Los islamistas ostentan el grueso del poder en el primer Ejecutivo democrático
La viñeta lleva por título “parto inminente de la primera democracia árabe” y en ella aparece una mujer a punto de dar a luz junto con su ginecólogo y un grupo de periodistas que cubren el alumbramiento y preguntan al médico: “Díganos doctor, ¿tendrá velo o llevará barba?”. La firma Z, un caricaturista que se estrenó con dibujos arremetiendo contra el dictador de Túnez, el presidente Ben Ali, y ahora continúa contra los islamistas. Por seguridad sigue sin desvelar su identidad.
La caricatura resume a la perfección la situación que atraviesa Túnez un año después de que estallase la revolución. La primera democracia en un país norteafricano tiene tintes islamistas. Los tiene porque la formación islamista Ennahda (Renacimiento) ganó las primeras elecciones con el 41% de los sufragios; porque el primer ministro Hamadi Jebali, nombrado la semana pasada, pertenece a ese partido y porque, al menos hasta que se redacte la nueva Constitución, es el jefe del Gobierno el que ostenta el grueso del poder.
“El presidente de la República ha sido despojado de todas sus prerrogativas en beneficio del jefe del Gobierno, que concentra todo en poder en sus manos”, se indigna Maya Jribi, líder del opositor Partido Democrático Progresista (izquierda laica). En una transición como la que vive Túnez debería haber habido, según ella, un mayor equilibrio entre instituciones.
En el nutrido Gobierno de medio centenar de ministros y secretarios de Estado que desvelará Jebali a principios de esta semana serán también los ministros barbudos los que desempeñarán la mayoría de las carteras, incluidas algunas sensibles como Justicia, Interior o Derechos Humanos. El titular de Hacienda será, sin embargo, el empresario Khayam Turki, un miembro de Ettakatol, el partido socialista que, junto con el nacionalista Congreso para la República, se han coaligado con Ennahda.
A Mouldi Lahmar, catedrático de sociología de la Universidad de Túnez, esta coalición heterogénea le tranquiliza: “Los islamistas la han fraguado con unos modernistas que aseguran que no sacrificarán el acervo modernista de la sociedad tunecina”. “No creo que estos partidos laicos cambien cuando entren en un Gobierno encabezado por un islamista”, vaticina el escritor Habib Selmi.
Modernistas y salafistas se pelean en las calles y en las universidades
La presencia de estas formaciones laicas en el futuro Ejecutivo, junto a los islamistas, no basta para apaciguar los temores de la estructurada sociedad civil del norte de África. Al poco de empezar las sesiones de la Asamblea Constituyente, encargada de elaborar la Carta Magna, miles de jóvenes laicos se concentraron ante su sede para gritar “libertad, trabajo, dignidad” o criticar los poderes “excesivos” del primer ministro.
Frente a ellos y más numerosos no tardaron en aparecer los barbudos, a veces incluso salafistas radicales, que vociferaban: “Túnez es musulmana, no laica”, “no al extremismo laico”, “respetad la voluntad del pueblo”. En la plaza Bardo, sede de la Asamblea, los antidisturbios lograron evitar, lanzando granadas lacrimógenas, enfrentamientos generalizados, pero en las universidades los choques fueron violentos.
El 1 de diciembre las universidades hicieron huelga para rechazar la pretensión islamista de separar en las aulas a mujeres y varones y de permitir que las chicas puedan asistir a clase, e incluso examinarse, con el niqab, esa prenda saudí que solo deja los ojos al descubierto. “¡Fuera el niqab!, ¡Universidad libre! ¡Todos los desastres los provoca Ennahda”, gritaban 3.000 estudiantes de la Universidad de Manouba mientras que otros, barbudos, organizaban una sentada en el campus.
“Esta es la principal razón de mi optimismo, la existencia en Túnez, a diferencia de otros muchos países árabes, de una auténtica sociedad civil que no dará su brazo a torcer”, afirma Selmi. “Ningún poder podrá ya acallar a los más de tres millones de usuarios de Facebook”, añade la psicoanalista Raja Ben Slama. La red social fue un instrumento de la revolución.
La sociedad civil actúa como un contrapeso al dominio islamista
Jebali, que pasó 16 años en las cárceles de la dictadura, se desmarca en público de los salafistas y reafirma su credo democrático, pero también denuncia que algunos cuestionen en la calle los resultados electorales. “Constato que estas fuerzas están tratando de bipolarizar el país” entre “oscurantistas y modernistas”, unos calificativos que rechaza.
No solo los salafistas provocan, sino también Ennahda. El propio Jebali evocó en un mitin la instauración en Túnez del sexto Califato –hasta ahora hubo cinco en la historia del islam- aunque después explicó que sus palabras fueron sacadas de contexto. La agresividad con la prensa de la Juventud Estudiantil de Ennahda incitó, la semana pasada, a todos los periodistas a marcharse de una rueda de prensa islamista.
“El retroceso se produce después del salto hacia adelante; pero también el salto se impone tras el retroceso”, se consuela Raja Ben Slama explicando el año transcurrido en Túnez. “Pese o gracias a su doble lenguaje nuestros islamistas son los más moderados, los menos religiosos de la región”, añade. “Les hemos forzado a que sean así”, concluye convencida de que les seguirán obligando a no apartarse del camino marcado.
“¿Cómo construir un puente cultural entre el pasado tradicional y el presente moderno cuando algunas bases de Ennahda son muy conservadoras y algunos segmentos de la élite modernista tunecina, herederos de la cultura colonial, son incapaces de comunicar con las clases populares y pobres que votaron islamista?”, se pregunta el sociólogo Lahmar. “Creemos que dentro de unos años tendremos la respuesta que nos proporcionará ese laboratorio cultural e histórico de Túnez, que sigue en plena efervescencia”, concluye.
Seis meses para evitar el suicidio
“Desde que se largó Ben Ali todos aquellos que tenían la oportunidad de trabajar han hecho huelgas en cascada para exigir aumentos de sueldo. Esta agitación social ha puesto de rodillas a la economía y amenaza con destruir aún más empleos, ya de por sí precarios”, comenta desolado el empresario agrícola Sofiane Dehissy.
Junto con la democracia, a Túnez llegó también la crisis económica, en parte achacable a motivos internos —disminución del turismo— y en parte a causa de la mala racha que atraviesa Europa, su principal socio comercial e inversor (caída del 32% en 2011), y de la interrupción de las remesas de los emigrantes de Libia, que han regresado a sus casas.
El gobernador del Banco Central, Mustafá Kamel Nabli, vaticinó que el crecimiento será nulo ste año y que las dificultades “corren el riesgo de agravarse”. El paro, medido con criterios menos rigurosos que en Europa, ya alcanza el 18,3% de la población, un 5% más que en mayo.
El programa electoral económico de Ennahda (islamista), que ya empezó a gobernar, es irrealizable. Prevé un crecimiento del 7%, con creación de 120.000 puestos de trabajo anuales, y reducir el paro al 8,5% en 2016.
De ahí que, en su primer discurso a la nación, el recién elegido presidente Moncef Marzuki, un expreso político, haya lanzado “un llamamiento a todos los tunecinos para que concedan una tregua política y social de solo seis meses” que implique la cancelación de todas las huelgas. “Si seguimos como ahora será como un suicidio colectivo”, advirtió.
Él, por su parte, va a sacar a subasta todos los palacios presidenciales menos el de Cartago, donde reside.
El presidente de Túnez reza ante la tumba de Mohamed Buazizi. / AP
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