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Islamismo y laicidad

El islamismo como proyecto defiende la unión entre el Islam y la política. Rechaza la laicidad por representar justamente una idea contraria: la separación de la fe del Estado.

Las primeras manifestaciones del islamismo en tiempos modernos se remontan a la segunda mitad del siglo XIX a manos del indio Sayed Ahmad Khan, fundador del centro Madrasa Dar al-‘Ulum (Escuela de la Casa de Ciencias) en 1866. Le siguió el pakistaní Abu al-A’la`al-Maududi que fundó Yama’at Islami (Grupo Islámico) en 1941.

Con la creación del grupo de los Hermanos Musulmanes en Egipto por el maestro de escuela Hasan al-Banna en 1928, la base de esta ideología se extendió en diferentes países árabes y musulmanes.

La figura de Sayed Qutb, considerado como el segundo fundador de la Hermandad Musulmana, fue vital para el fortalecimiento del grupo. Máximo pensador del islamismo egipcio, cuya obra titulada “Jalones en el camino” ha sido y es el libro de cabecera del islamismo universal, Qutb fue ejecutado en 1966 por el presidente Nasser, acusado de incitar a la violencia contra sus adversarios ideológicos.

Del seno de los Hermanos Musulmanes nacieron otros grupos que optaron por el extremismo en sus tesis y sus comportamientos. Tres de ellos se hicieron famosos en los años setenta y ochenta: el Grupo Yihad, el Grupo Islámico y el Grupo la Excomunión y Éxodo.

A lo largo y ancho del mundo árabe fueron creadas una especie de delegaciones de la Hermandad. Estudiantes universitarios formados en Egipto y empapados de la ideología de los Hermanos fundaron a su regreso a sus respectivos países sus propios grupos.

El objetivo fundamental de los islamistas tanto moderados como extremistas es el mismo: la instauración del Estado Islámico. La clave de su ideología consiste en que el Islam es la patria. Esta no es una extensión geográfica concreta ni un vínculo basado en el parentesco de sangre. Es simplemente una relación de creencia y de fe. Por lo tanto, el Islam es la constitución y Dios es el único que legisla y gobierna.

Las estrategias que utilizan los grupos islamistas para hacerse con el poder van desde los métodos pacíficos basados en la predicación y la persuasión, hasta los violentos que persiguen derrocar a las autoridades políticas, lo cual causará, en su opinión, un cambio automático en la sociedad.

La Revolución Islámica de Irán en 1979 abrió la puerta a la esperanza para los islamistas al ver que uno de los gigantes de Oriente Medio se sometía al poder de los clérigos para ser gobernado en nombre del Islam. Nuevas experiencias tuvieron lugar en otros países, como Sudán en 1989, los Talibanes en Afganistán en 1996, Egipto en 2012, y la más reciente de ellas, la del Estado Islámico (EI) en Siria e Iraq en junio de 2014.

Es aún pronto para saber todos los detalles que ayudaron al surgimiento del EI, pero podemos afirmar que fue una consecuencia directa de la invasión norteamericana de Iraq en 2003. A continuación Al Qaeda se instaló en este país y encontró vía libre para extender sus tentáculos en ausencia de un ejército y unas fuerzas del orden. Pool Bremer, primer gobernador civil norteamericano en Iraq, se encargó de disolver todas las fuerzas armadas del país provocando un caos auténtico. Luego, el nuevo ejército iraquí se empezó a formar en base a valores sectarios, de modo que solamente tenía cabida para los chiíes. Esto provocó el malestar de otras confesiones, especialmente los suníes, que se vieron desplazados y marginados. Muchos de sus jóvenes fueron capturados por células de Al Qaeda para luchar tanto contra la presencia de tropas norteamericanas en el territorio nacional como en contra del gobierno central de Bagdad, considerado ilegítimo por representar solamente a un sector social.

Por otro lado, el EI se puede entender como el contrapeso frente a la influencia de Irán en la región. Irán maneja desde hace años a su antojo varios gobiernos como el de Iraq, Siria, Yemen, además de su gran influencia sobre comunidades chiíes como la de Bahrein y partidos políticos como Hizbolá del Líbano. La lucha encarnizada entre Irán y los países del Golfo y en particular Arabia Saudí, hizo que los componentes del EI de hoy recibieran durante mucho tiempo ayuda económica y militar de estos países para frenar la expansión del poder iraní.

La violencia de algunos islamistas parte de una ideología autoritaria y destructiva. Es el fruto del Islam Político en sus dos vertientes: el suní extremista y el chií jomeinista. Pese a sus diferencias, existen muchos elementos comunes entre ellos. Al Qaeda y el EI surgieron de las entrañas de los Hermanos Musulmanes. Las milicias chiíes y Hizbolá que están arrasando poblaciones enteras en Iraq, Siria y Yemen, salieron del abrigo del jomeinismo. Unos y otros coinciden en el odio a las demás religiones y confesiones, la marginación de la mujer y ser contrarios a la libertad de expresión.

La violencia de algunos grupos islamistas no es el producto de la pobreza, la marginación o la ignorancia, como repiten algunos estudiosos. Es cierto que estos individuos violentos utilizan esos argumentos como excusas para justificar sus actos. Junto a las medidas de seguridad, es necesario controlar la propaganda que invita a la violencia y a difundir la cultura democrática y rechazar todo tipo de discriminación entre los ciudadanos.

Asimismo, debemos saber que los que atentan contra ciudadanos inocentes estén donde estén, no lo hacen empujados por la pobreza o la falta de integración. Más bien, estos cometen sus actos criminales por haber abrazado una ideología totalitaria y devastadora. Son evidentes los casos que conocemos: Bin Laden fue un hombre acaudalado; Zawahiri, un médico de una destacada familia cairota; Nidal Hasan, un médico jordano que asesinó a doce de sus compañeros militares americanos. Entre las filas del EI se encuentran hoy en día antiguos militares franceses, funcionarios alemanes y empleados belgas que optaron por una interpretación extremista de una ideología religiosa. En definitiva, se trata de un terrorismo que mezcla la política con la religión, y utiliza la fe como máscara para extender su dominio en todo el universo.

En cuanto a la laicidad, podemos destacar que a lo largo de los siglos XIX y XX aparecieron en el mundo árabe importantes intelectuales y pensadores que defendieron en sus discursos, artículos y libros el laicismo como el mejor sistema para garantizar las libertades religiosas y la igualdad. Varios se formaron en la Facultad Protestante Siria, como Ali Shibli al-Shumayl y Farah Antón. Otros siguieron sus pasos, como Yuryi Zidan, Yaqub Sarruf, Salama Musa y Niqula Haddad. Compartían una idea común: “la verdadera religión es la religión de la ciencia racional” y reclamaban un estado árabe único en el que participarían cristianos, musulmanes y otros credos al pie de la igualdad.

Podemos apreciar por los nombres de estos intelectuales que la mayoría eran cristianos, y esto quizá fue uno de los inconvenientes que impidió que su discurso calara hondo en las sociedades árabes y musulmanes. Además, su aparición coincidió con el auge del colonialismo occidental en sus países. De hecho, el fracaso de la laicidad en el mundo árabe se atribuye básicamente a estos dos factores. Sus opositores alegaron que la laicidad es un invento occidental que intenta provocar una ruptura entre los musulmanes y su identidad, sus peculiaridades.

En el momento actual abundan en el mundo árabe y musulmán intelectuales liberales y laicos que se esfuerzan en explicar los beneficios de la separación de la religión de la política, el dominio de la razón y la ciencia y los inconvenientes del estado teocrático. En su lucha contra los poderes establecidos, algunos de estos intelectuales han sido perseguidos, declarados apóstatas, detenidos y en algún caso asesinados.

Para salir de su largo letargo y airear sus pulmones, el mundo árabe y musulmán necesita urgentemente abrir las puertas e inyectar sangre nueva en sus sistemas políticos y en sus instituciones; sólo así podrá alcanzar la marcha de las demás naciones que han dado pasos firmes hacia la modernidad. El sistema laico puede ser la vía más segura para estos países en su camino hacia la democracia. La separación de la religión y la política implica otras muchas cosas vitales: implica la separación de la religión de la creación literaria y artística que es una necesidad imprescindible, para que nadie insista en la peregrina idea de que el Islam prohíbe la poesía, la pintura y la música, y para que ningún líder iluminado ordene en nombre del Islam la destrucción de los instrumentos musicales.

Implica la separación de la religión de la investigación científica, que es otro imperativo inaplazable, para que nadie pretenda convencernos de que en el Corán están las bases de todas las disciplinas científicas. Éstos deben ser realistas y deben saber que el Corán es un libro espiritual y no una enciclopedia médica, geográfica o física.

El Corán como dijo el sabio y teólogo musulmán Abu Ishaq de Játiva (siglo XIV) “es un libro que habló a los árabes conforme a su mentalidad. Una mentalidad simple, porque eran analfabetos“.

Waleed Saleh, profesor de lengua y literatura árabe en la Universidad Autónoma de Madrid, y socio de la asociación laicista Europa Laica.

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