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Islam catalán: renovación o continuidad

Los asuntos de una minoría religiosa en una sociedad secularizada deberían ser resueltos sin injerencias

Acabó el Ramadán más tormentoso de los últimos años para los musulmanes de Catalunya. Contraviniendo el preceptivo espíritu de concordia del mes sagrado del calendario musulmán, sectores de este colectivo se han enzarzado en viejas y nuevas rencillas respecto a la representación de este culto. En el punto de mira se sitúa al Consell Islàmic i Cultural de Catalunya, entidad fundada en el 2000 y que desde la firma del primer convenio de colaboración con la Generalitat, en el 2002, se convirtió en representación oficiosa del islam. La gestión del Consell siempre ha sido objeto de debate interno por parte del colectivo, pero es la primera vez que estas quejas adquieren dimensión pública y notoria. Acusaciones de malversación de fondos, denuncias en el juzgado e intentos de suplantación de la dirección actual del Consell han contribuido a agitar aún más unas aguas que bajan turbulentas desde hace tiempo, y que hasta el momento sólo generaban desazón entre los miembros de la comunidad musulmana.

Los asuntos propios de una minoría religiosa en nuestras sociedades secularizadas europeas deberían ser resueltos por sus miembros sin injerencia externa alguna. No obstante, los gobiernos europeos –argumentando razones políticas y de seguridad– están plenamente convencidos de que la gestión del islam no es solo un asunto interno de los musulmanes. Desde los años 90 han intervenido, más o menos directamente, en la selección de los representantes del colectivo en su territorio, contando con la connivencia de diferentes gobiernos musulmanes. Bonita paradoja la de un islam europeo construido sobre la base del temor y del prejuicio.

En Catalunya, el islam también ha dejado de ser un asunto exclusivo de los musulmanes y sus intentos para organizar su culto y su identidad. Incluso desde fuera del país se genera este interés por supervisar este proceso. Los países originarios de los que procede la aún mayoritaria composición migratoria de este colectivo se están posicionando a la espera de poder influir de una manera u otra en liderazgos y organizaciones. Desde Madrid, el proyecto del Gobierno para refundar la inactiva Comisión Islámica de España, creada en 1992, también se proyecta sobre el panorama catalán. El Consell Islàmic fue la primera instancia con carácter autonómico que postulaba una propuesta de organización territorial que ahora es sugerida desde el Gobierno central. Pero su problema fundacional ha sido la designación de la junta directiva, una espada de Damocles que siempre ha pendido sobre las cabezas de sus dirigentes.

Como siempre suele pasar, la crítica ha unido a personajes y sectores del islam en Catalunya hasta la fecha opuestos entre sí. Unos reclaman que la junta dimita y se convoquen elecciones; otros apuestan decididamente por la creación de otra entidad representativa. En el entreacto de esta obra, quizás sería adecuado dar tiempo a la prudencia, recordando aquellas rémoras que han lastrado el camino del Consell.

Para empezar, una entidad que desea hablar en nombre del islam catalán debe saber agrupar en su seno a la heterogeneidad que lo compone, y no solo a aquellos colectivos que provienen de un determinado país o que mantienen una orientación doctrinal o ideológica dada. La gestión de esa pluralidad debería de ser uno de los activos de esta entidad. En segundo lugar, esa institución (sea el Consell refundado u otra) debería de poder recuperar la confianza de un colectivo que, en ocasiones, se ha visto defraudado por la gestión de aquellos que se postulaban como sus representantes. Una entidad responsable no puede entonar el dicho quijotesco de «ladran, luego cabalgamos», ya que sus actos y declaraciones afectan a un colectivo que ya representa a más de 350.000 ciudadanos catalanes. Tercero, sea como se defina la recomposición de este liderazgo, tan importantes serán las formas en que se haga esta como el contenido que se exprese. Si, tal como entiendo, esa institución es una entidad catalana, debe participar del espíritu democrático que insufla la sociedad civil catalana (dejando millets aparte). No se entendería que su nueva dirección fuera impuesta por nadie; sería mantener ese déficit democrático del que se acusa a los actuales dirigentes del Consell.

La cuarta y última cuestión no compete directamente a los musulmanes catalanes, sino a sus representantes públicos, que también son los nuestros. Muchos musulmanes aún no han podido elegir a sus alcaldes y diputados, y hay que esperar que en un futuro inmediato lo puedan hacer, formando parte

de las diferentes opciones políticas catalanas. Mientras tanto, es lícito que esperen que los gestores públicos les tengan en cuenta. Y para ello sería imprescindible que musulmanes y no musulmanes supiéramos cuál es el modelo de gestión del islam que propone Catalunya como país. Un modelo de gestión que no puede limitarse a intentar captar votos, o generar afinidades selectivas, entre los diferentes colectivos musulmanes. Un modelo que, en definitiva, debería darnos confianza e identidad frente a la expresión de voluntades políticas externas para intervenir sobre una realidad tan propia como el islam en Catalunya.

* Doctor en Sociología por la Universitat Rovira i Virgili.

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