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Hijas de Hitler

Pero lo que vino fue que los rojos tomaron al asalto las cofradías y las romerías, que era singularmente progre ponerse un capirote y que no había nada más rabiosamente de izquierdas

Es primavera a las puertas y ya se oyen los tambores, las trompetas, ya se oyen venir los poetas. Porque aquí, aparte de una jueza y parlamentos sedicientemente corruptos, lo que tenemos al peso son poetas del azahar y el incienso mecidos por el desgarro de una saeta. Llegan los días azules con sus santos, sus peanas y sus alcaldes detrás y llegan los pregoneros a ripiar titilando contra el crimen germinal del aborto y ellas se ponen tacones y mantillas para que Judas se ahorque como es debido.

Mi altocargo, que es racionalista y afrancesado tiene una causa general contra este socialismo procesionalmente andaluz. No al estilo de la jueza de la maleta, que va a acabar imputando al legislativo desde el siglo de Antonio Ojeda, que además era notario (un disparate eso de notario y socialista a la vez, claramente imputable). Mi altocargo perjura que desde que tenemos socialismo y andaluz nunca hubo tantas procesiones, tantas hermandades, tantas romerías ni tanto folklore del más allá.

Cuando la transición y sus temblores de cambio, de las calles ahogadas en pasquines, del amor y no la guerra en el asiento de atrás de un dos caballos, la Semana Santa languidecía con la flebitis. En los pueblos fríos del oriente los desfiles procesionales iban que se las pelaban, los palcos desnudos, los pasos allí llamados tronos se guiaban como los tractores, como un enorme volante y la profesión de costalero era un rumor lejano del bajo Guadalquivir, seguramente una especie en extinción.

La dictadura nos había dejado una religión de culpa y sagrario, un dios vengador que hacía que la conciencia supurara pus por exceso de masturbación. Esta vez, salvo en Maracena después de las municipales del 79 (salvaje mayoría absoluta del Partido Comunista, un ebrio comando unipersonal prendió fuego a las puertas de la casa del cura) la batalla contra la represión bajo palio se libró de una manera más sutil y eficiente: a medida que se acortaban las faldas los sacerdotes empezaron a desertar de las parroquias, los seminarios se fueron vaciando, la libertad no gustaba de llevar sotana y los cachorros de Blas Piñar clamaban paredón para Tarancón.

Así que cuando los vientos del ochenta y dos trajeron los rizos de Escuredo y los decretos de reforma agraria, dábamos por sentado que un manto de laicismo natural cubriría nuestro despertar, que venía con el pack de la Andalucía libre, todavía sin autovías y con demasiados jornaleros, pero, coño, libre. Un laicismo de baja intensidad si se quiere pero elegante: los alcaldes en sus ayuntamientos, los militares en su cuarteles y los curas ite misa est. La devoción de los guardias civiles y la marcialidad de los religiosos de las películas de Berlanga se quedarían así para siempre en las filmotecas.

Pero lo que vino fue que los rojos tomaron al asalto las cofradías y las romerías, que era singularmente progre ponerse un capirote y que no había nada más rabiosamente de izquierdas que escribir sobre ello buscando cuantos antecedentes antropológicos (Isidoro Moreno et alii) hubieran menester. Por la mañana tomábamos las fincas de los terratenientes y por la tarde salíamos implorando al cielo para que no lloviera. Hete aquí la excepción cultural de Andalucía: rojos pero sobradamente capillitas. Hete aquí a los alcaldes comunistas y socialistas cargados de medallones detrás de las peanas con grave cara de recogimiento a las vistas del fervor popular. Hete aquí la perfecta y natural perpetuación del simbolismo más querido al nacionalcatolicismo.

A los jefazos y jefazas sociatas, sostiene mi altocargo, les ha parecido inocuo este costumbrismo de crucificados, este enorme atrezo urbano de nazarenos para turistas y catalanes, un caladero de votos incluso. Ay criaturas, ay criaturas. La puta verdad es que la propiedad intelectual del negocio de la resurrección es de la iglesia más reaccionaria de Europa y que la derecha extrema en el Gobierno impone su moral a golpe de decreto ley. Las mujeres vuelven a ser el satánico instrumento del pecado original. Las hijas de Hitler, se oyó el jueves a las puertas del arzobispado sevillano, hijas de Hitler en la madrugá.

Por ahí afuera se oyen ya las chicotás, los pregoneros rimarán, tronarán contra el genocidio abortista con los alcaldes en asentimiento, como viene siendo habitual desde la noche del tiempo. ¿Sabes lo que te digo, reina del sol y de las estrellas, la plumilla más pinturera del orbe del sur? Que llevamos treinta y tantos años de laicismo oficial tirados a la basura. Y sin solución de continuidad salió mi altocargo pitando por la puerta. Llegaba tarde, dijo en un murmullo inaudible, a un no sé qué ensayo de su misma hermandad.

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