuestos, intereses y valoraciones contrarios de hacia dónde conducir a la sociedad, que en El Salvador equivale a decir una democracia del pueblo (radical) o una “democracia del dominio” (tradicional burguesa y autoritaria)

Para nosotros los izquierdistas revolucionarios, fueron los valores fundamentales de nuestro pensamiento: la ética social y política, la tolerancia, la unidad y la pluralidad, la libertad, la paz, la justicia, la solidaridad y la igualdad, los que nos han permitido no sólo enfrentarnos y derrotar a la dictadura militar, si no ser la primera fuerza política nacional, que desplazó a la derecha conservadora del poder, constituyendo el primer gobierno progresista en la historia, resultado de una alianza con algunos sectores liberales. Una izquierda histórica que continúa su lucha por una democracia efectiva, postergada por los poderes de facto y su Estado.

Para no caer en la trampa del discurso posmoderno, establezcamos las diferencias más notorias entre izquierda revolucionaria y derecha conservadora en El Salvador:
La derecha es nacionalista a ultranza y corporativista (con rasgos fascistas), la izquierda revolucionaria es internacionalista y asume un concepto de nación basado en la cultura y el desarrollo histórico del pueblo salvadoreño; la derecha respecto al tiempo vive del pasado y es conservadora en el presente, se niega al cambio; la izquierda revolucionaria es actualizada, cambiante, progresista y orientada al futuro, para la construcción de un mejor El Salvador para todos.

La derecha preserva y sostiene el reinado de la economía sobre la política (neoliberalismo) o al contrario la hegemonía de la política sobre la economía y el pueblo (conservadurismo) La izquierda revolucionaria se pronuncia por la autonomía y la armonía dinámica entre ambas, las cuales conforman una unidad dialéctica. La derecha impulsa el control hegemónico del Estado sobre la sociedad (totalitarismo) y al mismo tiempo pretende la absoluta independencia de lo privado y la necesidad de reducir al mínimo al Estado (neoliberalismo) La izquierda revolucionaria en cambio sostiene la necesidad de un equilibrio lógico necesario entre un Estado reestructurado y ante todo democrático, que le permita ser depositario de la autoridad legítima del pueblo, genuino poseedor del poder y dueño de sus decisiones.

Jurídicamente la derecha defiende con la espada los privilegios de la propiedad privada que de forma concentrada, le da poder. Defiende los “derechos de la tierra por herencia y sangre”, al mismo tiempo que hoy entrega el país a los organismos financieros internacionales. La izquierda revolucionaria reclama la abolición de la primacía sobre el derecho de propiedad como instrumento de enriquecimiento y poder y busca fundamentar el Estado y la sociedad en un Derecho que privilegie al ser humano y la solidaridad. La derecha proclama la soberanía del Estado-poder y la nación; la izquierda revolucionaria está por la defensa de la soberanía de los seres humanos y por la promoción democrática de los intereses comunes de los pueblos.

Socialmente, la derecha tiende a defender a los poderosos, desde un concepto de democracia ligada a la autocracia, institucionaliza “la caridad” y ve a los débiles como “dignos de lástima”, pero necesarios para garantizar el statu quo.  La izquierda revolucionaria lucha por la reivindicación de los derechos de las mayorías desposeídas y de las minorías discriminadas, no en nombre de la caridad si no de la Justicia.

La derecha con habilidad, es pragmática y oportunista por encima de todo, y practica la política en búsqueda de réditos propios, separándola de la moral, la ética y la sensibilidad humana, cuyos efectos negativos suelen caer sobre la cabeza de un pueblo dolido y desesperado. La izquierda revolucionaria es partidaria de la práctica política y del realismo utópico, cree en la perfectibilidad de lo que propone y hace, se forma en la ética de sus principios y la ética de la responsabilidad, que pueda distinguirse de la política pragmática de la derecha.

“Filosóficamente, la derecha encajona a los seres humanos en particularismos nacionales, racistas, clasistas, sexistas, sistémicos, culturales o religiosos, en tanto la izquierda revolucionaria los combate en nombre de la humanidad y de los individuos, es decir, intentando responder de modo universalista a las razones del ser humano, en su doble acepción de individuo y especie” (Fernando Iglesias. ¿Qué significa hoy la izquierda?).

Por la confusión ideológica de muchas de las izquierdas, después de la caída del otrora llamado socialismo real y la imposición de la mundialización del capitalismo, hoy muchas organizaciones autodenominadas de centro y algunas de derecha suelen ocasionalmente apoderarse de nuestros principios y banderas de lucha, aunque mucho más frecuente sucede lo contrario, es decir, que organizaciones que se agrupan bajo “banderas revolucionarias” defiendan valores completamente opuestos a las tradiciones fundantes de la izquierda revolucionaria, cuyos principios han sido escritos y reafirmados siempre con la sangre de mártires y héroes revolucionarios, además del gigantesco sacrificio de los pueblos únicos autores de su historia.

“La crisis del marxismo— tal como se discute hoy— es una crisis de nervios de los intelectuales”. Es la capitulación de los antiguos izquierdistas ante la —aparentemente— invencible presencia y los triunfos político–militares del capitalismo (James Petras, 1995) Los ex izquierdistas están traumatizados por su visión negativa. El mercado está en todas partes, las reglas de la banca mundial se imponen por doquier a pesar de la crisis global, ante lo cual los pseudo izquierdistas mejor se unen al coro que condena la intervención del Estado y la lucha por el poder, para abrazar limitadas luchas que no cuestionan el fondo del neoliberalismo y su discurso civilizatorio posmoderno.

Debemos de prestar atención a esto para no caer en la trampa de la desideologización. No hace mucho tiempo que la ideología del pensamiento único decretó el funeral para la izquierda. Parecía que ésta ya no existía, sino era como puro residuo dogmático y sectario del pasado. Incluso la izquierda convencional se convirtió en una simple gestora del sistema capitalista, cuya realidad se supone que adquiere un carácter universal que ya nadie puede negar. Una buena parte de los políticos que se dicen de izquierdas han demostrado con su práctica lo anterior, por lo cual deberíamos excluirlos públicamente de la izquierda. Comisiones, clientelismo, vaguedad, extravío son buenos y continuados ejemplos de esta aciaga realidad.

Lejos de haber perdido relevancia con la globalización capitalista, la contraposición entre derecha e izquierda se reconfigura a nivel regional, continental y mundial, en tanto el llamado “retraso de la política” consiste en realidad en la lucha por recuperar la soberanía de nuestros pueblos y su derecho ha construir su propio futuro contra los intentos de uniformar al mundo, desarrollado por las derechas neoliberales, el voraz capitalismo trasnacional y su aparato político militar, el imperialismo norteamericano.
La ciencia política no ha llegado a su fin; simplemente ha transformado la categorización del conocimiento y la acción a la luz de la posmodernidad. Y como muestra, exhibe un amplio catálogo de pendientes que esperan ser atendidos por la ciencia-encrucijada, como diría Maurice Duverger. Habermas, por ejemplo, nunca ha aceptado el final de la Filosofía. Sólo el Postmodernismo parece dar por hecho el fin del discurso filosófico. (Tiempo de Transiciones, 2005).

La creciente sensación de nuestro tiempo acerca de la presunta inutilidad de estas coordenadas, ha llevado a la idea de que la política moderna sencillamente se acabó, que ya agotó las últimas posibilidades. A esto se refiere el término, actualmente en boga, de posmodernidad. Hoy hablamos de posmodernidad en política o como decimos otras veces, del “fin de la historia”. Sin embargo, la liberación del ser humano del poder injusto y opresivo, y la destrucción de las estructuras de dominación, siguen siendo el quid de la cuestión de la izquierda revolucionaria como categoría de lo político, capaz de resistir a cualquier proceso de desmitificación o de asegurar, como dicen los ideólogos posmodernos, que la contraposición entre izquierda y derecha, ya no tiene razón de ser.

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