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In Trump we trust. Fundamentalismos religiosos y política en EEUU

“In God we trust”, frase explícita en los billetes norteamericanos, y enfatizada para algunos o casi inadvertida (por fuerza de la costumbre) para otros, no resulta casual en un contexto que desde inicios del siglo XX preconizó el fundamentalismo religioso, en la defensa dogmática, literal, inamovible de la palabra de Dios y la Biblia, como su texto sagrado, frente al modernismo y las corrientes liberales que le acompañaban.

Argumentos teológicos, originalmente centrados en la defensa de las tradiciones que desde Europa eran cuestionadas por Marx, Darwin, otros, se circunscribieron en principio a discusiones en centros bíblicos y de estudios religiosos, pero abarcaron paulatinamente la esfera pública, para constituirse en eje de debate político vertebral de gran parte del conservadurismo político-religioso en los Estados Unidos. (Cañeque, 2003)

A partir de la I Guerra Mundial, el “fundamentalismo” se orientó al enfrentamiento de las “fuerzas del mal”, representadas además por el avance del comunismo y se constituyó en antecedente ideológico de la Nueva Derecha político-religiosa norteamericana (Hill y Owen, 1980) o de la también denominada Nueva Derecha Cristiana (Lebman y Wuthnow, 1979).

En la lucha del bien contra el mal, Dios vs Satán, Cristo/ Anticristo, espíritus/ demonios, las identificaciones de la Nueva Derecha Cristiana con el partido republicano han sido muy claras desde mediados de los años sesenta y, la convicción de apoyo al poder del país, en manos de personas con “verdades absolutas” para sanar la sociedad, ha matizado y definido el giro en múltiples procesos electorales. Reagan y Bush, como candidatos que mantendrían firmemente los principios cristianos y valores de las familias americanas, resultaron favorecidos por estos movimientos.

“La invocación de la fe para fines de dominación y uso del poderío político-militar es uno de los principios fundamentales de la corporación militar que gobierna al pueblo de los EEUU de Norteamérica” (Palacios, 2015) y el “pueblo elegido por Dios” o “los soldados de Cristo”, entre otras variantes, han resultado epítetos sugestivos para gobernar los destinos del mundo. “Los EEUU hemos sido bendecidos gracias a nuestra fe en Jesús, que es nuestra fuerza y nuestra principal herencia. El mundo entero tiene puestos los ojos en nuestro país y espera que nosotros lo guiemos por el camino moral” (George  Bush en Cañeque, 2003)

Los citados presidentes y el ala republicana, sin embargo, no han sido los únicos representantes de estas alianzas. A decir de Garaudy (2006), el discurso político-religioso en EEUU muestra rasgos comunes desde Washington hasta Obama y, Norteamérica, según los oligarcas que la dirigen, no ha dejado de ser el brazo armado de la providencia divina. Como señalan Brouwer y Rose el poder de los fundamentalistas evangélicos alineados con la Derecha Cristiana se ha hecho más evidente que nunca en los asuntos sociales, políticos y económicos en los Estados Unidos y en el mundo (Brouwer, Gifford y Rose, 2011).

Particularidades asociadas a esta campaña

Pese a que un 20% de estadounidenses se declaran sin afiliación religiosa, es un hecho que EEUU continúa siendo un país de alta y variada presencia religiosa, con tradicional primacía protestante que cada vez más incluye y visibiliza la práctica del catolicismo entre las filas y predominio cristiano. Sustentar la sociedad sobre pilares religioso-cristianos se ha mantenido como horizonte programático no solo de los conciudadanos de dicha nación, sino también de sus líderes, en una suerte de identificación y retroalimentación mutua. Poco probable continúa siendo, suponer candidatos presidenciales ateos y a excepción de tres de los presidentes de esa nación, declarados abiertamente no religiosos, y un católico, el resto han sido cristianos protestantes, -presbiterianos, bautistas, episcopales-, además de un cuáquero.

Si quedó evidenciado que fundamentalistas evangélicos propiciaron la reelección de Bush y pastores protestantes apoyaron la toma de posesión de Obama, el  soporte a la campaña de Trump, presbiteriano, aunque con pobre práctica religiosa, no resultó menos relevante.

Noam Chomsky, refiriéndose al resultado de las primarias, esboza posibles razones del éxito obtenido por Donald Trump. Apunta el académico que “…haciendo a un lado elementos racistas, ultranacionalistas, y fundamentalistas religiosos (que no son menores), los partidarios de Trump son en su mayoría blancos de clase media-baja, de la clase trabajadora, y con menor educación, gente que ha sido dejada de lado durante los años neoliberales”… “Los salarios reales de la población masculina están a nivel de la década de 1960. El crecimiento económico ha ido a los bolsillos de una pequeña minoría, que vive en un mundo diferente de la gran masa de la población. La inseguridad laboral ha aumentado y esto ha sido el fruto de una decisión consciente…” (Schijman, 2016)

El detalle, sin embargo, es que justamente la fórmula de Trump no ha dejado fuera ninguna variable. La presentación “anti-establishment” del empresario de éxito que, con pocos escrúpulos dice lo que piensa y arremete en contra de la fallida cotidianidad político-económica estadounidense, promete la certeza de solución a las insatisfacciones espirituales y materiales precisamente de esa población vulnerable, carente e incluso marginada, que no encuentra opciones y, menos aún soluciones, en los liderazgos actuales. Su propuesta de enaltecimiento y recuperación de una América, económicamente sólida y próspera, resulta para muchos suficientemente atractiva incluso, al punto de minimizar o legitimar en los votantes lo efectos de las discriminaciones y enfrentamientos que deberá implicar.

El líder republicano, escasamente religioso intenta, sin embargo, aplicar a la política la tradición que ve en el cristianismo un método de autoayuda y asemeja su mensaje al llamado evangelio de la prosperidad, según el cual las iglesias prometen dinero y salud a cambio de fe. No parece casual que uno de los apóstoles de esta corriente teológica, Norman Vincent Peale, a quien públicamente Trump agradece por los cambios que aportó a su vida, haya sido mentor de su campaña, a la vez que resulta interesante el sondeo realizado por Kate Bowler, cuyos resultados identifican con esta corriente a uno de cada cinco cristianos norteamericanos (Kamm, 2016)

Ahora, con Trump vencedor, los líderes evangélicos dicen estar seguros de que cumplirá las promesas políticas que hizo, pero no solo a este sector se circunscribe su alcance.  “Estaré con ustedes, junto a ustedes y pelearé con ustedes” (Aleteia, 2016),… mensaje dirigido a los católicos, extiende el abanico de influencias del elegido candidato. Su mensaje, poco centrado en lo religioso pero abiertamente patriarcal, homofóbico, anti-aborto, machista, racista, xenofóbico, radical, exclusivista,…, ha acaparado el apoyo de líderes fundamentalistas religiosos cristianos de unos y otros matices, que desde el tele-evangelismo se han encargado no solo de difundir y sustentar, sino también de santificar su discurso, como parte de dogmas bíblicos incuestionables.

En medio de múltiples manifestaciones populares anti Trump y críticas de republicanos que exigen al nuevo presidente el retorno a las políticas inspiradas por Dios, otros grupos profundamente radicales y archiconocidos por sus postulados y acciones, como los Leales Caballeros Blancos del Ku Klux Klan, de Carolina del Norte, levantan la voz a su favor.

Los Leales Caballeros Blancos, que aseguran no ser un grupo de odio, aceptan sin embargo odiar algunas cosas que ciertos grupos hacen “…a nuestra raza y nuestra nación” (La nación, 2016). Ellos, que declararon abiertamente que la raza de Trump unió a su gente y convocaron a desfilar el 3 de diciembre para celebrar la victoria del candidato republicano en la presidencia estadounidense, apuntaron: “Nuestro objetivo es devolver América a la nación cristiana blanca”…“Esto no significa que queremos nada malo suceda a las razas más oscuras. Simplemente queremos vivir separados de ellos”. (La nación, 2016). Desde otros espacios, como internet y, de manera similar, el grupo Alt Right o también conocido como derecha Troll, respalda al nuevo presidente.

Obviamente mucho queda por ver, escuchar y decir. Por lo pronto, numerosos temas quedan en el tintero. Junto a lo antes señalado vale advertir sobre polémicas que ya se suscitan y continuarán, en torno a asuntos tradicionalmente sensibles tales como la separación Iglesia Estado y la Libertad religiosa, entre otros.

El primero de ellos, a decir de William McLoughlin, (Navarro-Valls, 2016)  no fue el de hacer a los americanos libres de la religión, sino más bien el de hacerles oficialmente libres para la práctica de la misma. Y como parte de esto, uno de los llamados del recién electo presidente está dirigido precisamente a rescatar el papel de las iglesias en la vida política del país. Trump prometió: “Lo primero que tenemos que hacer es dar voz de nuevo a nuestras iglesias” (Barranco, 2016). También ofreció nombrar jueces conservadores en la Corte Suprema y se comprometió a derogar la enmienda Johnson, una regla de restricción y multas a pastores que se adhieran a los candidatos desde el púlpito.

De otra parte, y escudándose en la Libertad religiosa, el magnate denunció lo que llamó hostilidad al ejercicio de tal derecho y anunció: “Voy a defender sus libertades religiosas y el derecho de ejercer plena y libremente su religión, como individuos, propietarios de negocios e instituciones académicas.” (Barranco, 2016)

A fin de cuentas, parece mostrarse ante nosotros una sociedad donde, desde su nueva dirección, la plataforma religiosa pueda re-legitimarse como argumento y justificativa no solo para establecer el orden y moral de la misma, sino también para fomentar escisiones, rechazos, enfrentamientos, bloquear y retrotraer leyes en todos los ámbitos, incluso en la esfera internacional. Su seguimiento, sin lugar a dudas, resulta ineludible y enfatiza una polémica por resolver: In Trump, we trust?

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