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Integrismo y clericalismo

Información recogida en el diario «El Moudjahid» órgano oficial del FLN partido en el poder en Argelia

       En la declaración de Jartum, adoptada el 28 de marzo 2006 al finalizar la 18ª cumbre de la Liga Árabe se recuerda que el respecto de las confesiones y de los lugares santos “constituyen un factor determinante en el establecimiento de lazos de amistad entre las naciones”.

         Por otra parte los dirigentes árabes han condenado la campaña atentatoria a la persona del Profeta, los ataques a las religiones, los ataques a los símbolos como a los valores de la fe.

         Dentro de ese contexto llaman la comunidad internacional y la ONU que dicten leyes y legislaciones criminalizando la ofensa a símbolos sagrados, insistiendo sobre el respecto de la libertad de opinión y de expresión sin perjudicar a las constantes de la fe confesional de los pueblos.

                Como es sabida la larga tradición de democracia y de tolerancia que practican los países árabes desde siempre, hace que esta declaración tenga un efecto multiplicador sobre los no musulmanes. Es obvio que deberemos pedir permiso en adelante a las autoridades religiosas de La Meca para que opinen sobre lo correcto o lo incorrecto de nuestra forma de pensar y comportar.

                Como se puede ver los integrismos invaden cada día más la sociedad civil y estoy seguro que estos integrismos islámicos coincidirán y estarán en absoluto acuerdo con los integrismos cristianos o judíos que presionan todas las esferas de los poderes políticos para imponer sus visiones teocráticas de una sociedad medieval.

                El 11 de septiembre provocó una toma de conciencia: la del peligro representado por el islamismo. En cambio, está no desembocó hacia una reflexión en profundidad sobre la vuelta con fuerza de todos los integrismos. Sin embargo, este choque traumático, que algunos de buena gana han interpretado como unchoque de las civilizaciones – no puede ser comprendido sin una mirada sobre la reconquista religiosa emprendida simultáneamente por los integristas judíos, cristianos y musulmanes desde finales de los años 70; el Desquite de Dios según la expresión del especialista del Islam y del mundo árabe, Gil Keppel.

                Este período marca un giro en la medida que los tres monoteísmos conocieron una radicalización política a fechas asombrosamente cercanas. En mayo de 1977, por primera vez en la historia de Israel, los partidos religiosos se abren un paso electoral paralizador – que impide a los laboristas formar un gobierno, en provecho del Likoud. El año siguiente, Karol Wojtyla, un cardenal polaco conocido por su intransigencia, es elegido papa cuyo nombre será Juan Pablo II. Con él se abre una era de radicalización de las posiciones de la Iglesia católica, particularmente debida a la reintegración de los católicos tradicionalistas que habían ido hasta el cisma a guisa de protesta contra Vaticano II sin olvidar el reconocimiento público con un trato excepcional de favores a la secta Opus Dei. En enero de 2006, menos de un año después de su elección al pontificado Benito XVI, anula el decreto de excomunión pronunciado en 1988 por su predecesor contra los tradicionalistas, seguidores de Mr Lefèvbre. 1979, un año bisagra, está colocado bajo el sello de una actualidad doble: el del islamismo y el del fundamentalismo protestante. En febrero el ayatolá Khomeyni proclama la República islámica de Irán, el primer síntoma de una conquista del poder por los islamistas. 1979 es también el año de nacimiento oficial de la derecha religiosa americana, particularmente las grandes coaliciones como Espíritu Majority, lo que significa el principio de la influencia del fundamentalismo protestante sobre el interior y sobre la política exterior de los Estados Unidos.

                Desde este cambio, los análisis que prometían una vuelta de palo religioso han sido a menudo relativizados. Pasando el tiempo sin que ningún contagio mundial se efectuara de modo espectacular, algunos fueron tentados de creer en una forma de integración de los integristas. El 11 de septiembre vino efectivamente a enturbiar este optimismo pero ha sido percibido sobre todo como un acto terrorista, haciéndonos concientes únicamente del peligro islamista. Por su violencia espectacular, este acontecimiento tuvo un efecto focalizador – donde la acción kamikaze se hizo no sólo la encarnación de una barbarie intrínseca del Islam, pero la de una barbarie que debía hacernos olvidar todas las demás. Nos emocionamos cuando Silvio Berlusconi fue hasta reivindicar la superioridad de Occidente, pero acatamos el concepto del ” choque de las civilizaciones “, o el de la guerra de Occidente contra Oriente, del Bien contra el Mal, el de los cristianos contra los musulmanes…. A la inversa, asustados por los riesgos de un contagio racista, ciertos intelectuales europeos rivalizaron de energía para denunciar lo que llamaron la “islamofobia”, a costa del riesgo de restringir el espacio necesario para una crítica laica del Islam.

                ¿Los integristas cristianos, judíos y musulmanes realmente comparten una sola y misma visión del mundo? ¿Si es cierto, su impacto sobre la vida de los demás es el mismo? ¿Si no, debemos buscar una explicación a esta diferencia en la misma naturaleza de su religión o en el contexto – particularmente en el peso de los contra-fuegos, dónde evolucionan respectivamente? Pero la verdadera cuestión sigue siendo la siguiente: ¿Los integristas están en guerra entre ellos u obran de concierto para deteriorar la democracia y la laicidad, con el fin de saciar un objetivo común, mismo si deben consolidarse mutuamente? ¿Es decir, la línea de fractura que se puede observar es comparable a un choque de las civilizaciones, o más bien, por lo contrario, aun choque de las ideas entre teócratas y demócratas?

                No es cuestión de comparar las religiones del Libro sino bien de comparar las reivindicaciones políticas hechas en nombre de estas religiones. No se trata de comportarse en exegeta sino que se considera que cada ciudadano tiene el derecho a interrogar las referencias avanzadas por los movimientos integristas que quieren imponer una visión de la vida en sociedad; en este caso una ley divina juzgada superior a la de los hombres.

                El ” integrismo y el clericalismo ” designan la manifestación de un proyecto político que pretende forzar una sociedad, desde el individuo hasta el Estado. Pretenden imponer, por medio de la infiltración de la sociedad civil, de la administración pública, del proselitismo, de la caridad, de sus obras sociales y caritativas, de sus partidos políticos y si es necesario por la fuerza, valores que no emanan del consenso democrático pero de la visión rigorista y moralista de la religión mediante un régimen teocrático donde el gobierno es ejercido según ellos directamente por Dios, como el de los hebreos antes que tuviesen reyes. Una sociedad en que la autoridad política, considerada emanada de Dios, se ejerce por sus ministros.

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