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Herederos de Mahoma: chiíes contra sunníes, un conflicto milenario

Hace unos años, si se hubiera preguntado a un musulmán sunní -es decir uno de los 90% de las poblaciones musulmanas- sobre los chiíes, habría contestado con toda probabilidad: “¿Qué es la chía? Sólo hay un Islam y sólo hay musulmanes que creen en un solo creador, Alá, cuyo mensajero es Mahoma, nuestro profeta”. Hoy la respuesta sería diferente. Aparte de en Irán, la chía ya se relaciona con Iraq, Siria, Líbano, Bahrein y hasta Egipto, donde las autoridades quieren hacer frente al avance chií y llaman a los chiís “herejes infieles”.

Todos los musulmanes, en sus dos corrientes -sunna y chía-, creen en que Alá es el único dios a adorar, que Mahoma es su profeta y mensajero y que el Corán es la palabra eterna, perfecta e increada de Alá. El motivo de la escisión, que empezó a fraguarse al día siguiente de la muerte del Profeta el lunes 8 de junio del año 632 d.C., año 10 de la hégira, fue el liderazgo de la nueva comunidad y no mediaron razones dogmáticas, que surgirían dos siglos más tarde.

Falta de herederos

El Profeta, cuyos dos hijos varones habían fallecido a una edad muy temprana, no dejó herederos naturales aunque para algunos -los futuros chiíes- su heredero natural tenía que haber sido claramente su primo paterno y yerno Ali, hijo de su tío Abu Talib, tal como indicaban muchos indicios coránicos y el deseo expreso del profeta.

Siguiendo el sistema consultivo establecido por el Profeta para la toma de decisiones, se eligió a Abu Bakr como primer sucesor o Califa. Anciano y uno de los primeros seguidores del Profeta, su elección satisfizo a todas las facciones que rápidamente se habían formado en La Meca, centro religioso y económico, y Medina, lugar de enterramiento del profeta y sede de la autoridad islámica, las urbes más importantes de al-Hiyaz, la zona occidental de la Península Arábiga.

Abu Bakr, que sólo gobernó entre 632 y 634, dejó elegido como sucesor suyo aUmar b. al-Jattab, otro candidato de consenso. Tal elección marginaba a Alí, por lo que levantó las protestas de sus partidarios, llamados en árabe chía-t-Ali o sencillamente, la chía (los partidarios).

Alí aceptó la nueva realidad política pese a estar convencido de que era el verdadero destinatario de este puesto. Su postura se consideró, por un lado, pasiva porque no reclamó un derecho “evidente” y, por el otro, como generosa, debida a su extremo cuidado de evitar enfrentamientos internos.

Tras el asesinato de Umar en noviembre de 644 (año 24 de la hégira), Alí y su chía creyeron que ya había llegado el momento de su liderazgo, pero el elegido fue Uthman b. Affan. De la familia omeya, rival y competidora en La Meca de la familia hachemí del profeta, desde los tiempos anteriores a la nueva religión, su elección significó la victoria de la facción aristocrática de la Meca y el alejamiento del liderazgo musulmán de la familia del profeta.

Alí protestó y no aceptó la elección de Uthman como tercer califa en Medina. Consecuentemente, se produjo una separación dentro de la comunidad de creyentes, que se dividió entre los partidarios de Alí y los seguidores del nuevo califa y de la familia omeya. Esta brecha se ahondó a partir de enero de 656, tras el asesinato de Uthman (al que se debe la recopilación y fijación de la revelación de Alá a Mahoma en un libro, el Corán). Alí, que trató de evitar el magnicidio, fue finalmente aclamado cuarto califa por la muchedumbre de Medina, a pesar del descontento de la aristocracia mequí, encabezada por los omeyas.

Mandato convulso

El califato de Alí empezó en medio de circunstancias muy difíciles. Por un lado, los omeyas, que con Mu’awiya a la cabeza buscaban afianzar su poder en Siria a pesar de las protestas desde Medina, y, por el otro, A’isha (m. 678), la viuda más joven del Profeta, que se rebeló contra él y fue derrotada en la Batalla del al-Yamal (“el camello”): Alí ejecutó a sus partidarios y a ella la envió prisionera a Medina.

La situación de Alí se complicó todavía más por su actuación respecto al asesinato de Uthman. Algunos le acusaron de pasividad, de ser poco práctico y estar atenazado por su excesivo apego a sus principios, y otros, como Mu’awiya, le reprocharon que abandonara la búsqueda del culpable y que no aplicara la ley del talión por no ser de su familia.

El enfrentamiento verbal con Mu’awiya fue tal que Alí, que en aquel momento estaba en Kufa, no tuvo más remedio que librar una batalla contra los omeyas en la localidad de Siffin (julio de 657), cerca de Kufa (junto al Éufrates en el actual Iraq). Sin victoria militar, la confrontación terminó con un engañoso arbitraje que llevó a Alí a renunciar al califato a la espera de una nueva elección en la que rivalizó con Mu’awiya.

El califato omeya

Según las fuentes, gracias a las artimañas de la familia omeya y sus partidarios, Mu’awiya acabó haciéndose con el liderazgo en el año 658, a raíz de lo cual este abandonó la zona de La Meca y Medina en al-Hiyaz, y se dirigió hacia su feudo particular en tierras sirias, donde inauguró lo que empezó a ser el califato omeya de Damasco a partir del año 660.

Alí se recluyó en Kufa, donde se concentraba la mayor parte de sus seguidores, muchos de los cuales eran de origen persa que se habían adherido al islam desde el comienzo de la expansión árabe. Allí tampoco fue fácil su situación. Sus medidas -entre las cuales la más polémica fue el reparto de las tierras conquistadas como se desprende de sus sermones y cartas recogidas en un libro en el siglo IX- le granjearon enemigos que se desgajaron del grupo y terminaron asesinándole en el año 40 de la Hégira (661). Fue enterrado en las afueras de Kufa, en la localidad de al-Nayaf al-Ashraf (Nayaf en Iraq).

Al-Husayn se convirtió entonces en el primer mártir del islam universal, cuya muerte lloran desgarradamente los chiíes cada 10 de Muharram por arrepentimiento y en expiación por haberle abandonado ante la embestida omeya. Al-Husayn fue enterrado en Karbala, donde se levantó un mausoleo en honor a las víctimas de la batalla. Sin embargo, según la tradición chií, la cabeza de al-Husyan fue llevada a Kufa ante el gobernador omeya de la ciudad.

Esta fue enterrada, según ciertas historias, en Damasco, donde hay una tumba a su nombre en el patio de la mezquita omeya. Otra tradición dice que fue enterrada en Askalón, en Palestina, y que luego fue llevada a El Cairo para ser salvada de los cruzados, hallándose en el mausoleo o “al-Mashhad al-Husayni”, junto a la plaza de al-Azhar.

La Chía a partir del siglo VIII

Tras la muerte de al-Husayn, el chiísmo sobrevivió en grupos reducidos ante la hegemonía de los suníes liderados, primero, por el califato omeya en Damasco hasta 750, luego por los abasíes en Bagdad y, cinco siglos más tarde, en El Cairo, hasta el traslado de la sede califal a Estambul en el siglo XVI. Esa dispersión originó que la chía perdiera homogeneidad y se desmembrara en muchos gru púsculos.

En líneas generales, se dividieron entre partidarios de la resistencia abierta, incluso violenta contra el poder suní, y entre quienes, siguiendo el ejemplo de Alí, prefirieron vivir en la clandestinidad para resguardarse de los ataques del poder y mantener viva la veneración a ahlu l-bayt, que así se llama la familia formada por el Profeta, su hija Fátima, su yerno y primo Alí y los dos hijos de ambos.

Las tres ramas Chiíes

Actualmente existen tres grandes grupos a su vez ramificados en numerosas sectas. El más relevante y estable es la “chía imamí” o “duodecimana”, en referencia a los 12 imames (imam, palabra árabe que significa, entre otras cosas, “líder”) que se sucedieron en el liderazgo, con Alí como el primero de ellos. Esta rama de la chía es la oficial en el actual Irán.

Gracias a un desarrollo dogmático iniciado a mediados del siglo VIII con el sexto imam de la serie, Ya’far al-Sadiq (m. 765), estos líderes fueron adquiriendo un carácter sobrenatural, con un conocimiento absoluto del pasado, presente y futuro y de una perfección en su naturaleza que pasa de padre a hijo elegido. Tan fundamentales eran para la vida de su secta que el duodécimo imam, Muhammad al-Hasan (nacido en 869), a la edad de 7 años optó por ocultarse en el subsuelo de Samarra para huir de los avatares del mundo.

El milenarismo del Islam

Comenzó entonces el llamado “Primer período de ocultación”, entre el 874 y 941, y, a partir de entonces, se inició la “Ocultación mayor”, que dura hasta nuestros días. Es el imam al-Mahdi, el esperado, al-Huyya, la manifestación de la potencia divina. Volverá al final de los tiempos para sembrar mil años de paz y justicia en la tierra. Es el milenarismo en el islam.

A la espera de su vuelta, según consta en el artículo 5 de la Constitución iraní, están gobernando los ayatolás, presididos por el líder del Consejo de la Revolución, actualmente el ayatolá Jamenei, en cuyas manos se concentran todos los poderes desde la revolución islámica de Jomeini en el año 1979. Ahora bien, aparte de en Irán, son duodecimanos los chiíes de Hezbolá en Líbano, así como los alauíes en Siria y los alevíes, la chía en Turquía, aunque con ciertas diferencias.

En cuanto al segundo grupo, mucho más pequeño, es el de los zaydíes, que se des gajó del rumbo general a mediados del siglo VIII, a la altura del quinto imam. Son los componentes del chiísmo yemení.

Y, finalmente, el tercer grupo, el de los ismailíes. Compuesto por una larga decena de grupúsculos, tomó su nombre de Isma’íl (m. 765), el hijo primogénito del sexto imam, Ya’far al-Sadiq, precisamente el hijo que no fue elegido por su padre como imam en espera. Fue alzado como séptimo imam por su hijo y, por ello, son también conocidos como “septimanos”.

La rama más importante de este grupo fueron los fatimíes, los fundadores de El Cairo, y de ellos descendieron la secta medieval de los Asesinos de la fortaleza de Alamut, así como los drusos del Líbano y los nizaríes, liderados por los agha khanes en la India, así como parte de la chía en Siria, solo por citar a los más importantes.

SOHA ABOUD HAGAR.

Universidad Complutense de Madrid

 

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