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Hipatia

Reconozco que me encuentro deslumbrado por el personaje de Hipatia de Alejandría desde el mismo momento en que tuve conocimiento de él, a través de una de las revistas de historia que suelo leer, hace ya diez o quince años. No por los datos que conocí de su vida, que también, sino por el hecho de que una mujer alcanzara tal reconocimiento en una sociedad tan machista como la de aquella época.

Con tales presupuestos me personé en un cine para ver la película Ágora, de Alejandro Amenábar, en un cine de mi localidad y siento decir que me dejó entre frío y caliente. La película, un dechado de buen gusto tanto en la recreación de la vieja Alejandría como en la puesta en escena de la sociedad de la época, adolece, como casi todas las películas históricas, de una serie de anacronismos que a mí, como purista de la Historia, me disgustan. Pero no es de eso de lo que querría hablar hoy, sino de intolerancia.

La intolerancia de los cristianos de aquella época no me pilla por sorpresa. Ni de esa época, ni de otras muchas posteriores. La intolerancia religiosa de los cristianos está documentada en muchos libros, novelas bien documentadas y artículos históricos. (Véase Juliano el Apostata, Gore Vital, por ejemplo) y muchos la llegamos a sufrir en nuestras carnes en los tiempos del Campeón Mundial de Cien Metros Bajo Palio. Vamos, toda una vida. Y muchas más.

Lo que sí me llama la atención es que, históricamente, siempre que se juntan religión y poder, termina la historia en un derramamiento gratuito de sangre. No hablo sólo del cristianismo; hablo del judaísmo, del islamismo, del hinduismo y de todos los sistemas religiosos que tienen unos seguidores tan sumamente fanáticos que no son capaces de admitir a su lado a nadie que piense diferente a ellos.

Dejemos a un lado los desmanes del cristianismo que de sobra son conocidos en nuestra sociedad. Desde las algaradas en Bizancio tras ser declarados legales, hasta nuestros días, pasando por hechos tan vergonzosos como la toma de Jerusalén por la Primera Cruzada o los Tribunales de la Santa Inquisición. Y a quien quiera incidir en las Cruzadas les recomendaría Las cruzadas vistas por los árabes, de Amín Maalouf para comprender lo que aquello supuso para los habitantes de Palestina.

Pensemos en la religión judía que, tras sufrir una horrible masacre tras el terror nazi, me niego a decir el Holocausto con mayúsculas, pues hubo, y sigue habiendo muchos en la Historia, ahora someten a lo mismo a los palestinos basándose en autodefensa. (Uno por mil no es autodefensa, es masacre).

Y qué decir de los islámicos que ejecutan a todos los que no piensen como ellos. Creo que no hace falta poner ejemplos; de todos es conocido. Y los que no aceptan la Sharia, reos sean de muerte.

Sigamos con ellos y con los hindúes; tras la declaración de independencia de la India en 1947 se produjeron tales masacres en aquel territorio que dejaron sobrecogida a toda la humanidad. Cierto es que no sólo fueron desmanes religiosos, sino políticos como todos aquellos en que el hombre necesita justificar sus increíbles acciones disimulando móviles de credo.

Mi intención con este escrito no es más que pedir transigencia frente a la intolerancia reinante. No porque una persona piense de manera diferente a la nuestra ha de convertirla en el punto de mira de nuestra ira. Si desde el punto de vista político es deleznable, desde el punto de vista religioso es indefendible ya que se cometen en nombre de un Dios y todos los dioses, sean del credo que sean, pregonan el amor y el perdón al prójimo. Además, el terror religioso siempre se produce cuando está apoyado y fundamentado en el poder político.

Y hablando de dioses, no quiero dejar pasar la oportunidad de recordar unas recientes palabras de Saramago al suplemento Babelia, del El País, “La muerte es la inventora de Dios”. ¿Sabe alguien qué hay más allá de ese momento? Que yo sepa nadie volvió para contarnos que pasa. Por ello creo que lo más importante en esta vida es hacérnosla lo más plácida posible. Ya bastante dura es de por sí para fregárnosla constantemente en nombre de unas ideas que, los que las ponen en práctica, carecen de ella. De juicio, diría.

Y de verdad, si alguien está equivocado en su credo y por ello otros creen que corre el peligro de ir al fuego eterno, es su problema. Que nadie quiera salvarle contra su voluntad; que le respeten; que le dejen con sus ideas y si ellas le llevan al Averno, allá él.

Y volviendo a Hipatia, creo que la lección más importante que nos dejó no fue ni de astronomía, ni de matemáticas, ni de filosofía, sino de tolerancia y eso lo ha sabido trasmitir maravillosamente Amenábar en su película. Tolerancia con una firme posición ante los intransigentes. Por eso siempre la he admirado y lo seguiré haciendo toda mi vida.

Ladislao García Pardo es escritor y columnista del Diario Montañés

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