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Iglesia y censura

Todo el mundo lo sabe: a los dictadores no les gusta la libertad de prensa. Precisamente, una de las primeras acciones de todo espadón que se hace con el poder, siempre es la instauración de la censura. En esto no se diferencia un ápice una dictadura de izquierdas de una de derechas: en ambos casos, el escritor, artista o periodista, libre y sin trabas, molesta por igual al Poder. La razón es obvia: se trata de un testigo inquisitivo y engorroso que puede contar al mundo los tejemanejes y crímenes del dictador. España, que en el pasado siglo vivió casi cincuenta años de dictadura, (naturalmente, sumando los siete años del general Primo de Rivera con los cuarenta de Franco), sabe muy bien lo que es la mordaza de la censura y, si intentásemos contar ahora su historia y avatares, tendríamos para escribir un libro de varios tomos.
 

Recuerdo a este respecto una conferencia de Luis García Berlanga en la Biblioteca Española de París, riquísima en anécdotas y toda traspasada de humor, en la que después de hora y media de charla, nos dijo que no nos había contado ni la mitad de sus vivencias con la censura.

Uno de los puntos que en esta historia de la censura hoy más nos llama la atención es el de la simpatía con que algunas de las personas que, a primera ojeada, podríamos considerar sus víctimas, la acogen y aclaman. Así, al día siguiente de instalado Primo de Rivera en el poder, El Debate, de Ángel Herrera Oria, lleno de júbilo por el advenimiento de la Dictadura, pide una reglamentación que haga efectiva la responsalibilid de los delicuentes de la pluma para que el Gobierno pueda gobernar tranquila y eficazmente. (sic). Para este extraño personaje, que Azaña en sus Memorias nos retrata como un jesuita de capa corta, de mediana edad, delgado, de nariz ganchuda y ojos sepultados en las órbitas, todo el que no haga el juego del dictador se convierte en un delincuente de la pluma. ¡Extraña manera de ver la profesión para el fundador y director de un periódico! Algo parecido podríamos decir del diario Gaceta del Sur de Granada-el periódico auspiciado por el arzobispado granadino- que durante un tiempo, precisamente en la época en que no había censura para los otros periódicos, tuvo a gala publicar en su primera página la siguiente nota informativa: Este diario se publica desde su fundación con censura eclesiástica. En la actualidad, el censor nombrado por el señor Arzobispo, es el M. I. Sr. D. Juan Cuenca Carmona, canónigo de la iglesia metropolitana. En ambos casos se trata de una postura que, a mi modo de ver, se aproxima mucho a la de aquellos esforzados absolutistas que, al paso de Fernando VII, gritaban enardecidos: “¡Vivan las caenas!”

Otro punto que a mí siempre me ha llamado la atención es la habilidad con que, a pesar de todas las medidas coercitivas y el enorme celo de los censores, algunas de las víctimas han sabido evadir la censura e incluso ponerla en la picota del más rotundo ridículo. ¿Quién no recuerda aquel famoso “Boletín Metereológico” de la revista La Codorniz, que, en pleno franquismo, anunciaba así la situación atmosférica de aquellos días?: Fresco, procedente del noroeste, se apoderó de España. Tendencia a permanecer. Tal boletín metereológico había pasado por las narices de los censores sin que nadie se diera cuenta de la evidente alusión a la situación política española que el mensaje llevaba. Algo parecido había ocurrido unos años antes, en plena dictadura de Primo de Rivera, con un “delicioso” soneto, todo él lleno de delirantes ditirambos al dictador, pero que, al leerlo en vertical, en su primera línea, dice: Primo es borracho. Para mayor sarcasmo, el mencionado acróstico, lo publicó el periódico La Nación -cantor y portavoz de Primo de Rivera-, con una conmovedora nota introductoria que decía así: Una simpática adhesión.-Entre las muchas adhesiones recibidas, recogimos ésta, digna de ser destacada. Trátase de una señorita de quince años, que, en carta muy sentida, recordaba que, hace poco, oyó un hermoso discurso del Presidente, rebosante de patriotismo y de bondad, dice que quiere expresar sus sentimientos en un soneto que acompaña y es como sigue:

A Primo de Rivera.

Paladín de la Patria redimida,
Recio soldado que pelea y canta
Ira de Dios que cuando azota es santa,
Místico rayo que al matar es vida.
Otra es España a tu virtud rendida;
Ella es feliz bajo tu noble planta.
Sólo el hampón que en odio se amamanta,
Blasfema bajo tu frente esclarecida.
Otro es el mundo ante la España nueva.
Rencores viejos de la edad medieva
Rompió tu lanza que a los viles trunca.
Ahora está en paz tu grey bajo el amado
Chorro de luz de tu inmortal cayado.
¡Oh, pastor santo! ¡No nos dejes nunca!.

María Luz de Vallecilla.

Tan sólo cuando las delirantes carcajadas de todos los mentideros de Madrid llegaron a los oídos de los censores, éstos se dieron cuenta de que se trataba de un acróstico y que la tal María Luz de Vallecilla ni tenía quince años ni siquiera existía.

No piense nadie que en las épocas en que no hubo censura, la prensa gozó de total libertad y pudo expresarse sin trabas. La siguiente carta del arzobispo Meseguer y Costa a Seco de Lucena, director a la sazón del Defensor de Granada, nos puede dar idea de esa otra censura, cauta y soterrada, que incluso en sus días más felices vivió la prensa. Hela aquí:

Muy señor mío: El escrito “Madrid al día”, inserto en el “Defensor”de 28 de junio último, está redactado en tono marcadamente burlesco contra la doctrina de los milagros, y no sólo se satiriza la doctrina católica sobre los mismos, sino que se afirma que “la característica de los milagros es, no venir a cuento ni resolver problema alguno”, estampándose alusiones despreciativas a la aparición de la santísima Virgen María en Lourdes, y se llama a lo que se presenta como un consuelo: la bárbara, la tremenda, la cruel y perdurable injusticia”.

Hace cosa de un año, llamando a usted personalmente la atención sobre falsedades y calificaciones indecorosas estampadas en artículo firmado por un señor Sansón sobre dogmas católicos y pasajes de la Sagrada Escritura, me contestó: que sin duda se había presentado durante su ausencia de la redacción, pero este escrito de que hablo ha sido remitido de la Corte por don Antonio Soraya que lo firma, por lo tanto usted o persona de su confianza, habrá recibido la carta y por el honor del periódico, espero declarará lo ocurrido, manifestando en todo caso si está o no conforme con el escrito. Su atento amigo etc. El Arzobispo de Granada”. (sic)

La presente carta tiene fecha 3 de julio de 1908. Hoy, seguramente, se hubiese conseguido lo mismo sin necesidad de dejar la menor huella para la posteridad: el teléfono, que hace más milagros que la mencionada Virgen de Lourdes. Esa es tal vez la única diferencia, en cuestión de censura, entre ayer y hoy.

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